Un niño que ofrece disculpas
Hubiera preferido no tener que escribir al respecto, sé que muchos mejores que yo habrán dicho cosas contundentes, pero hay una imagen que me riñe, me impresiona y me exige decir algo. Quienes compartimos mi edad, los que nacimos a fines de la década de 1960 y principios de la de 1970, vivimos una infancia en la que el terrorismoera algo común; en aquellos tiempos los aviones desviados a Cuba eran habituales, los ataques de la ETA, de Septiembre Negro y las tomas de embajadas por miembros de los movimientos de liberación nacional de todo el mundo ocurrían con frecuencia; sin embargo, nos sentíamos más seguros. Algo ha cambiado en la metodología y la intencionalidad del terrorismo; hoy algo está escapando rápidamente de nuestro entendimiento y, en este caso, un error de interpretación puede significar, en el mediano plazo, una escalada de locura que nadie quisiera presenciar.
Se trata de la fotografía de un niño sirio en un campo de refugiados en Grecia, donde levanta una pequeña pancarta que dice Sorry for Brussels, de las letras que nombran a la capital belga se desprenden unas gotas de sangre, el niño está asustado, juraría que, incluso, está a punto de derramar alguna lágrima; lejos del melodrama de la imagen, igual que sucedió con la del pequeño niño ahogado en la playa de Turquía, la imagen es el retrato de nuestros tiempos. Dudo que el pequeño se sienta culpable por los atentados en Bruselas, dudo todavía más que tenga razón para disculparse, como víctima de la violencia el pequeño es inocente. Pero lo que no podemos dudar es que tiene mucho miedo. Apenas unas horas después del atentado, en Francia fueron lanzadas bombas de humo contra una mezquita. Lo que sigue será el fortalecimiento del discurso infausto y enfermo de Donald Trump y en medio todos los que no queremos volver a la época de las cruzadas.
El terrorismo de los años 70 era selectivo, sus puntos eran simbólicos y tocaban a sujetos escogidos que, aun cuando no fueran importantes por sí mismos, representaban el poder opresivo del imperialismo, del colonialismo y de las dictaduras. Le temíamos, pero lo comprendíamos. Después de París y de Bruselas hay una lógica que no encaja: no existe algo así como una revuelta islámica contra Occidente porque no hay un solo islam, como no hay un solo cristianismo; porque no es lo mismo un musulmán de tercera generación en Manhattan con un extremista sirio o saudí; no es fácil entender sus reivindicaciones porque carece de racionalidad que alguien pretenda el dominio mundial bajo un solo dios o una sola forma de invocarlo, por eso me angustia la imagen del inocente disculpándose, porque seguramente él no comprende el fenómeno que se le presenta, pero sabe que, irremediablemente, lo que sigue son las represalias. Si las formas y los métodos del terror han cambiado, que también lo haga nuestra forma de responder al problema.
Existe un profundo problema de desigualdad en las sociedades europeas, hace apenas unas décadas eran los propios europeos los que atiborraban barcos y aviones en un intento desesperado de huir hacia países que no querían recibirlos, entonces libramos una guerra entre el fascismo y la libertad; hoy no son migrantes los que perpetran los ataques, son los marginales de las sociedades occidentales; sus objetivos cambiaron, no son comisarías de policía o embajadas, son símbolos de nuestras libertades: estadios, cafés, estaciones de metro y aeropuertos; sus víctimas no son chivos expiatorios, son cualquiera de nosotros. Es verdad que no se puede sino fortalecer las medidas de seguridad y vigilancia, pero eso de nada sirve si la racionalidad de las relaciones internacionales no cambia hacia una urgente medida de equidad entre los pueblos y un ataque frontal a la pobreza.
Yo también ofrezco disculpas por Bruselas, como occidental y como heredero de la cultura que crearon romanos, griegos y hebreos. Ofrezco disculpas por el odio de siglos, pero sobre todo por no haber hecho lo suficiente para que unos cuantos no tuvieran pretexto para engendrar odios tan irracionales.
