Aquello que se pudría en Roma
Hoy Roma es una palabra que ronda por todos lados;no sólo por el honor y el orgullo; muchos hablarán de ello el día de hoy. Nuestra cinematografía se ha cubierto de gloria, una vez más, y estamos rondando el mundo, la lengua española agradece en todo el mundo u nuestras lenguas originarias aparecen, con toda su belleza, dando cuenta de la diversidad y belleza de nuestro país. Pero hablemos de esa otra Roma, la antiquísima que sigue siendo, para muchos, una ciudad central en el mundo.
Hace unos días el Papa Francisco levantó las censuras canónicas que le impedían a Ernesto Cardenal ejercer su ministerio religioso. El castigo le fue impuesto por el Papa Wojtyla hace ya mucho y la justicia, que no por ningún motivo ha de considerarse un perdón llega cuando el poeta cuenta los 94 años y está postrado por la enfermedad y por el acoso que al que lo ha sometido el régimen de Ortega.
Para quienes no practican el catolicismo tal vez la noticia pueda pasar desapercibida, sin embargo, para todo ser humano es importante la justicia, a Cardenal lo condenaron por su colaboración con la Revolución sandinista, por sus nexos con la teología de la liberación y por su ardua, arriesgada y valiente, pelea por la igualdad, la libertad y la justicia.
Hoy, tarde pero ha llegado reconocimiento de que no hay error en quien se deja la vida en la conquista de la igualdad que es la herida más profunda de todo Latinoamérica. Para Ernesto Cardenal su vida religiosa ha sido una batalla con y contra Dios, Ignacio de Loyola decía que la fe que no duda no es fe, es costumbre; Cardenal ha batallado con su ángel y convirtió su convicción en misión alfabetizadora y en obra poética; para él su ministerio es importante, nunca renegó de su confesión y se le recuerda de rodillas frente a Karol Woijtila para pedir un perdón que no llegaría de su papado.
Hoy otro latinoamericano, estos tiempos son nuestros, le ha tendido la mano de hermano y le ha extendido un reconocimiento, perdón que insista, tardí, pero efectivo para señalar que el pecado no es la protesta, sino la ignorancia y la negación de nuestros problemas, desigualdades e injusticias.
Ha sido el mismo Papa, el jesuita argentino, el que ha convocado en estos días a un encuentro para llamar la atención al interior de la Iglesia católica, para hablar de un tema que duele, que hiere a la institución, a sus seguidores y a todos los hombres de buena voluntad: el doloroso tema de la pederastia.
Ha dicho el Papa que es importante que la Iglesia reconozca sus pecados, pero no sólo eso, sino que se deben reformar los procedimientos canónicos internos y también los procedimientos para la denuncia para la justicia de cada Estado. La Iglesia, tanto la católica como cualquier jerarquía religiosa, es una institución lenta y pesada, su derecho es ancestral y la tradición es una de las fuentes de su estabilidad; sin embargo, esto sacude las estructuras eclesiásticas, quiere acabar con la pertenencia a la Iglesia como sinónimo de privilegio frente al poder público, aspira a que las sacristía no se vuelva guarida y que quienes han agredido a los pequeños, a las
mujeres, quienes han abusado de su poder paguen por ello.
Todavía está por verse cómo las diócesis, auténtico campo del ejercicio del poder eclesiástico, aplicarán las normas, como veremos los procedimientos, las denuncias y las penas que procedan. Lo cierto es que algo se pudría en Roma y eso es algo que se ventila, primer paso para la cura de cualquier infección.
Y vuelvo a esa otra Roma, a la nuestra, a la que se ubica en el corazón de la ciudad de México, a todos las mujeres y hombres que vimos en la pantalla los barrios de antes del terremoto de 1985; vuelvo al esfuerzo de un mexicano que ha contado una historia personalísima para hacerla universal; aquello, como decía otro paisano, éste de Monterrey, Alfonso Reyes, “la única manera de ser provechosamente universal, es ser generosamente nacional...”.
Y es que es verdad, hoy que todos los ojos se vuelven a Roma, a la real y a la recreada, cabe pensar en lo que estamos haciendo con nuestros destinos, con la manera en que estamos afrontando los retos de nuestros tiempos y quiero ver en todo una especie de moraleja; no hay fronteras para México, para Latinoamérica, para la región de la Ñ.
Han pasado décadas desde que las primeras víctimas del infame Maciel dieron a conocer su sufrimiento, han pasado décadas desde que Ernesto Cardenal fue censurado por buscar pan, jabón y alfabeto, como decía Reyes y parafraseaba Azaña, para los niños nicaragüenses.
Han pasado décadas desde que Cuarón diseñó en su imaginación el primer borrador de la película que está haciendo historia y siglos de sobrevivencia para que la lengua Mixteca se escuchara en el mundo en una obra de arte, han pasado muchos, muchos siglos en los que mexicanos como Yalitza Aparicio han resistido hasta ocupar el lugar que en justicia les corresponde, pero ya se ve. A todos nos llega el momento, el aplauso, la justicia y el honor.
