Cine y prejuicio antimexicano

Ahora que nos sentimos tan ofendidos por los discursos antimexicanos se nos olvida que no es la primera vez que esto ha sucedido en el país vecino, también hemos olvidado la manera en que los hemos contrarrestado; demos una mirada al cine norteamericano anterior a la Segunda Guerra Mundial, cuando a partir de la generación de Lupe Vélez quedó claro que la presencia mexicana sería permanente, las productoras norteamericanas se abocaron a conquistar ese mercado a través de la promoción de artistas latinoamericanos capaces de cumplir los estándares actorales y estéticos de Estados Unidos.

Con la Vélez brillaron Lupita Tovar, Raquel Torres, Delia Magaña, Dolores del Río, en una segunda generación Katy Jurado y Carmen Miranda. La presencia de esos actores desplazó la imagen tradicional, prejuiciada, que de los mexicanos había generado el cine estadunidense, en el que aparecían como delincuentes, ladrones y asesinos; no puede olvidarse que la publicidad antimexicana desató asesinatos masivos de mexicanos entre 1910 y 1920, en especial entre 1915 y 1916, cuando más de 300 mexicanos fueron asesinados impunemente por la policía rural de Texas.

En los años anteriores al debut de Lupe se habían rodado películas con personajes basados en prejuicios antimexicanos: The Immortal Alamo, de Haddock, en 1911; The Fall of The Alamo, de Mathews, en 1913; The birth of Texas, de Griffith, de 1915. Otro de los temas favoritos del prejuicio era la frontera salvaje como en On the mexican border, de Dubin, de 1910; On the border line, de Vitagraph, de 1910, Cross the mexican line, de Reid, de 1914; incluso ubicando a México como un enemigo potencial durante la Primera Guerra Mundial como sucedió en A Mexican Spy en America, de Henry McRae, rodada en 1914, y en On the Verge of War, dirigida por Otis Turner en el mismo año.

Cien años después, Francisco Peredo publicó un magnífico artículo al respecto. Aquella tendencia tenía su epítome en la expresión greaser, que designaba lo peor de las características que supuestamente identificaban a los mexicanos, por ejemplo, en Guns and Greasers, de Larry Simon, de 1918; la fobia llegó a extremos tales que el gobierno mexicano tuvo que presentar notas diplomáticas e incluso prohibir la exhibición de las películas con contenido antimexicano. Lupe, por el contrario, presentaba una imagen que contradecía el prejuicio y mostraba una mexicanidad plena de dignidad y orgullo; la Vélez sacó a las mexicanas de las haciendas, las cantinas y los prostíbulos. En la pantalla, como fuera de ella, la imagen de la Vélez quería ser inspiradora. Celia del Palacio recuerda que en The Girl of Mexico, dirigida por Leslie Goodwins, en 1939, Lupe interpreta a Carmelita Fuentes —de la que haría toda una serie cinematográfica — en una producción en la que también trabajaron Leon Errol y Donald Woods; Carmelita es una cantante de la Ciudad de México que vive un romance con un norteamericano con el que se casa y con quien vive en Estados Unidos, triunfa en el amor y en la vida, todo ello en la ciudad americana por excelencia: Nueva York. Es la mexicana que alcanza el dominio de la sociedad estadunidense por sus méritos, su entrega y sus buenos modos, se sitúa en la clase alta de la Gran Manzana y cumple el sueño de millones de mujeres hispanas cuya aspiración no iba más allá de vivir con aceptación y prosperidad en la Unión Americana. La película rompió los estereotipos y prejuicios relativos a las mujeres chicanas y disminuyó la regla implícita de nunca proyectar matrimonios interétnicos, aunque, desde luego, Lupe ya estaba casada entonces con Johnny Weissmüller

Hoy estamos orgullosos y acostumbrados a las estrellas latinas en las pantallas del cine norteamericano; de nuestros directores de cine triunfando en las pantallas de todo el mundo. Son ellos los que nos han demostrado que no se trata de una guerra de discurso ni de descalificaciones; lo que nos hace fuertes a los mexicanos, en Estados Unidos y en nuestra propia patria, es el trabajo silencioso y cotidiano en la afirmación de nuestros valores frente al discurso que nos descalifica. No sé si en realidad Mr. Trump no nos quiere, no me interesa saberlo, sí sé que su discurso está teniendo un efecto que seguramente no desea, que nos miremos en la soledad que representa ser la frontera del mundo latinoamericano, del continente de la Ñ, frente al gigante que se duele de sus propios errores y que quiere vernos, como antaño, como el enemigo al cual echar la culpa de sus vicios acumulados por décadas; hoy pensamos en la manera que antes nos hemos defendido, consumiendo lo mexicano, lanzándonos a conquistar sus mercados aún si no les agrada y volver a poner los pies y nuestros productos en Europa, Asia y en los demás países de nuestro continente.

La memoria es un territorio cambiante, frágil y delicado, pero recurrir a ella es siempre sacar fuerza de donde ya no creíamos que existía y, a veces, una sacudida desde fuera de nuestro territorio funciona como un catalizador de nuestras propias capacidades.

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