Adopción, lo importante sobre lo urgente
Hace unos cuantos días, la Cámara de Diputados abrigó un foro sobre la actualización de la legislación nacional en materia de adopción, lo celebramos, se trata de un tema olvidado del que sólo nos acordamos cuando se nos muestra alguna desgracia presentada en los medios o cuando queremos recurrir al sentimentalismo como objeto mediático.
En las últimas décadas, la familia mexicana, consolidada e impasible durante mucho tiempo, ha sufrido modificaciones dramáticas, nuevas formas de crear vínculos familiares han tenido lugar y antiguos mitos sociales han caído. Hoy, quienes se acercan a la adopción para fundar familias lo hacen con mejores instrumentos jurídicos, y si bien el procedimiento no es tan expedito ni tan adecuado como pudiera ser, presenta sensibles mejoras. Anteriormente, existía en México la institución conocida como adopción simple, que no integraba por completo al adoptado en el núcleo familiar, sino que sólo creaba un parentesco entre adoptante y el adoptado, institución que además era revocable. Aún existe esta institución, pero los Tribunales sólo conceden en la práctica la adopción plena. Sería conveniente iniciar el mejoramiento de la adopción dejando vigente únicamente el modelo de la adopción plena.
Por un lado, la tendencia hacia lo que puede considerarse una adopción ilícita, que es ciertamente un conjunto de actos ilícitos y hasta delictivos en los que se pretende dar categoría de hijo consanguíneo a quien es hijo de otra persona. En estas prácticas figuran simulaciones como ingresar a la madre a servicios hospitalarios conjuntamente con la presunta adoptante y conseguir que el médico expida un certificado de alumbramiento a favor de la madre adoptante para que, acto seguido, realice los trámites de Registro Civil como si fuera hijo consanguíneo; otros casos incluyen tanto robo de menor o su abandono y la secuela de obtención fraudulenta de las Actas del Registro Civil. Las cifras en torno a este fenómeno son desconocidas, pero ante las cifras oficiales de adopción en México, pueden presumirse sumamente altas.
Asimismo, existe un vacío legal en torno al tema de la asignación de los menores a las parejas, o individuos, que potencialmente podrán ser padres adoptivos. Existen en México dos sistemas paralelos e incomunicados de adopción, uno privado, dirigido por Instituciones de Asistencia Privada (IAP), y otro público, tanto federal como local; en materia federal, a cargo de dos instituciones, DIF y PGJDF a través de su Albergue Temporal.
En el caso de las IAP, el procedimiento consiste en la captación de menores en situación de abandono, que son remitidos por las autoridades locales o federales, mientras se entablan las secuelas procesales de la averiguación previa del abandono; sin coordinación alguna, cuando las IAP consideran haber encontrado al matrimonio idóneo, asesoran al adoptante para que entable demanda de adopción y le sea otorgada la adopción del menor; sin embargo, al no haber régimen legal alguno aplicable, cada IAP puede fijar sus criterios, algunos de los cuales no atienden a lo que el sentido común podría determinar “el interés superior del adoptado”, como lo marcan los instrumentos internacionales suscritos y ratificados por México; ello incluye criterios discriminatorios como la práctica de una religión —reconocida y testificada por un ministro del culto de que se trate—, o bien la posesión de determinado estado civil —casado—, e incluso que no existan matrimonios anteriores; todo ello, sin contar las tarifas, que mediante la figura de “aportaciones voluntarias”, se recaudan de los solicitantes.
Si como se expuso en el foro, pudiéramos tener una legislación uniforme en todo el país, una red de comunicación que mantuviera actualizados los expedientes de los niños susceptibles de ser adoptados y los padres que aspiran a llevarlos a casa y que alcanzáramos a generar, en los próximos años, una cultura de adopción abierta y clara, orgullosa y feliz, tendríamos también con ello, un mejor escenario para la siguiente generación.
Somos una cultura cuya identidad tiende a la adopción, nuestras casas suelen serlo de puertas abiertas y en nuestros hogares ha crecido el primo, el pariente venido de lejos, el pequeño que se quedó sin hogar; llamamos hermano al amigo que queremos y enseñamos a nuestros hijos a llamar tío a los amigos dilectos; el derecho, cuando en realidad sirve a la sociedad que lo crea, es aquel que trae lo mejor de la cultura y de la sociedad nacional, a la práctica institucionalizada, más allá de los partidos, de los colores y de los intereses. Estoy convencido de ello, pero los niños susceptibles de adopción no cierran calles, no votan, no se manifiestan ni hacen presión en las redes sociales, por eso hay que hablar por ellos y para ellos.
