Cosas de turistas

Parado en mitad de la Plaza Manuel Gamio, en pleno Centro Histórico, acompañado de magníficos amigos, tengo a mi derecha el Templo Mayor, y su magnífico museo, enfrente la Catedral y a mi izquierda la fiesta de las culturas indígenas. Curioso instante en el que me viene de pronto el golpe de la historia y de la identidad, ¿por qué sentimos tanta pasión por el pasado de nuestro componente indígena y nos está costando tanto trabajo asumir que no son ellos, los que fueron, sino éstos, los que son, los indígenas que forman parte de nuestra identidad?

Preferimos el pasado cuando hablamos de indígenas, nos enorgullecemos con pasión por los mayas, aquellos que ya no estaban cuando llegaron los españoles, pero apenas vamos descubriendo a los que sí están, quienes forman parte de nuestro presente y nuestro rostro, nos sentimos unidos a ese pueblo enigmático y singular que fueron los aztecas, nos maravillamos de sus obras; para mí, la Coyolxauhqui es parte de mi remembranza infantil, no olvido el día que aquel trabajador de la Compañía de Luz y Fuerza encontró el monolito y Matos Moctezuma anunció que con ello habían dado al fin con el Templo Mayor, incluso, solemos decir “cuando nos conquistaron”, pero no tenemos idea de cuántos pueblos hablan náhuatl, ni queremos enterarnos de su influencia y de la cultura nacional.

Aspirar a la igualdad parte de ese discurso incluyente, pues debemos aprender que los pueblos indígenas que nos identifican no son sólo aquellos del pasado, sino con los que convivimos, en una palabra, no podemos caminar al futuro si no sentimos más empatía y más fraternidad e identidad con los indígenas vivos que con los muertos.

Gozamos de una cultura privilegiada; pocos pueblos pueden preciarse de tener un trasfondo multicultural tan rico y tan abigarrado. Somos, incluso, más complejos que la lengua española, que es ya mucho decir, si consideramos que ese componente incluye árabes, celtas y romanos entre otros, sumemos aquí afrodescendientes, indígenas de una gama cultural tan amplia como mixes y rarámuris, sigamos sumando hasta la locura, sirios y libaneses, lituanos y griegos, vascos y armenios. Todos ellos que hacen lo que somos hoy de tal manera que ni la familia “criolla” más “criolla” de la ciudad colonial más tradicionalista puede decir que está exenta de esa locura maravillosa que nos pinta de miles de colores.

Para llegar al Centro, en la incorporación de San Antonio a Viaducto, un migrante haitiano pide ayuda económica a los conductores, de lejos se nota que está asustado y su medio español tachonado de francés delata que preferiría la paz de su tierra, incluso de ésta, que su peregrinar a quién sabe dónde, cuando regresamos de la visita una pareja madura de salvadoreños ofrece el mismo retrato, ellos son, también, parte de la identidad que aspira a la igualdad y a la seguridad. En la medida que seamos capaces de sumarnos todos, cada uno con su rostro y sus peculiaridades a un proyecto general de Nación, entonces, estaremos encontrando el valor de nuestra democracia que, como ya hemos notado, ha pasado sobre los partidos en busca de valores más profundos.

Hemos comido chiles en nogada y me sigue maravillando la fantástica composición de la civilización que hemos construido, ni más ni menos, un platillo que se identifica con nuestros colores nacionales y con nuestra gesta de independencia. Ningún otro pueblo que yo recuerde tiene algo parecido, no se trata de un plato típico como el mole o los salbutes, se trata del banquete que nos recuerda la lucha por la patria, la identidad y la soberanía y vamos dando adelante con el asombro, la receta es complicada hasta lo absurdo, la mezcla entre lo picante, lo dulce, lo amargo y lo salado nos deja estupefactos y rematamos el asombro con la presentación del deleite. Eso es lo que somos, esa suma de vida y muerte en tantas lenguas y tantas manifestaciones.

No necesitamos guía para esta clase de asombro, lo que requerimos es sacudirnos de encima tantos años de cultura monolítica que pretende hacernos pensar que hay un solo gran México, hispanohablante, criollo-mestizo y católico, al cual se incorporan algunas otras corrientes menores. Necesitamos pensar más bien en que todos juntos somos el México multiforme, multicultural, con muchas lenguas y muchas manifestaciones religiosas que se une en varios símbolos que despiertan nuestro sentimiento de pertenencia y nuestro deseo de futuro compartido.

La tarde ya se acerca, atracamos nuestra trajinera en un puerto histórico, la terraza de la librería Porrúa, que es también parte de nuestra identidad cultural, desde donde contemplamos esta muestra histórica que abarca mil años. Pienso en que, como me lo contó alguna vez en ese mismo edificio don José Antonio Pérez Porrúa, fue don Alfonso Reyes el que bautizó la colección epónima de esa casa editorial, la legendaria Sepan Cuantos, que ha hecho la delicia y cubierto la necesidad de lectura de generaciones de mexicanos y que ese título correspondía al pregón colonial y añadiré: Sepan cuantos oyeren que este es México, el que de verdad me gusta y me enorgullece, en el que nos acercamos unos a otros con sincera curiosidad y auténtica fraternidad, el que será cuando alcancemos a pensarnos con igualdad verdadera más allá de los discursos discriminatorios, paternalistas y caritativos. El México que me despide de ese magnífico sábado con el Huapango de Moncayo, la mejor música mestiza que hemos producido.

Escritor. Investigador SNI

Twitter: @cesarbc70

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