¿Sirven las ideologías?
Muchos de los lectores no podrán recordarlo, tal vez como una leyenda lejana, algo así como las bombas atómicas o la batalla de Waterloo. Cuando la Unión Soviética se vino abajo, cuando el Muro de Berlín se derrumbó, en aquellos lejanos días, un libro se hizo muy famoso, se llamaba El fin de la historia y el último hombre de Francis Fukuyama
El libro hizo furor porque reclamaba la muerte de las ideologías, algo así como si hubiéramos llegado al punto final de la evolución y en adelante sólo la democracia liberal tuviera lugar en el desarrollo de los pueblos. Algo así, más o menos, significó que en adelante, la palabra ideología tuviera mala pinta, que se considerara —valga la ironía— políticamente incorrecta. Poco tiempo después descubrimos que aquello no era más que una especie de broma bien armada, que la historia seguía moviéndose, retrocediendo a veces, avanzando a brincos y a pequeños pasos, como siempre había sido. Descubrimos también que las ideologías, nos gusten o no, existen y son parte de los fenómenos políticos.
Dicen que Carlos Monsiváis acuñó una frase demoledora, “o ya no entiendo lo que está pasando o ya pasó lo que estaba entendiendo”, no lo dudo, suena a su pluma afilada. El hecho es que así estamos nosotros en estos momentos, porque a tanto golpear sobre la inutilidad de las ideologías, hasta haberlo encarnado en el imaginario político cotidiano, nos quedamos sin herramientas para interpretar ciertos hechos, por ejemplo, hace unos cuantos días un nuevo atentado terrorista sacudió a los estadunidenses, un sujeto armado arremetió contra una iglesia y asesinó niños, mujeres, hombres que oraban, el líder de Estados Unidos dice que no es un tema de control de armas, que se trata de un mero asunto de salud mental. Todos hemos seguido con cierta atención lo sucedido con la independencia de Cataluña, que comenzó mal y terminó peor, en una especie de esperpento —así llamaba Valle Inclán a aquello que es tan terrible que termina dando risa— en el cual ya no se comprende si hay independencia o no, si hay responsables o no y quién va a pagar los platos rotos.
Para un observador externo, es evidente que lo que sucede en Estados Unidos es un tema de control de armas que se ha salido de las manos, que tienen un problema entre libertades y controles, entre igualdad y libertad —se es tan igual como capital se tenga para armarse— y, por otro lado, para quienes miramos desde esta orilla del mundo y más los latinoamericanos, entendemos que un cambio revolucionario de régimen, como una independencia, una escisión de estados o un cambio radical de forma de gobierno es siempre una ruptura constitucional y que ninguna constitución y ningún Estado está diseñado para autodestruirse, así que cuando el señor Puigdemont se metió en semejante berenjenal, debía haber previsto hasta dónde podían haber llegado las aguas.
Las ideologías nos permiten identificar qué pretende un actor político y cómo piensa lograrlo, es una especie de carta de intención en la cual podemos cifrar la confianza o la desconfianza, la preferencia
o la aversión, pero en fin, es una manera de estar advertidos. El hecho es que cuando suprimimos los tintes ideológicos todo se queda en la oportunidad política, en el actuar de cada día para ver cómo nos va cuando se desvanecen las posturas ideológicas. Quien ejerce el poder capotea y torea los hechos ya sea para sacar partido, ya sea para salvar el pellejo. Digámoslo de este modo, las ideologías no son algo que nos guste o no, es algo que sucede dentro de los fenómenos políticos y que, antiguamente, identificaba a los grupos que aspiraban al poder. Los ciudadanos podíamos centrar nuestras preferencias en esos colores y en esas ideas. Hoy, lamentablemente, algo ha cambiado y cuando lo mismo da rojo, azul, amarillo o morado, entonces, estamos en problemas porque no sabemos qué esperar ni cómo irán sucediendo las cosas.
Habíamos dicho antes que sería conveniente que los partidos o los independientes buscaran candidatos, ahora que la temporada amenaza venir con más furor que las ofertas navideñas, que demostraran pasión y vocación política, también sería conveniente que dibujaran bien su discurso ideológico: claro, preciso y entendible, que nos digan los de izquierda qué es eso que entienden por su tendencia política, los derecha que nos se avergüencen de su línea y expongan su proyecto y los de centro que expliquen cuál es su pensamiento en torno a los puntos específicos de la agenda. No es mucho pedir, pero sí es mucho apostar en un momento político en el que todos buscan agradar y nadie está dispuesto a apostar un voto.
