El vestido negro de Holly Golightly
Uno de los elementos sobre los que Hepburn construiríael personaje de Hollywood Goligthy, fue el vestuario. Desde finales de la década de los 50, Hepburn había incluidouna cláusula —como recuerda Wasson— en cada unode sus contratos: su vestuario debía ser diseñado por Hubert de Givenchy; esa disposición no era negociable; no se trataba de un capricho, era parte de un estilo que Audrey cultivaba con suma delicadeza y Givenchy era parte importantede su forma de ser en el mundo y de verse a sí misma.
En 1952, cuando Givenchy tenía 25 años dejó el taller de Schiaparelli para establecer su propia firma, y a diferencia de otros diseñadores, el éxito no tardó en cruzar la puerta de su taller; el diseñador nunca olvidó cuando, apenas dos años después de haberse independizado, Audrey, a quien el diseñador no conocía por no ser muy aficionado al cine —hasta entonces—, le llamó por teléfono para concertar una cita, él pensó que se trataba de Katherine y accedió a recibirla; unos cuantos días más tarde, Hepburn se presentó en la casa Givenchy; Hubert recordaría ese primer encuentro como una especie de epifanía; la actriz, un par de años menor que él y ya rodeada del aura de la fama, se presentó con una blusa anudada, un sombrerito de gondolero y sandalias de piso, le propuso que creara el vestuario para Sabrina, su siguiente película; la solicitud era más de lo que cualquier diseñador pudiera desear, pero en ese momento excedía las posibilidades materiales de Givenchy, cuyo todavía incipiente taller sólo tenía ocho trabajadores. Ante la insistencia de la actriz el diseñador accedió a cederle varios modelos de su nueva colección que aún no estaba terminada. A partir de ese momento un pacto de lealtad y fidelidad quedó suscrito entre ellos, él nunca vendió a nadie un modelo aceptado por ella y ella jamás volvió a vestir en pantalla nada que no hubiera salido de su taller.
En el verano de 1960 Givenchy tuvo a la mano el guión de Axelrod, y aunque Audrey ya había sostenido largas conversaciones, una vez que el diseñador leyó el guión se dio cuenta del potencial que el personaje representaba para Hepburn, el vestuario, más que en ninguna otra ocasión, debía definir el carácter del personaje, además, su ropa debía constituir una declaración de principios de una mujer independiente, dueña de sí misma y haciéndose un lugar en el mundo y, por último, independizar para siempre la Holly de Truman de la de Audrey. La primera elección fue el color predominante en el vestuario; Givenchy se inclinó por el negro, una apuesta arriesgada sobre todo porque distanciaba a la protagonista de los prejuicios, el luto y la viudez, rechazando los vestidos coloridos que eran fácilmente identificables con una prostituta; Holly luciría vestidos negros en los momentos clave de la película en la fiesta de su departamento, en su visita con Paul a Sally Tomato en Sing Sing, en el encuentro entre Doc y Lulamae y en su despedida, sobre todo en la apoteósica aparición con la que abre la película. El vestido lucía elegante y sencillo por el frente en el que la pieza principal era el rostro de Audrey, su bisutería y la luz de su mirada, por atrás el detalle de la espalda, el largo y el dibujo de la silueta de Hepburn alzaban la imagen de una mariposa de la noche para fijar el de una chica elegante y dulce irradiando una personalidad suficiente para sostener toda una vida de búsqueda de sí misma.
Mientras Holly toma su café y come su cruasán, el mito de la exclusividad de la elegancia salta por los aires, la misma escena en el Boulevard Saint-Germaine de París en el mismo momento hubiera parecido anodina, la misma escena en la Gran Vía de Madrid habría sido inverosímil, pero Golightly baja de un clásico yellow cab, degusta un desayuno de comida rápida con sus manos enfundadas de guantes hasta los codos, y luce como la esperanza de todas la mujeres que sueñan con ganarse el mundo aunque no puedan encargar un vestido a la medida en el Faubourg Saint-Honoré. Holly comienza demostrando que la inviolabilidad de las fronteras del gran mundo son en realidad límites sicológicos y de actitud.
Givenchy diseñó un vestuario fácil de reproducir y que podía ser adquirido con facilidad —aún sin la marca de su creador— dando a las mujeres de inicios de los sesenta una sensación de seguridad y confianza que necesitaban para conquistar el mundo.
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