Optar por la paz

Ha sido una jornada dura, mucho trabajo, cuentas por cobrar, otras por pagar, desencuentros, encuentros y en fin, todo lo que Shakespeare llamaba “los mil naturales conflictos que constituyen la herencia de la carne”; llego a casa, me tumbo en la butaca de mi escritorio y mi hijo se ha refinado ya una buena docena de anónimos enemigos en su juego de video; llega mi esposa y, conforme dicta el canon, ejerce su derecho soberano de quedarse con el monitor y mientras salta de canal en canal buscando algo que llame su atención, en una emisión que no reconozco dice “las siguientes escenas contienen violencia, se recomienda discreción”...

Además de lo mal escrito que está, me dan ganas de saltar sobre mi hijo y mandarlo a su habitación para protegerlo de las malignas imágenes, de abrazar a mi mujer y afrontar juntos y unidos lo que la transmisión nos va a dar; entonces me doy cuenta que el chamaco acaba de reducir a nada, a tiro puro y duro, a unos desconocidos, que en las redes sociales he purgado ya montón de cosas que no me interesa ver porque son noticias sin autor ni verificación que cantan el refinamiento de la violencia en que habitamos y me doy cuenta de que cualquier cosa que vayamos a ver no será nada del otro mundo y, en efecto, es un videoaficionado que ha enviado una narcoejecución en algún lugar del norte.

No me asusta, me deprime. Me entristece tanto que hayamos perdido el norte del significado de la paz; desde luego que no quiero cerrar los ojos frente a lo que sucede, aunque quisiera no es posible ni es responsable. Pero me pregunto, cómo es que hicimos de la violencia un gran negocio, por qué en países con índices de agresividad mucho menores que el nuestro los autores y la sociedad se quejan de lo mismo que yo, por qué la maquinita registradora de bloggers, youtubers y comunicadores más tradicionales no deja de cantar continuamente porque seguimos estando ávidos de ver más y más violencia. Se me ocurre que nos hemos embotado los sentidos para hacernos inmunes a todo cuanto esa guerra informe y permanente nos presenta; o, tal vez, también, porque los contenidos distintos que nos ofrecen conocimiento sencillo y claro, un dato perdido que nos enriquezca la tarde o nos alegre la mañana, ya no están de moda. La nota cultural se volvió algo así como una nota de ciencia, especializada y sólo para un pequeño público que lo frecuenta; como si no pudiéramos hacer que todos se interesaran en esas cosas que hacen más habitable el mundo y la existencia.

Tal vez ése sea un primer buen propósito para el año que comienza, no consumir violencia, así como me prometí bajar de peso y pese a todo pude hacerlo, así, sin más discurso, dejar de consumir violencia, de la que compramos y hasta pagamos por ella, abstenerme del opiáceo de la nota roja, descalificar de entrada las fuentes de información que recurren al rumor y a la estridencia como moneda de cambio, resguardar a mis hijos, no en una burbuja donde la violencia no exista, sino en donde aquella en la que están condenados a vivir por nacer en la época en que nacieron, encuentre una barrera de sensibilidad, de buenas razones, de recuerdos gratos y sensaciones agradables, para que sepan que hay mucha esperanza y mucha vida donde esos episodios son necesarios. Comenzaré por evitar que el chamaco se enorgullezca de sus logros militares de pantalla.

Me pregunto qué sucedería si pudiéramos ofrecer, como sociedad, como ciudadanos, una resistencia así a la violencia; no consumirla, no desearla como mensaje y como modelo y forma de vida, para ello no se necesitan movimientos ni organizaciones; cada organización y cada nuevo grito de la moda en la resistencia a favor del cambio por mundo, termina siempre en una limitación a la libertad, no hacer, no comer, no fumar, no beber, no ir, no venir; tan sólo recuperar el mundo que nos robaron cuando alguien de muy arriba se equivocó y echó a andar una maquinaria que luego ya no pudo detener. Educar y sensibilizar para la paz.

Cuando era niño, la guerra sucedía allá, lejos; era una maldición y algo que no deseábamos para nosotros ni para nadie; ahora siento en el aire un deseo de guerra, de enfrentamiento, como si todos, o casi todos, estuviéramos esperando la chispa que despierte el enfrentamiento en nuestra sociedad o en otros países, como si nuestro hartazgo y nuestra decepción pudiera saciarse con una buena catarsis a balazos y empujones. Más que una catarsis, lo que necesitamos es un regreso al equilibrio y la razón, a la tranquilidad y la lentitud, a construir en torno nuestro un criterio crítico que nos ayude a discriminar la verdad del rumor y de entre la verdad, aquella que nos ayude a construirnos una vida más sana y más equilibrada. Eso sólo podemos hacerlo los ciudadanos con el poder de elección con que seleccionamos los medios a los que recurrimos.

Temas: