Abrazos más largos
En estos tiempos en que las familias se han vuelto tan diferentes, que estamos en presencia de núcleos familiares con estructuras tan diversas, nos damos cuenta de que, en el fondo, lo importante es la manera en que creamos nexos para siempre, para toda la vida, paternales, filiales, fraternales y, sobre todo, puntos en la continuación de nuestra cultura y tradición
Hace unos días, me encontré con un viejo amigo al que hace mucho no veía, me contó las peripecias de una pareja que ha decidido no tener hijos, que a nuestra edad, que no es del todo avanzada, pero que ya es algo pasada para comenzar a cambiar pañales, debe enfrentarse a las críticas y a los cuestionamientos, la mayor de las veces poco inteligentes, que le formulan quienes, no pocas veces de manera inocente, creen que sólo existe un modelo de familia; otro viejo amigo, cuyas preferencias sexuales no son de mi incumbencia y, por lo tanto, nunca las pregunté, me pidió una asesoría jurídica para un asunto inmobiliario en compañía de su marido, forman una familia aún sin hijos; en la escuela de mi hijo una pareja homosexual lleva a su pequeña a la educación básica y lo hace con tal orgullo y cariño que da gusto verla. Yo mismo, tengo una familia hecha de retazos, algo así como un curioso golem o un Frankenstein, nadie, entre nosotros, tiene en común una gota de sangre, y somos una familia tan feliz como pueden aspirar a serlo unos clasemedieros de este tiempo.
Hoy me entero de que el gobierno del Estado de México ha decretado reformas en su legislación civil para hacer más ágil la adopción, reduciendo de treinta y seis a ocho meses el tiempo en que se espera que se resuelvan los procesos de adopción de menores en dicha entidad; esto es un tiempo similar al de un embarazo natural. La reforma, aprobada por el Congreso del estado, agiliza los juicios en materia de patria potestad, la asignación de los menores y la declaratoria de abandono; regula la situación de los pequeños en dicha situación y crea, al fin, un marco jurídico ágil para que, como ha dicho el titular del gobierno del estado, sean más los tiempos del abrazo que los de la espera.
Me alegra y me hace pensar que dentro y fuera de los gobiernos hay cosas que marchan bien y que dan sentido humano a las relaciones jurídicas y sociales; que hay grupos de la sociedad civil que están dedicados a que los gobiernos tomen las medidas necesarias para que la política muestre su rostro humano y las personas podamos aspirar al principal derecho que pensaron los enciclopedistas, el de buscar cada quien, a su manera, la felicidad.
En estricto sentido, todos somos hijos adoptivos, a mí me adoptó la UNAM cuando me permitió cursar mis estudios doctorales y me hizo docente de la casa; venía de otras instancias académicas y me hizo uno de los suyos; otros han llegado de tierras lejanas y se sienten jarochos o norteños y cuentan en su haber una memoria profunda de ser adoptados por comunidades que los cobijaron como hijos y les dieron la oportunidad de ser y crecer en su entorno; el amor, la convivencia y la solidaridad, que son el material que cohesiona a las familias y a las sociedades, no se encuentra en la genética, sino en la voluntad de querer y pertenecer en la práctica social y en la herencia cultural; la sociedad mexicana es proclive a la adopción; nuestra tradición hacía suyas a las personas del servicio doméstico, a los hijos de otros que, llegados del pueblo, convivían y se hospedaban para hacer sus estudios, la tía que no tenía a dónde ir o el hijo del amigo que se había quedado sin casa; sin embargo, nuestra sociedad moderna había hecho poco por alentar la adopción, informar a la comunidad sobre su sentido y efectos y normalizarla en el marco de las relaciones familiares contemporáneas. En nuestro país siguen existiendo mitos sobre la adopción, ignorancia en cuanto a sus trámites y oscuridad sobre sus efectos; las familias adoptivas seguimos viviendo en un ámbito gris de disimulo y camuflaje porque no es previsible la reacción de muchas personas, todo porque somos ignorantes y, ya se sabe, lo único peor que no saber es saber mal o a medias.
No existen cifras oficiales, algunos medios dicen que sólo en Michoacán la violencia que inició con la guerra del narco arroja siete mil niños privados de familia; otros, escalando a cifras federales, suponen la existencia de aproximadamente 50 mil niños; si somos fríos y calculamos la probabilidad de cuántos de ellos podrían beneficiarse de un programa de adopción, estamos hablando de, al menos, en una cifra conservadora, 15 mil niños sin hogar.
Los niños no protestan, no hacen marchas ni cierran calles, no votan y, por lo tanto, no existen; los padres que solicitan adopciones están tan preocupados en cumplir con los muchos requisitos que se les piden, que en lo que menos piensan es en protestar, pues no quisieran darse el lujo de perder, en ciernes, aquello a lo que tanto aspiran; y pendientes de que todos hagamos lo que podemos y lo que debemos, muchos niños viven en situaciones de limbo familiar, jurídico y social, aspirando a un sueño elemental: tener una familia. El Centro de Estancia Transitoria para Niños y Niñas del Gobierno de la Ciudad de México, antes Albergue Temporal del Distrito Federal, se auxilia de las familias adoptantes para cumplir su cometido, hace cuanto puede y lo hace magníficamente; pero no es justo que una institución así tenga que recurrir a la solidaridad pública cuando debiera ser una prioridad de un gobierno con un mediano concepto de humanidad. Los estados de la Federación no tienen siempre tanta suerte.
Saludamos con agrado las reformas en el Edomex, ojalá sean adoptadas por otros estados; mientras tanto, miles de niños, miles de posibles padres, esperan que manos anónimas, manos desconocidas, los guíen a su encuentro.
Escritor. Investigador SNI
Twitter: @cesarbc70
