Premonición literaria
Julio Verne pasó a la historia como el gran profeta de la ciencia y la tecnología; en la sede de la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual campea una frase de su autoría: “Lo que un hombre puede soñar, otro puede realizarlo”. Los libros de Verne son el epónimo de una de las funciones más difíciles de comprender en materia literaria: la composición de escenarios futuros, la construcción del mundo del mañana a partir de la conciencia del porvenir.
Los grandes fenómenos sociales, se han visto precedidos de movimientos literarios que los ordenan y, podríamos decir, los hacen posibles.
En Grecia, Homero invoca a las musas para narrar la historia de la guerra de Troya. Dice el vate: “canta, oh musa, la cólera del pélida…”. Más de mil años después, será un poeta —no un militar ni un político— el que prevea el lugar que el hombre ocupará en el mundo en adelante; Dante no invocará a nadie, sino que dirá: “cuando me encontraba en mitad del camino de la vida…”, él mismo —y no la musa— imaginará y expondrá su visión del cosmos. Y así, a partir de Dante, los seres humanos abrimos los ojos para describir y construir el mundo de acuerdo con nuestros limitados pero soberbios medios.
En las décadas de 1960 y 1970, sin que podamos precisar el momento de su arranque, ocurrió un fenómeno al que hoy llamamos “boom latinoamericano”, que concitó una enorme explosión de interés sobre las letras continentales, representada por las voces cosmopolitas de autores como García Márquez, Julio Cortázar y Carlos Fuentes. Estos autores dieron voz a una literatura, antes considerada como marginal, en el contexto del diálogo literario occidental. Sus letras denunciaban carencias y ofrecían escenarios, no siempre desde el realismo, sino aún más allá de él, desde la posibilidad, a veces mágica, de construir otra sociedad en medio de la represión y la dictadura, en pos de la paz y la autonomía. Un elemento importante de esa literatura es lo que podríamos llamar el ciclo de novelas de dictadores. Se trata de libros que van desde el Tirano Banderas de Valle-Inclán, hasta La fiesta del Chivo de Vargas Llosa; pasando por La Muerte de Artemio Cruz de Carlos Fuentes, El Señor Presidente de Miguel Ángel Asturias. La denuncia de los pantagruélicos excesos de los dictadores, hicieron posible que libros como El Otoño del Patriarca de García Márquez; Margarita, está linda la mar de Sergio Ramírez o el Oficio de Difuntos de Uslar Pietri, tuvieran un efecto conscientizador y alentador en la organización de la resistencia, que traería como consecuencia la reconstrucción democrática del espacio político.
No es que el escritor sea profeta, sino que, al entrar en contacto con las necesidades de su tiempo, puede ver más allá de lo inmediato, pensando en el presente como un símbolo y en el mañana como una posibilidad. Hoy, cuando parece que las voces son demasiadas, pienso en lo que escriben autores como Juan Gabriel Vázquez en su Ruido de las Cosas al caer; en nuestra relación con los animales, como sucede en La Soledad de los Animales de Rodríguez Barrón; en el descarnado dibujo del capitalismo en el Memorial del Engaño de Volpi o en el mundo esperpéntico que muestra Álvaro Enrigue en Decencia, o en el duro cadáver de una ciudad como la que se muestra en la Armadura para un hombre solo, de Pablo Raphael. Un universo de letras que presenta una sociedad que se reconstruye a pesar de sus políticos chambones y de sus empresarios venales.
Tal vez lo que están previendo estos escritores, la novela de hoy, digamos, es la visión de un continente cuya alternativa es la ciudadanización más que la revalorización de la política, la recuperación de las voces, en lugar del triste abandono que nos empuja, en una especie de abúlico apocalipsis en el cual, por cierto, nos negamos a entrar.
