La aristocracia del barrio

Ayer, cuando Daniel Rodríguez Barrón, magnífico escritor como conversador, se dolía de los vecinos de asiento y de sus comentarios pedantes y a toda voz como si los periodistas de Cannes estuvieran pendientes de sus sesudas reflexiones, le recordé entonces algunas otras especies que animan nuestra vida pública, por ejemplo, los que, con tal de no trabajar viven de la pitanza de los cocteles culturales; los encontrará en presentaciones de libros, en conferencias magistrales, inauguraciones de exposiciones, con una soltura que es la soltura que sólo puede dar la práctica y el conocimiento; los podrá ver con su traje brillante de mil doscientas puestas, acercarse sin miedo ni pudor al candidato a Premio Nobel y soltarle a bocajarro: “¿Sabía usted que el alma pesa veintiún gramos?”.

Hace muchos años, Joan Manuel Serrat escribió una canción prodigiosa a la que llamó La aristocracia del barrio, cómo ha cambiado aquella aristocracia pícara del estraperlo por la de los profesionales del comer sin trabajar; otro ejemplo, la cofradía de los escritores de servilleta, esos que se niegan a trabajar en cualquier cosa que no sea la construcción de su obra literaria, de acuerdo con la capacidad económica de sus mecenas, se les puede hallar en la cafetería de alguna librería, desde las Lomas de Chapultepec o Polanco hasta la de la histórica librería Gandhi. También en cafeterías universitarias o en las que se puedan permitir de acuerdo con el peculio de sus patrocinadores.

Tienen la conciencia tranquila, en realidad son empresarios cuya industria son ellos mismos. No despilfarran el dinero de sus patrocinadores, lo invierten en un viejo volumen de Neruda y en no más de un café del más barato, a sabiendas que lo devolverán con creces cuando la fama los alcance. Mientras eso sucede, a cambio de sus sabias reflexiones, podrá aceptarle el bocadillo al colega que pasa por ahí o, mediante su atención y su alabanza, trincarle una comida al profesor que le cayó en suerte pasar por ahí.

La vida política es también generosa con esta aristocracia urbana; se les puede ver en la entrada de la sede de cualquier partido político, de las Cámaras o de las secretarías de Estado. Se trata de una especie todavía que requiere de dos habilidades extraordinarias: el dominio de la noticia diaria, después de todo la primera plana del periódico se puede leer gratis, dominio que debe estar acompañado de imaginación para completar lo que no se pudo leer e inventar conspiraciones y alianzas que lo hagan interesante; la segunda de las habilidades es una memoria prodigiosa para los nombres y los rostros; en todo caso, si la memoria falla se debe tener la gracia para recurrir a los tratamientos protocolarios que nunca yerran: “señor”, “licenciado” o “compañero”, de entre los cuales el más sagrado y efectivo, el abracadabra para quiene sabe usarlo, es la palabra “jefe”, que resume todos los valores de lealtad, obediencia y docilidad que caracterizan a esta cofradía de la nueva aristocracia del barrio. Los que pertenecen a esta rama pueden ser fieles a un partido, lo cual no deja de enaltecerlos y los convierte en parte del paisaje de los augustos edificios de sus partidos, otros son mercenarios del hambre y cambian de instituto político según la estación del metro que les quede a mano. Los trashumantes del oficio saben también cambiar de discurso como de vestuario, de acuerdo con el lugar donde se encuentran o del interlocutor que atrapan.

Así las cosas; esta nueva aristocracia incluye otras especies, aunque menos vistosas y con menor tradición: el inversionista sin dinero, el vendedor sin producto, el abogado sin clientela, el espiritual sin iglesia o el que no es mendigo pero que le han operado a la abuela siete veces en la semana, que le han robado lo del pasaje de vuelta al pueblo en otras tantas ocasiones en el mismo periodo, o que vende un anillo de auténtico oro que se ha encontrado.

En fin, lo que no ha cambiado desde que Serrat escribió su canción hasta nuestros días, es la congénita pasión por no trabajar, porque eso… eso es cosa de tontos y desesperados.

Twitter: @cesarbc70 

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