Del dolor a la indignación
Ya sé que el lector debe estar harto del tema, que son muchos los que ya han hablado, que las palabras danzan descontroladas e insomnes entre la razón, la cordura, la insensatez y el terror, pero ¿qué se le va a hacer?, si lo que hace falta es hablar mucho, decirlo todo, lo que duele y lo que incomoda, lo que estorba y lo que suena mal. Hay que decirlo todo.
Hace unos días asesinaron a la esposa de un entrañable amigo para arrebatarle su dinero, el crimen de Mara nos tiene a todos indignados y aterrados, ayer mismo en Monterrey asesinaron una mujer más y todavía hay quien se pregunta si estamos en una crisis feminicida y todo porque la mayoría de los homicidios se cometen contra hombres; como armas arrojadizas de la peor factura expresiones airadas de hombres indignados porque se expulsó a un distinguido periodista del contingente femenino en la protesta del domingo, escucho el término feminazi dicho con una soltura que aterra y lo que veo con menor frecuencia es cordura, sentido común, me parece que los hombres vamos mal encaminados si pensamos que las mujeres que protestan y se defienden son el enemigo. El enemigo es nuestra cultura patriarcal que nos privilegia para ejercer violencias cotidianas, de las más leves hasta las más horrendas; el enemigo es la impunidad, el silencio y la corrupción; el enemigo no es una mujer que protesta rompiendo todos los estereotipos de lo que consideramos “respetable”, “adecuado” o “femenino”, el enemigo es la intolerancia y el atavismo que nos impide ver el terror y la indignación que no alcanzamos a comprender porque somos hombres y no lo hemos padecido por siglos.
Hay cosas que bien haríamos teniendo claro; no hay feminazis y las mujeres no son el enemigo, menos las feministas con toda la generosa amplitud de ese término revolucionario; son ellas quienes protagonizan este dolor y esta batalla, no nosotros, no quieren acabar con la otra mitad de la especie humana, quieren que no las acosemos, que no las asesinemos, que no las golpeemos y que no les hagamos sentir los privilegios que hemos heredado culturalmente y, perdón, nuestros argumentos sensibleros sobre lo delicadas que las mujeres se han vuelto en este tema no son más que la triste reminiscencia de la época en la que los hombres blancos, heterosexuales, sin discapacidad y cristianos, podíamos burlarnos impunemente de cualquiera que fuera diferente y es que esos tiempos han pasado, se acabaron y hay que entenderlo. El límite de las libertades lo impone la ley y no lo que consideramos simpático, adecuado o políticamente correcto. A fin de cuentas, hay dolores y penas que no se pueden transmitir, hay vergüenzas que no se pueden comunicar, esas son las que más duelen y las que más hacen sufrir, porque suelen ser mudas y sólo les puede dar voz quien las sufre.
Autores como Bobbio, entre otros, han señalado algo que podemos llamar la “paradoja de la tolerancia”, que podemos enunciar así, la tolerancia ha de aceptar todo tipo de expresiones, por distintas que sean, pero debe ser intolerante, por completo, con la intolerancia. Nadie me va a decir que Alemania no es un Estado democrático y ahí no se puede fundar un partido nazi ni hacerse apología de aquel partido en sus formatos actuales o en su versión histórica; aquí, aparecen en foros que quieren ser académicos locutores invitando a la intolerancia con la diversidad sexual o en una estación de radio mofándose, ridiculizando e insultando a madres de familia por la manera en que visten para recoger a sus hijos en las escuelas; ahí está la renovación contemporánea de esa raíz enferma. Así, somos todos culpables de la falsa tolerancia que se vuelve complicidad.
No es posible caer en la simpleza y la bobería de creer que las mujeres están aspirando a un mundo sin crítica, a una especie de dictadura feminoide; son muchas las voces diversas, feminismo es decir muchas cosas y hay distancias increíbles entre Simone de Beauvoir y Rosario Castellanos, pero lo que tenemos en México es que tenemos que enterarnos cada semana de un nuevo crimen atroz contra mujeres; que siguen ganando menos por trabajo igual y en fin, que es muy gracioso echar un buen chiste contra homosexuales o feminazis porque uno, ¿quién dice que no?, es muy valiente para defender los valores universales, inmortales y perpetuos que tantos muertos ya han causado. Por eso, las mujeres no temen a los delincuentes aterradores de los cuentos para niños, temen a los hombres sanos, buenos y trabajadores con los que tienen que convivir, por que son ellos —nosotros— los que ejercemos la violencia soterrada que va haciendo erupción hasta que Mara, por ejemplo, paga la incontinencia y la educación en privilegios.
Hagamos una pausa, un momento nada más, para ese punto en común que tenemos hombres y mujeres, queremos un país sin violencia, sin miedo; una paz cotidiana levantada sobre los derechos garantizados de los ciudadanos y protegidos por las autoridades. Ellas tienen hoy su oportunidad histórica y nosotros nuestros frentes, entre los cuales, el primero, es la autocrítica. Hagamos una pausa de silencio por las mujeres que han sufrido y sufren cada día la violencia, pero un silencio distinto, que sea de luto, pero también de paz y de encuentro entre iguales, iguales por completo, educando fuera de los estereotipos y exigiendo las medidas por las que esa igualdad en realidad pueda ser alcanzada.
