Sí, es que lo vi en internet
Uno quisiera pasar los días en paz, sin preocupaciones, en la oficina o en el colegio, en la calle o en los lugares públicos, pero en tranquilidad; este año parece que a la confabulación universal de las redes sociales le ha dado
por comernos la serenidad; durante siglos, el oficio periodístico se ha perfeccionado de modo tal que ha privilegiado dos elementos que constituyen hoy su principal tesoro: veracidad y oportunidad.
Sobre el primero, la industria de la información dispone de diversos filtros para que la información que llegue al auditorio sea siempre verificable y aunque hoy, como hace 200 años, el secreto de la fuente sigue siendo sagrado, todo el sistema se basa en una red de cruces de información que le permiten a un diario —impreso o digital— a una estación de radio o a una televisora emitir lo que sus reporteros le dan por bueno, el poder y el éxito del informativo radica en la confianza que genera en su auditorio; la información debe ser oportuna y para ello el informativo, que es un ente vivo, sopesa la realidad, sabe —y en esto hay también arte y olfato— cuándo algo es noticia, cuándo es memoria y cuándo es análisis; no discernir entre estos elementos confunde al auditorio y es la ruina de cualquier medio.
Pero la red social es otra cosa, ahí nos confundimos los informadores con los auditorios, los productores con los lectores y todos, armados con un poquitín de ingenio y un teléfono inteligente o una computadora, podemos darle un codazo a The New York Times o a Le Monde. No está del todo mal, pero al carecer de esos elementos de réplica, comprobación y oportunidad, mejor que ver una película de terror es tomar como informativo a las redes sociales cuyas fuentes sean nuestros amigos, nuestros conocidos o, en el peor de los casos, nuestros desconocidos cibernéticos. De pronto es noticia que una chamaca no quiere ir a la escuela porque quiere cambiar al mundo ahora mismo y no le dan chance en la prepa, como si no fuera un caso más de los millones que atormentan a los padres de familia en todo el mundo; de pronto, me entero que la ONU ya juntó las firmas necesarias para el arranque de la tercera guerra mundial y eso sí que se pone más interesante, porque la dichosa resolución que se cita no existe y circula cada que las cosas se ponen feas en Oriente Medio. Una de tres, se pone uno a purgar sus fuentes de información para quedarse con las más confiables, se mete uno a la montaña rusa de la desinformación —que no es siquiera posverdad como diría el vecino— o de plano vuelve uno a la década de 1990 y se limita a los noticieros televisivos, radiofónicos o al periódico de su preferencia. Yo he optado por la primera, tan sólo por salud mental.
Pero vaya, que le vengan a uno con que la tercera guerra mundial tiene hora y fecha de nacimiento y que, de ocurrir, no será como toda guerra, un complicado proceso de descomposición política y carencia de argumentos es mucho decir.
En la década de 1980 comenzó a circular la idea de que la política era demasiado grave para dejarla en manos de los políticos; entonces comenzaron a surgir líderes que desconocían el oficio de la política y que plagaron el espacio público de ingeniosas frases que fueron dando al traste con muchas políticas que paulatinamente iban ganando en seguridad, bienestar y democracia; no es que ser político sea malo por sí mismo, lo malo es que nos hemos habituado a los políticos improvisados que, además de negar su oficio, lo hacen de mala manera, sin experiencia y sin conocimiento de un oficio tan antiguo como la sociedad; desde luego que está muy bien que todos opinemos y digamos lo que pensamos, eso es el núcleo de una democracia, pero que nos aventuremos a dar por buenas las más peregrinas ideas que circulan en internet es demasiado pedir a nuestra inteligencia bombardeada por información, imagen y sonido como nunca antes.
Lo que hemos perdido es el sentido común y el pudor en lo que decimos. Lo importante es estar en la conversación, atraer la mirada de quienes nos rodean y cambiar el mundo —aunque no tengamos una idea clara de cómo ni para qué— aquí y ahora, desde este teclado y desde esta cuenta de FB. Nos vendría bien volver al esfuerzo que significa dialogar con las plumas que lo dicen bien y con fundamento, retornar a los minutos de análisis en que recibimos datos y nos confrontamos con la realidad por dura que parezca y que democraticemos esos medios que, bien provistos de fuentes confiables y analistas con oficio, nos ayuden a entender antes de caer en el pasmo y el terror con el que la corriente del dato chambón e improvisado nos hacen creer que el fin del mundo nos cae cualquier día por la mañana.
Twitter: @cesarbc70
