¿Qué nos ven?
La noticia que acompañó mi café de la mañana me trae, por fin, algo agradable para arrancar la jornada. México es hoy el octavo país más visitado del mundo; cuando yo era niño, al grito de “como México no hay dos”, la que entonces llamábamos la industria sin chimeneas era una preocupación lejana y, aunque aún hoy el sueño de todo clasemediero mexicano es visitar París, Madrid o Nueva York, me encuentro con que la larga marcha del turismo nos ha llegado
Pausa, ahora la radio dice que sospechan que el delegado de Tláhuac algo tiene que ver con El Ojos, menuda deducción, sesuda y suspicaz, y rematan con las omisiones que hay que presenciar, en medio de la vergüenza, sobre el socavón de la carretera de Cuernavaca; han logrado descomponerme el desayuno de nuevo. Desde luego que esto no es ninguna novedad, hay que ir tirando así, en medio de este escenario en el que nos tocó vivir y en el que la tontería está en franca carrera con el abuso. Cuando salgo a la calle y en la esquina el elemento de seguridad está levantando la contribución ciudadana de alguien que no tuvo en tiempo su verificación vehicular, me pregunto, ¿qué ven los extranjeros que les resulta tan atractivo de nuestro vapuleado país? Me lo pregunto no con extrañeza, sino con curiosidad legítima, porque, si logramos descifrar ese misterio, tal vez podamos recuperar parte de esa imagen perdida que es la base para reconstruirnos.
Hace unas semanas que murió José Luis Cuevas nos quedamos en las oscuras circunstancias que rodearon sus últimos días, pero no nos regocijamos en haber tenido entre nosotros a uno de los dibujantes más célebres y revolucionarios del siglo XX; apenas hace unos días se nos fue don Ramón Xirau y lo más triste es la cantidad de personas que preguntaron ese día: ¿quién era? Creo que entre ambos guardan la clave de aquello que buscan los extranjeros que vienen a visitarnos.
Hay algo de universal en nuestra cultura que viene envuelto en el sabor particular de nuestros paisajes y nuestras costumbres; una especie de llamado a la multiculturalidad, porque venir a México es descubrir el ensamblaje, complicado y abigarrado, de muchas civilizaciones que fueron formando esta entidad extraña y entrañable a la que llamamos patria. Existe una ecuación complicadísima entre violencia y vida en nuestra cultura que no siempre alcanzamos a comprender; hace poco que descubrieron el gran Tzompantli del Templo Mayor de Tenochtitlan y en él cráneos de niños y mujeres donde suponíamos que sólo habría guerreros sacrificados; pero esa ecuación de violencia, muerte, vida y resurrección de nuestra cultura se resuelve mediante la creatividad que da tensión a nuestro arte y a nuestra vida en común; cuando nos atenazamos en nuestros rencores y nuestras luchas por el poder y la riqueza somos capaces de barbaridades gigantescas, cuando sublimamos esa potencia en arte, La Giganta se abre paso y la poesía de Xirau trae el recuerdo de otra guerra a la paz de nuestros valles; quien nos visita no alcanza a comprender esa tensión, pero queda fascinado por su irrupción en la vida cotidiana. Y, al final, hay una dulzura que todos los mexicanos practicamos sin darnos cuenta; el “porfavorcito”, el “mande usted” y hasta el dar los buenos días a cualquiera que pasa, es algo que nos distingue; cuando fui estudiante en Alicante, los latinoamericanos, especialmente los mexicanos, nos distinguíamos por ese toque de no sé qué de estar y no estar, de hacernos presentes y notorios y esfumarnos en la alegría de la multitud, como si una especie de encanto nos hiciera partícipes de un aura de felicidad que oculta cierta tristeza y como si los diminutivos de nuestra habla quisiera salvaguardar una paz y una tranquilidad que siempre anhelamos y a veces añoramos. Es, esa cultura, esa que a veces se nos va de la vista con lo que vivimos a diario, lo que nos hace una potencia turística para el mundo.
Desde luego que en la Secretaría de Turismo están haciendo las cosas bien, sin duda; pero es que también tienen un enorme material que están sabiendo exhibir. No se trata de desentendernos de nuestros problemas, de dar por bueno lo que está podrido, pero si fuéramos capaces de fijarnos en eso que nos hace atractivos para el mundo, tal vez sentiríamos la misma emoción de pasear por el centro de la ciudad, buscando los pasos del primer taller de José Luis Cuevas, de recorrer la colonia Tabacalera buscando el primer hogar de los exiliados españoles, como habitualmente hacemos en las ciudades del extranjero buscando los pasos de otros artistas y de otros creadores. Alfonso Reyes decía que el nacionalismo es como un cuchillo, sirve para labrar un santo o para sacarle las tripas al vecino; nosotros lo sabemos y la opción no parece difícil, construyamos, si no un santo, sí un árbol de la vida.
