La biblioteca de Marilyn

El proceso de catalogación de los más de 400 volúmenes de la colección había despertado el interés público por aquella mujer que había posado desnuda para Playboy.

Quien prejuzga se equivoca, pero además de eso, es injusto. El error se relaciona con la inexactitud intelectual, con el defecto en el raciocinio o en la percepción, pero no necesariamente en la moralidad; por otra parte, el prejuicio impacta tanto en el aspecto intelectual en términos de acierto o error como en la noción de la justicia en términos de bondad, humanidad y generosidad. Quien prejuzga no sólo se equivoca, sino que además, condena. El aspecto más áspero de la condena, por otro lado, es que, por definición y por naturaleza, toda sentencia está dotada de consecuencias. Quien prejuzga se equivoca, condena y sobre todo resulta cruel e inhumano.

Hace algunas semanas, Christie’s, la famosa casa de subastas ofreció al público la biblioteca de Marilyn Monroe. Ya desde meses atrás, el proceso de catalogación de los más de 400 volúmenes de la colección había despertado el interés público por aquella mujer que había posado desnuda para Playboy entre vaporosas sábanas de satén, la misma que había sido fotografiada en los descansos de las filmaciones leyendo a Proust o a Dostoievski. El prejuicio mata y mata para siempre sin conceder segundas instancias, recursos de casación o de alzada. A Marilyn se le juzgó en vida y se le sentenció para siempre a ser la rubia tonta, fútil y frívola, el objeto sexual por excelencia.

Es verdad que nadie pretendió convertir a la bomba rubia en una intelectual incomprendida, ni siquiera cuando Seix Barral, en una hermosa y bien cuidada edición que comparte el análisis y el arte facsimilar, dio a conocer en “Fragmentos” los poemas, ideas y reflexiones de Norma Jean Baker Mortenson y de Marilyn Monroe, desligadas y unidas en la tristeza y el silencio. En cambio sí se sintió en muchos ambientes una cierta curiosidad intelectual respecto a las lecturas y temas intelectuales de quien se suponía no había tenido nunca ninguno, y también un sentimiento de injusticia e incomprensión respecto de una parte luminosa en la personalidad de quien sólo teníamos como objeto de deseo y como fuente de escándalo.

Ya desde la fatídica noche de 1962, cuando el inerte y todavía hermoso cuerpo de Marilyn fue hallado en su cama aprisionando el auricular de un teléfono, que nunca pudo decir cuál fue o cuál hubiera sido aquella última llamada, la teoría del suicidio fue poco convincente.

Poco después de su muerte, Ernesto Cardenal le dedicó uno de los poemas más hermosos de la literatura latinoamericana de su tiempo, la Oración por Marilyn Monroe. La reconstrucción de la imagen de Marilyn Monroe comienza pronto, como una lucha contra el prejuicio y contra la cosificación de la mujer por el mercado de consumo; primero, a través de la pluma de su íntimo amigo Truman Capote, quien abriría fuego en el combate entre la prensa amarilla y la rosa, entre la roja y el reportaje; después de él, otros como Norman Mailer o Joyce Carol Oates hablaron por ella, en distintos sentidos, pero rescatando al ser humano.

Marilyn muy pronto se convirtió en un símbolo, “soy símbolo de contradicción” dice la Escritura, lo sigue siendo y también es una advertencia. En estos tiempos de información desenfrenada, en el que la Suprema Corte del Facebook o el Santo Oficio del Twitter pueden crear culpables o declarar inocentes a punta de señales telefónicas, donde todos los políticos son ladrones, todos los manifestantes son revoltosos  y todos los que marchan por las calles son revolucionarios, vale la pena detenernos porque es la conciencia crítica lo que nos salva del prejuicio, también la educación, desde luego. Hoy sabemos que entre los libros de la biblioteca de Marilyn figuraban Proust, Pushkin, Hemingway, García Lorca, textos de divulgación científica y de geopolítica, mucho teatro y novela, poca poesía pero selecta, sabemos que leía sus libros y los anotaba; esperar siempre a después del desastre para darnos cuenta que siempre, o casi siempre, nuestro prejuicio es error y que engendra condena y crueldad. No lo sé, tal vez, en realidad, “los caballeros las prefieren rubias”.

*Profesor e investigador de la UNAM

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