Misión: justificar la diferencia
En Praga, hace cientos de años, un rabino, versado en las artes de la Kabbalah construyó la efigie de un hombre de arcilla. El hombre de fe puso en la boca de su criatura un papel que decía Emet que en hebreo significa verdad, el hombre de arcilla cobró vida, había sido concebido para servir a la comunidad y protegerla, sin embargo, aunque no actuaba con malicia, el autómata carecía de sentido común y pronto comenzó a causar más problemas de los que se suponía debía prevenir, a tal punto que, agobiado por su propia creación, el amo decidió desactivarlo
Para hacerlo, borró la primera letra del papel donde radicaba el secreto de su vida y dejó la palabra met, que significa muerte, con lo que el Golem, como se llamaba, se redujo sólo a la materia inerte que lo componía. Se dice que en la antigua sinagoga de Praga aún está escondido aquel prodigio, esperando al nuevo sabio que tenga el conocimiento suficiente para devolverle la vida.
Las creaciones son cosas delicadas, es decir, cuando innovamos y ponemos algo que no existía en la realidad, hay cosas que sólo dependen de la dinámica de las criaturas y no de sus creadores. No siempre se trata de desgracias o catástrofes, tan sólo de nuevas realidades que plantean, en su momento, nuevos retos.
La semana pasada fuimos testigos de un fenómeno histórico, suceda lo que tenga que suceder en los próximos meses. El PRI eligió a su candidato a la Presidencia de la República y si bien, desde que me acuerdo y de eso hace ya buenas siete ocasiones en que he visto a ese partido elegir candidatos —si consideramos que a la muerte de Colosio eligió a Zedillo— en cada ocasión se rompían tradiciones, se ofrecían cambios o se tomaban medidas inusitadas. En cada caso un toque de gatopardismo quedaba en el aire. En esta ocasión la elección de alguien que no sólo no proviene de la nomenklatura del partido, sino que ni siquiera es su militante, constituye una vuelta de tuerca en realidad interesante, sobre todo, porque José Antonio Meade ha cumplido con los rituales, modificados para la ocasión y, desde luego, ha visitado a las organizaciones, a los altos funcionarios, a los legisladores y a los gobernadores y ha sido, prácticamente, unánime la postura de apoyo. En un pacto de lealtades y oportunidades —así se hace la política— sabe que tiene en sus manos los calificativos que permitirían una victoria en las próximas elecciones y a cambio, los cuadros priistas, aún de los que más se dudaba, han optado por sumarse a la apuesta.
No me sorprendería que el PRI hubiese cambiado una vez más para adaptarse a la realidad del país, no es la primera vez que lo hace y si pensamos en el cambio de los militares por los civiles en la candidatura a la Presidencia, nos daremos cuenta de que son capaces de transformaciones de verdad profundas. Pero contar con un candidato que no comparte el pasado del priismo que lo relaciona con corrupción e ineficacia —es un hombre honesto y un funcionario altamente calificado— puede no ser suficiente. El primer reto era conquistar la estructura del partido, parece que lo logra y aun así debe ser cuidadoso de mantener ese equilibrio durante toda la campaña, hasta que el último voto haya sido depositado, pero el principal consiste en identificarse con los ciudadanos. No basta con la idea del hombre al que no se le puede encontrar corruptelas en el pasado, no basta con la carta de presentación del que ha sido canciller, secretario de Desarrollo Social y de Hacienda en dos gobiernos de partidos distintos, todo un hito en la historia política de México, porque quienes hemos de votar somos los ciudadanos y lo que necesitamos ver es el compromiso con la ciudadanía.
En las próximas semanas, días, tendrá que generar un discurso que muestre su distancia de ese pasado que no puede permitir que carguen sobre sus espaldas, el mismo que descalificó a sus contrincantes. Debe hacerlo con precisión y con cuidado, de modo tal que si en realidad hay independencia en el hombre, también la haya en los métodos y en los objetivos. Ya se ve, para lo del Señoritingo y la mafia, ya estaba preparado y en ello no parece haber mayor riesgo, era lo que se esperaba. Pero para responder a las preguntas de fondo, a los programas reales en torno a corrupción, impunidad y seguridad necesitará responder no al partido que ahora representa, sino a los electores que deben decidir si su apuesta es válida o no lo es. Lo que tenemos hasta ahora es una posibilidad. Entre un Golem y un candidato hay un camino que recorrer.
La única novela de Oscar Wilde es El retrato de Dorian Gray, en ella un cuadro envejece y exhibe las marcas de los excesos de su modelo que mantiene siempre la edad que tenía cuando fue retratado, cuando la suma de sus culpas lo atrapa, él muere con la edad que debiera tener y el cuadro recupera su lozanía.
El reto de Meade no es fácil, nada está cantado, hay equilibrios que guardar, proyectos que impulsar, una enorme voluntad general que conquistar y un pasado que en cierta forma debe asumir y que debe domar para evitar que lo devoren y anulen tanto sus aspiraciones como las de quienes lo han propuesto. Si el PRI se ha dado cuenta que su opción no estaba entre sus miembros, consecuentemente su candidato debe ser consciente de que sus electores tampoco están, todos, dentro de ese partido.
