Anormal normalidad
Es verdad que los gobiernos tienen la obligación de enfrentar los ataques de la oposición, es parte de su trabajo y no le asiste, como a los ciudadanos, el derecho de réplica porque eso sucede entre iguales y cuando el gobierno responde lo hace desde el poder.
Cuesta trabajo decidirse a echar a andar la pluma, digo, no es que sólo sea el compromiso, que también importa, o que a uno lo jale la vocación, que es también bastante; es que con estos tiempos, que nomás no terminan de asentarse, uno se fatiga de andar a salto de mata en cuanto a las previsiones y la tranquilidad se refiere; en estos días me acuerdo de cierto sabio Presidente de la República que sugirió a una mujer que esperaba su paso que no leyera el periódico para que fuera feliz; de verdad, no sabe uno por dónde empezar, si por el general detenido en Estados Unidos y uno se piensa que el gobierno americano le está haciendo el trabajo sucio al nuestro, que pretende que no pasa nada y que, en efecto, por arte de magia electoral todo cambió de pronto; o seguirle la pista a los desfalcos de quienes iban a devolver al pueblo lo robado; penachos, estatuas fugaces y tantas y tantas cosas en un momento en que ya no sabe uno si salir o no salir, si quitarse el cubrebocas o de plano encerrarse más tiempo en casa. Éste es un tiempo en el que la normalidad se ha vuelto una especie de episodios anormales o, si se prefiere, atípicos.
A fin de cuentas, hay que ser justo o al menos, tratar de ser ecuánime en la medida que ello sea posible; si lo que estamos viendo es parte normal de un proceso de cambio a gran escala que, incluso supera las expectativas y posibilidades del gobierno que lo ha propuesto, digamos que nuestras contradicciones, acumuladas y amordazadas por décadas, y no pocas, han encontrado cauces de salida y están haciendo crisis por todas partes; que nos angustia la polarización de la vida pública y cómo no sería así después de décadas de política corporativa, promesas aplazadas y justos medios que más bien eran grises que no se definían; así acumulamos rencores y exclusiones, generamos varios Méxicos que no convivían o que lo hacían de modo aparente mientras la olla iba aumentando su presión y ahora que ha encontrado cauce de salida no nos acostumbramos a este lenguaje retador que nos enfrenta al espejo de nuestras contradicciones. Porque el respetable me acompañará en esta reflexión, uno puede o no estar de acuerdo con el gobierno en turno —que no se pierda de vista eso, el gobierno en turno—, pero en lo que todos los que nos rendimos ante la evidencia debemos coincidir es que al menos, hay un aspecto transformador innegable, estamos hablando de los temas que nos avergonzaron y que negamos por muchísimo tiempo, al menos desde que la Revolución Mexicana regresó de Harvard con sus títulos y sus buenas corbatas: racismo, clasismo, desigualdad y exclusión; y ya no hay manera de frenar el fenómeno y que, de alguna manera tendremos por fin que resolver esos asuntos.
Es verdad que los gobiernos tienen la obligación de enfrentar los ataques de la oposición, es parte de su trabajo y no le asiste, como a los ciudadanos, el derecho de réplica, porque eso sucede entre iguales y cuando el gobierno responde lo hace desde el poder, con todo su peso constitucional, su investidura simbólica y su fuerza corporativa; el gobierno informa, aclara y desmiente, pero no replica, ésa es una de las prácticas que confunde, porque uno no puede saber cuándo el poder habla como sujeto igual a cualquier ciudadano y cuándo lo hace con fuerza soberana; no hay manera objetiva de saber quién es el presidente más denostado y atacado de la historia, los jefes Madero y Carranza lo tuvieron claro, pero exhibir el seguimiento de los principales líderes de opinión en su relación con la imagen presidencial, los arriesga a que algún voluntario oficioso le haga un favor al poder que seguramente nadie desea. Dicho en otras palabras, es claro que hay una transformación que ocurre y ocurrirá por las fuerzas que se ha desatado, pero que el debate sobre el desempeño del gobierno no se puede hacer a punta de memes y saltando sobre el primer detalle que consideramos desproporcionado o erróneo, sino proponiendo una vía alternativa para hacer las cosas y eso es algo que ninguno de los quejosos contra el régimen ha hecho hasta ahora.
Quejarse para volver al pasado inmediato no sirve, no funciona, porque también la evidencia histórica demuestra que el viejo modelo se agotó sin dar buenos resultados, pero la nueva opción no aparece; la queja es aguda, pero no encuentro la propuesta y una cosa es la crítica técnica e informada —sobre el manejo de la epidemia o los fideicomisos, por ejemplo— y otra son las diatribas fascistoides y espeluznantes de las casitas de campaña que sobrevuelan el Zócalo porque no hay quien las habite.
Churchill le gritó una vez a Chamberlain: “No me interrumpa mientras lo estoy interrumpiendo”, me da la impresión de que ya andamos por esos lares, interrumpiéndonos a placer unos a otros, reaccionando y en espera que la transformación se logre sin saber cómo y sin ver cuál es la propuesta para construir, ahora sí, en adelante, un futuro mejor para todos.
