¿Cómo que no leemos?
Hay lugares comunes, expresiones, datos, que ya nunca se verifican y que se dan por ciertos; la expresión “los mexicanos no leemos” se da por cierta y es parte de nuestro dolorido imaginario colectivo. Ya se sabe, como la expresión “México, me dueles”, tan común entre los revolucionarios de las redes sociales, a mí me pega siempre aquello de que a los mexicanos no nos gusta leer o que tan sólo no lo acostumbramos. Me doy una vuelta por los informes del Inegi y me encuentro con varias sorpresas; se trata de datos de 2016, están frescos y nos enseñan algunas cosas
Los chilenos leen 5.4 libros por año; los argentinos, 4.6; los colombianos, 4.1, y los brasileños, cuatro; seguimos los mexicanos con 3.8. Es decir, aunque estamos muy lejos de lo que se lee en países como Francia o España, estamos dentro de la media latinoamericana, lo cual no es muy esperanzador, pero muestra una tendencia al alza. Por otra parte, en nuestro país el 97.2% está alfabetizado, aún queda un margen de vergüenza que hay que corregir, pero de la población que sabe leer, el 80.8% leyó algún libro, revista, periódico, historieta o página de internet. Los lectores leen más libros, 45.9%, que foros o blogs de internet, 36.6 por ciento. Es decir, de entre los que saben leer, la enorme mayoría lo practicó de alguna manera. El miedo comienza a asomarse cuando vemos que el 25% de los lectores se acercaron a la zona de libros de alguna tienda departamental y sólo el 18.4% a una librería y, si vamos a las razones por las cuáles no se lee más, entramos en la rudeza de la realidad; el 48.5% dice no leer por falta de tiempo —aunque las sesiones promedio de lectura en nuestro país, según las encuestas, van de los 45 a los 28 minutos diarios— y el 22.4% declaran no leer por falta de gusto o motivación, ello suma un 70.9% de razones motivacionales contra sólo un 4.1% de quienes declaran no leer por falta de dinero.
Basta de números. En algún lugar leí que la estadística es la ciencia que dice que si tú tienes dos coches y yo no tengo ninguno, entonces cada uno tiene un coche. Lo cierto es que nuestro problema está en la manera en que la lectura se acerca al ciudadano como un bien deseable. Veamos, la lectura no nos hace más sexys ni más ricos, no nos da prestigio de inmediato ni nos califica socialmente, porque los modelos que nos ofrecen los grandes medios son otros. Algo hay que hacer al respecto. Me parece que el problema tiene dos grandes raíces, la forma en que hacemos la literatura y la vendemos y, por el otro, la manera en que la ofrecemos.
Hay que partir de la base de que los mexicanos sí leemos, no tanto como debiéramos, es cierto, pero que las generaciones de hoy están más habituadas la lectura de lo que lo estaban las de hace 20 o 30 años; han cambiado los modelos sociales y no hemos encontrado la manera en que se haga atractiva la lectura, en ello participamos autores, editoriales, gobierno y libreros. Quienes leen declaran como principales causas de su hábito lector la existencia de libros distintos a los de texto en su casa y el hecho de haber visto leer a sus padres en su infancia. La lectura es un placer que se hereda, como al que llevaron al futbol desde pequeño y heredó la pasión por su equipo y, aunque no hay nada escrito, hay cambios que podemos y debemos hacer para mejorar este asunto.
Proponer modelos sociales es una tarea larga y tenaz, pero es posible; que las familias consideren la lectura como un bien deseable es también una práctica que puede tomar su tiempo; pero una modificación institucional en la que las librerías puedan ofrecer productos atractivos a buenos precios es algo en lo que ya deberíamos estar trabajando; también es verdad que hemos generado una cultura de autores que dependen de premios y becas y que desesperan porque sus libros no llegan a quienes deben llegar, los lectores, quienes son los que juzgan, compran y recomiendan. La calidad de la literatura y su facilidad de sostener la vida de un escritor pasa por la librería y el comercio de los libros.
En México existen apenas unas cuantas y heroicas agencias literarias, la de Verónica Flores, por ejemplo, y que están abriendo camino a golpe de machete en una selva paternalista, son ellas las que podrían ser la punta de lanza para un mercado librero más sano. Lo que puede hacer que el libro se lea más es que nuestros escritores se conviertan en personajes cotidianos, de esos que se encuentran con su público y lo procuran porque son ellos los que pagan por su calidad de vida. Tal vez es mucho pedir, tal vez haya cosas más urgentes, pero muchos de los problemas en los que nuestra sociedad está metida es precisamente eso, haber dejado de lado lo importante para atender sólo lo urgente.
