El respiro de la precampaña

Vamos a darnos un respiro, uno pequeñito, de apenas unos días, de la alharaca de las precampañas. Las alianzas y los partidos tienen como tarea idear estrategias que los acerquen a los ciudadanos, pero es el enorme margen de los indecisos el que tiene la pauta de la reflexión en estos días, son ellos los que garantizan que nada está escrito y que deberán suceder cambios, movimientos y, esperemos, campañas basadas en diálogo, debate y propuestas

Por lo pronto, los ciudadanos de a pie, los que no conocemos al primo del amigo del candidato, démonos este espacio para prepararnos porque se nos viene encima el bombardeo mediático; pero pensémoslo en términos de que la democracia somos nosotros y nuestros votos, esos individuales, de uno en uno que suman millones.

Por lo pronto, acabo de salir del cine, unos minutos fuera del mundo que no le vienen mal a nadie, he visto la magnífica película de Del Toro; hace unos días me enteré del premio que le correspondió a Jorge Volpi y me pongo a pensar en que son esos mexicanos los que nos hacen caminar en el tiempo y en el mundo. Vamos a ver, si hay algo en lo que este país goza de excelente salud es su cultura, no me refiero a las instituciones ni a las normas que las regulan, sino a la conformación y ejercicio cultural, a nuestro diario respirar y a nuestro cotidiano hacer.

Consumimos su trabajo, es decir, pagamos por lo que hacen cuando compramos un boleto para la función de su película o adquirimos un ejemplar de su libro; ellos reciben lo que les corresponde y, así, tirando tirando, se crea un ciclo en el que los ciudadanos y los artistas van desplegando una actividad que nos mantiene vivos y dialogantes; pero no siempre estamos de su lado; a los mexicanos, a veces, nos cuesta reconocer nuestros propios triunfos y nos cuesta todavía más ver el triunfo de un mexicano como uno colectivo y no sólo como uno individual; cada que un deportista obtiene una medalla en un certamen —no importa el metal— hay una historia de varias familias mexicanas que se la han jugado por años para que eso suceda; cuando un escritor obtiene un premio internacional, hay años de sueños postergados, de luchas a brazo partido por lograrlo; cada que un cineasta es reconocido, hay cientos, miles de horas de espera, de pequeños trabajos por lograr concretar una oportunidad y ahí están otros mexicanos participando, ayudando, haciendo algo. Eso es lo que mantiene viva nuestra cultura y lo que evita que sucedan vacíos generacionales en el talento que sostiene nuestra cultura.

Ellos llegan porque se levantan en una pirámide gigantesca en la que estamos todos los que participamos de ese mundo al que llamamos la cultura nacional. Pensemos en estos días en esas cosas que queremos y debemos conservar y esperemos que los ahora candidatos, los que ya sabemos y los que faltan, también tomen conciencia de ese punto, es decir, no basta saber cómo piensan hacernos crecer, sino qué piensan para promover lo que somos y la manera en que hemos escrito la historia de nuestro país y que nos ha dado identidad.

En estos días de las precampañas no escuchamos una sola palabra sobre la cultura nacional, tal vez porque tienen excelentes planes que no podían revelar hasta abiertas las campañas, pero no basta con las bonitas imágenes de postal, no basta con lanzar guiños de agresión y disculpa a los intelectuales; hace falta un plan completo para repensar cómo posicionar nuestra cultura como nuestro principal producto de exportación; nosotros somos ese producto secreto que diversifica más que la industria del consumo y que deja más que el petróleo, que es más firme que la especulación y es más segura que los mercados. Nosotros somos nuestra mejor apuesta.

Desde hace muchos años, los países que podemos considerar de avanzada en los temas democráticos tienen, en su Secretaría de Cultura, una especie de guía en la formación del discurso nacional, para sustentar una línea de desarrollo hace falta un discurso unificador, una línea que identifique y que permita afirmar que no vivimos una política de ocurrencias y de esquinazos, y eso es lo que bien podemos definir como cultura.

Pero dejémonos de políticas por un momento y celebremos que tenemos a mexicanos que nos enorgullecen porque hacen bien su trabajo y que lo llevan fuera de nuestras fronteras, para que en el mundo sigamos siendo el país de Alfonso Reyes, de Sor Juana, de Félix Candela, de Max Aub, de Luis Barragán y de Carlos Fuentes. El país que seguimos sabiendo fuerte aun en las peores circunstancias.

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