Fantasmas y vampiros en Charlottesville

Los fantasmas y los vampiros son criaturas a los que tememos desde la infancia aunque sepamos que no existen. 
 

Entre ambas entidades hay diferencias sustanciales; los primeros son personajes de un pasado atormentado que irrumpen en el presente para reclamar memoria o imponer sumisión, los segundos son eternos y mediante la seducción aspiran a dominar e imponerse. Al primero lo llamamos “aparecido”, porque sin ser invocado se presenta causando terror; al segundo hay que invitarlo a pasar para que pueda cumplir su cometido.

De un tiempo a este día, me parece que, en el mundo, vivimos en una especie de cuento de terror escrito sin arte y sin estilo; si al menos nuestro tiempo fuera producto de la pluma de Allan Poe, pero no, parece tallado con las teclas defectuosas del más triste gacetillero. Los enfrentamientos de Charlottesville me llevan a concebir este momento como una conjura de fantasmas y vampiros.

En Charlottesville, el presidente de Estados Unidos ha logrado invocar al más temible de sus fantasmas, a lo más hirsuto de su pasado, el odio racial y la guerra de Secesión. Fantasmas, porque hubiéramos creído que Malcolm X, Luther King e incluso Obama habían hecho lo necesario por dejar en el pasado aquello que cuando se menciona se hace más fuerte; ahora sabemos que esos espectros yacen en la conciencia de aquel país y que vuelven de tiempos pasados para hacerse presentes. A diferencia de otros países, Estados Unidos es un complejo aluvión que ha sustituido los mitos ancestrales que se encuentran en viejas naciones por pactos nacionales y símbolos compartidos; el imperio de la ley, la libertad, la igualdad de oportunidades y la posibilidad de construir la vida de cada uno al amparo de la constitución, la bandera y el himno; esos elementos fueron labrando el rostro de un país cuya diversidad de orígenes pareciera hacerlo imposible; país “postétnico” lo llamaron algunos; pero al volver sobre la figura de Robert E. Lee y al reconvertir su antigua honrosa derrota en reivindicación presente, ha logrado echar por tierra décadas y casi siglos de encuentros dolorosos que habían logrado convenciones y entendimientos que hacían de aquel Estado también una Nación. Si ese odio es un fantasma peligroso, el más temible es el de la división. En 1962, Philip Dick publicó El hombre en el Castillo, una ucronía en la que los aliados perdían la Segunda Guerra Mundial y, en consecuencia, Estados Unidos quedaba dividido en tres regiones, al oeste un protectorado japonés y al este otro alemán, en medio una franja de tierra dividida en pequeños estados que no podían consolidarse porque habían perdido la noción de la identidad y el empuje de futuro. Frente al fantasma cabe negar su existencia, enfrentar la realidad relegándolo a la oscuridad que le corresponde, de lo contrario, es capaz de dominar las conciencias.

Pero hay también algo de vampírico en la situación que vive el vecino; la extrema derecha, los supremacistas blancos, seducidos por sus propios demonios parecieran querer robar el espíritu de un pueblo que se resiste, de muchas formas, a revivir un pasado que los llevó al enfrentamiento y a la muerte; son también mensajeros de un pasado que no puede y no debe volver; pero la respuesta del Presidente es todavía más peligrosa. Donde hay temor es más fácil que el vampiro ataque, es decir, donde la sociedad no muestra su fuerza frente al agresor, éste se crece en su deseo y en su manera de enfrentar e imponerse; no sin razón Pérez Reverte lo ha dicho en el caso de los atentados en Barcelona. Valerse de símbolos nazis, de la memorabilia de la Guerra Civil, y pretender que el pasado es digno de emularse, es una forma de fascinación, no hay vuelta real al pasado. El punto está en saber cómo los ciudadanos norteamericanos pueden contrastar los hechos y la respuesta presidencial con temas como la legitimidad y la representación, que tengan que preguntarse, aún antes de las elecciones y de los cálculos parlamentarios, si ésa es la dirección por la que quieren conducir su país o con mayor claridad, si es que tiene dirección alguna y no, como parece, todo es un juego de contentillo para satisfacer clientes ocasionales, cuotas de popularidad o ataques de megalomanía.

No se puede desear que la sociedad norteamericana se desarticule y se descomponga, ello implicaría un desastre mundial en muchos sentidos, pero también sería la demostración de que un sueño humano, el de la legalidad y la igualdad, están condenados al fracaso. Pienso que la historia de terror que se trama en el norte está mal escrita, porque sus personajes son de los clichés más comunes y habituales, el fantasma aterrador, el vampiro abusivo y… desde luego, el payaso terrorífico.

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