Volver a lo básico

Desde hace algunos días me siento como renacido en los viejos tiempos de la Guerra Fría. El escándalo de Facebook y el uso ilegal de datos personales y el de los espías rusos por medio mundo me tienen sumido en una trama que dan ganas de llamarle a don Arturo Pérez-Reverte para preguntarle novelísticamente cómo ve las cosas. Y me pone a pensar en todo cuanto va de desencanto de las redes sociales y la manera en que hemos engordado al monstruo que ahora nos tiene a todos de cabeza

Descubrimos, primero que cualquier otra cosa, que las redes sociales no son un juguete, vaya manera de aprenderlo cuando los índices de delitos cibernéticos se dispararon y todos, o alguien muy próximo, de alguna manera, hemos sido víctimas de algún abuso con esos sistemas de comunicación. Descubrimos también que no son tan necesarias como lo creíamos y que se puede vivir sin ellas, vaya la caída de las cuentas de Facebook es un fenómeno que no se había presentado desde su fundación y que empieza a llamar la atención de muchos y, por último, nos dimos cuenta de que no son, tampoco, fuentes confiables de información independiente, nunca me hubiera imaginado que mi pobre sentido común se iba a ver tan vapuleado como para tener que deslindar de entre la información que recibía la falsa de la verdadera y que hasta la falsa viene clasificada según su mala o pésima factura. Que las fake news iban a ser un producto de consumo y que de ellas habría que cuidarse porque dejaron de ser bromas sobre extraterrestres y el fin del mundo para afectar la vida cotidiana.

Cuando yo era niño y mi madre me veía ocioso, me decía “mejor ponte a leer”, actividad que luego ya no pudo parar. Esa antigua sabiduría me conduce a pensar que estamos muy próximos a una forma de reinvención de las redes sociales porque los propios usuarios, a punta de golpes y decepciones, que tal parece es la mejor forma de aprender en estos temas, estamos cambiando nuestra percepción de su uso y utilidad. No son pocos los analistas y articulistas que están planeando una vuelta a la vida sin esos artilugios, leo por todos lados consejos de autoayuda para sobrevivir a la cancelación de la cuenta de tal o cual red social y me pregunto si en realidad es tan importante que el mundo sepa el aspecto de mis tacos de pastor que estoy a punto de comerme.

Volver a lo básico significa redimensionar nuestro lugar en la sociedad de la información, evaluar si en realidad lo que vamos a subir a la red es importante o valioso, si no revela información que, ciertamente, no quisiéramos compartir y, en esto con cuidado, no con nuestros amigos, sino con todo mundo porque ya se ve que toda información está comprometida, pero volver a lo básico significa que entendamos que cuando un servicio es gratuito nosotros mismos somos el producto, que si la red social es pública, abierta y no nos cuesta, no es sólo porque recibimos la publicidad que la financia, sino porque nuestro uso es el producto que está generando ganancias para otros y si estamos dispuestos a participar de ese modelo.

Muy pronto el combate electoral se abrirá en su totalidad, los escenarios cambiarán rápido cuando los candidatos tengan las manos libres, las redes se inundarán de cuanta cosa podamos imaginar y más que eso, ya lo decía Shakespeare, “hay más cosas en el cielo y en la tierra de la que tu filosofía puede imaginar”. Y, entonces, ya me quiero ver aterrado por las miles de noticias falsas, ataques traperos, memes y demás lindezas que nos van a regalar. Por mera salud mental, por simple sentido común, vale la pena replantearnos la manera en que participamos de esa dinámica que fue divertida y se volvió peligrosa, la de la vida en el mundo de las redes, pensarla sí con sus comodidades como vías de comunicación ágil e interactiva, pero dejarnos llevar por sus contenidos no verificados ni comprobables, por los cuatro mil setecientos amigos que tenemos y que luego no encontramos a más de cinco que estén dispuestos a echarnos una mano para salir de un aprieto. Cuando nos reímos o nos inflamamos de ira frente a alguien que parece haber roto la ley frente a todo mundo sin que sepamos los antecedentes ni el antes ni el después del video que exhibe al acusado que es ya juzgado y sentenciado de antemano, porque cualquiera de nosotros puede ser el siguiente.

Tomémoslo con prudencia y serenidad. Hagamos el ejercicio de purgar nuestras propias redes sociales dejando en ellas lo que más nos interesa o lo que mejor nos sirve, ahorrémonos el disgusto que puede venir cuando sepamos que alguien uso nuestra información de manera que no nos agrada o que nos perjudica, quedémonos en paz un poco con nuestra conciencia y nuestro cotidiano, en un mundo más pequeño, como aquel que sabíamos manejar.

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