El compadre Oscar
La presencia mexicana en los Oscar es ya desde hace mucho tiempo. En 1949 Emile Kuri ganó el primero para un mexicano americano en la categoría de mejor diseño de producción; en total 22 mexicanos y una película mexicana se han llevado el premio, desde luego, los especialistas en cine lo saben, el Oscar no es el premio con mayor peso en el arte cinematográfico, el Oso de Berlín o la Palma de Oro de Cannes tienen otro tipo de solera y otro impacto en el mundo del cine, pero el premio que otorga la Academia Estadunidense de Ciencias y Artes Cinematográficas sí es el más popular y el más difundido, de ahí su importancia y su renombre
Ayer, como muchas familias mexicanas, estuve atento ceremonia de las estatuitas doradas, no es que lo acostumbre, hace mucho que no las veía, de hecho no lo hacía desde que en 2015 le correspondió a Emmanuel Lubezki. Y lo que vi me gustó y mucho, no sólo porque disfruto viendo ganar a mis paisanos, algo que como resulta natural explota mi orgullo patriotero, primitivo y tribal si se quiere, pero al fin y al cabo, local y entrañable, un orgullo sencillo sin truco ni doblez, lejano del nacionalismo, que no es mi fuerte, más bien, próximo al gusto de que alguien de casa se lleve el premio grande y sepamos que entre nosotros hay gente que sabe hacer su trabajo y que lo hace, extraordinariamente, bien. Orgullo de apapacho frágil y dulzón en medio de malas noticias y de descalabros en las campañas que ya no sé si seguir o mejor dedicarme a ver otra cosa en la televisión. Lo que vi me gustó porque me habló del estado que guarda nuestra cultura en el mundo, de la manera en que vamos avanzando los hispano- parlantes en EU y en todo el mundo, en fin, me confirmó con claridad la potencia creadora de nuestra cultura y su gigantesca capacidad de diálogo, las dos cosas que necesitamos para sobrevivir y salir adelante, pese a todo y pese a muchos.
Recorro la lista de los Oscar y me asombra ver la cantidad de orígenes y procedencias que tienen los mexicanos que lo han ganado, Lubezki y Nyong’o, cuyas familias vinieron de muy lejos, pero que se saben y se sienten mexicanos, Emile Kuri y Brigitte Broch, quien es germana-mexicana y eso me hace pensar que la mexicanidad es mucho más que sólo las dos raíces tradicionales tan traídas y llevadas, que somos mucho más que eso, también crisol de pueblos y fuente de riquezas muy diversas.
De verdad, lo que vi ayer me gustó porque ver a Gael —que no canta del todo bonito, pero estuvo ahí— a Natalia Lafourcade, a Salma Hayek, a Eiza González y a Lupita Nyong’o presentando los premios, cantando una canción sobre un tema y con una sensibilidad, eso me gustó porque es la fuente del diálogo que excede tanto las palabras como las ideas, me refiero a las imágenes, a las presencias, al estar y hacer sentir que se viene de un pueblo con una cultura abierta a mostrarse, a recibir influencias y también a irradiarlas.
No comparto la idea de que para que un Oscar, o cualquier otro premio, se considere “mexicano” se deba dar a una película en español, dirigida por un mexicano y hecha en México, porque ya cada vez vemos menos cosas así, la cultura se ha vuelto un festín donde participan muchos pueblos y donde los mexicanos estamos haciendo sonar la voz de nuestro idioma y de nuestros valores culturales, no comparto, aunque no me asombra, que no todos festejemos el éxito de Del Toro, que habla mucho de su formación en nuestro país y de la cultura donde adquirió sus principales elementos, por cierto, que las dos películas de Del Toro que más me gustan están en español: El espinazo del Diablo y la gigantesca El laberinto del Fauno, y no comparto estos extremos porque el premio será historia, pasará, será anécdota y estadística, pero lo que habrá de quedarse es lo hecho y lo dicho, la manera en que dejamos constancia de cómo un mexicano vio el mito de la bella y la bestia, de Europa y el toro, de la forma en que el Día de Muertos se sentó a la mesa con el Halloween y lo hizo diferente para siempre, en que para muchos niños del mundo Frida Kahlo y Pedro Infante son calaveritas de un cuento entrañable.
Por supuesto que me gustó lo que vi, a una película chilena llevarse un Oscar por primera vez en la historia, porque me puso a pensar en la extensión de nuestro idioma y nuestra cultura, de las cosas que nos unen entre naciones, más allá de las cordilleras, las selvas, los ríos y los océanos, una sensibilidad particular de ser y hacer, de contar el mundo y recordarlo, que somos creadores y portadores de valores estéticos que están haciendo historia y fijando cánones en este arranque de milenio y de siglo.
Me gustó mucho Del Toro llamando a la triada victoriosa de directores —Cuarón, González Iñárritu y él mismo— como los compadres, así en español, con el peso de una palabra que en nuestra cultura da un lugar especial a la amistad, a la presencia y al afecto. Me gusta y mucho que los mexicanos ganen, que sean reconocidos y que sea para provecho de todos, al menos en lo más elemental, la enorme alegría que nos han regalado.
