La resaca de la solidaridad
Han pasado ya dos semanas desde el 19 de septiembre. Vamos arrastrando la cobija, como decía mi abuela, buscando la normalidad que poco a poco se va asentando entre nosotros, no todo marcha, los tribunales no terminan de organizarse, algunas oficinas públicas no tienen servicio o bien, no a su capacidad total; los niños ya van volviendo a las escuelas y algunos padres están pendientes del comunicado diario que les permita saber si mañana ya será el retorno a las aulas.
Mientras tanto, nos vamos enterando de las auténticas historias de terror que deja al descubierto un terremoto. Segundos antes de que la tierra se sacudiera y nos recordara nuestra auténtica dimensión, nosotros, tan seguros siempre, como si las tuviéramos todas con nosotros, nos damos cuenta de cómo nuestras certezas iban cayendo, ya se ve que muchas cosas cambiaron de pronto, el panorama electoral, que se veía más o menos claro sufre modificaciones que todavía no podemos prever la respuesta social amplia y magnífica no resultó en un enfrentamiento con el gobierno, sino que reviró sobre otros actores políticos como los partidos y ahora debemos enfrentar el siempre postergado debate sobre el financiamiento público. Las historias de corrupción por los edificios nuevos que se vinieron abajo, por las construcciones que no debían estar o que no podían haber sido autorizadas, comienzan a ocupar el espacio dedicado a las misiones heroicas. Esta es la resaca del momento de gloria que vivió nuestra
sociedad, del encuentro fraterno entre todos y por todos.
El hecho es que diversas líneas de investigación se seguirán hasta dar con los responsables que hicieron de las viviendas auténticas trampas de muerte pensando que esto que nos sucedió no pasaría. Temas como la escuela Rébsamen y otros similares van captando la atención y nos damos cuenta de que la corrupción, a la larga, tiene un impacto terrible en la economía y en la vida de los ciudadanos. Desde luego, todos queremos volver a la normalidad, queremos la vida que teníamos segundos antes de que la tierra reclamara sus derechos soberanos, pero eso no será posible y no lo será porque igual que sucedió en 1985, muchas cosas cambiaron en ese instante.
Por un lado, en la medida que más datos vayan surgiendo sobre casos de corrupción en la construcción, los actores políticos tendrán que ir tomando sus previsiones; en la medida que se concreten las reducciones presupuestarias a los partidos y éstos tengan que financiarse de algún modo, iremos viendo qué tan conveniente o no es que utilicen los recursos públicos para sus fines. Pero esta vez, estoy convencido, estaremos más atentos y más dispuestos a la crítica y a la observación de los hechos. Las crisis, y un terremoto es una magnífica definición de ello, son momentos privilegiados para lograr cambios y trocar caminos. Ya se sabe, hay que tocar fondo para lograr grandes cambios. La muerte, la desolación y el abandono son maneras en que las sociedades tocan fondo y nosotros lo hemos hecho.
Hace unos días mi esposa me platicó que un sicólogo explicaba que parte del desencuentro generacional en el momento que vivimos se debe a que son los jóvenes los que tienen que vivir su terremoto, sí, así como suena, que si el de 1985 fue el de nuestra generación, ésta es la marca que por fortuna y desgracia les ha correspondido, es algo que tenemos que respetar porque será de esa juventud de donde vengan las nuevas maneras de encarar los hechos que vienen. Por ejemplo, de pronto en la Ciudad Universitaria un grupo de personas se apoderan del centro de acopio so pretexto de falta de transparencia, la Universidad lo hace del conocimiento público, los jóvenes, valiéndose de sus redes de comunicación cambian sus rutas y la ayuda llega donde debe llegar; o bien, los animales no eran una preocupación durante el terremoto de 1985, ahora lo son.
No veremos, pues las traumáticas manifestaciones de dolor de aquella época, veremos, eso sí, una sociedad participativa que va ganando terreno frente a los ojos atónitos de antiguas estructuras que no alcanzan a comprender que un futuro que no habían podido prever los ha alcanzado. Lo importante ahora es que una vez vueltos a la serenidad reconquistada —en la medida que eso sea posible— no dejemos de recordar que hubo un antes y un después, que muchos no estarán para ver los cambios, pero que de entre tanta ruina y tanta herida, podremos esperar que la sociedad, una vez más obligue a sus dirigentes a hacer aquello que deben, aquello que se espera de ellos.
