Para ocultar nuestro terrores
Nadie desea más sangrederramada en la región, de ninguno de los dos bandos, pero la paz debe estar garantizada por la legalidad y por el concierto democrático al interior de las sociedades.
Pocas ocasiones en la vida hay que tener más miedo de nuestras opiniones, que de las circunstancias que las producen, mucho más miedo de nuestras lenguas afiladas que de los hechos reales; mucho más de nuestros prejuicios que de las amenazas y la violencia. Miedo merece todo aquello que nos impide entender y que nos lleva a generalizaciones peligrosas, que nos hace ver como correcto lo que evidentemente no lo es.
La operación margen protector, lanzada por Israel contra el grupo terrorista Hamas, afincado y dominante en Gaza, va dejando tras de sí, muerte, pena y dolor, para israelíes y palestinos. No hay grandeza ni gloria en este asunto. No hay duda en que pronto, días más o días menos, esto terminará en un nuevo impasse. Un aplazamiento antes de una solución definitiva, como muchos esperamos, aquella en la que puedan convivir dos estados democráticos y con autoridades legítimas que representen a sus pueblos.
Sin embargo, hay algo en este fenómeno que extralimita lo que podría esperarse respecto de cualquier conflicto internacional contemporáneo, ¿Cómo es que el ataque contra un avión comercial no provoca una reacción del mismo talante? ¿Por qué la pobre calidad de los argumentos y la rendición de la opinión frente a las imágenes no siempre verificadas? ¿Por qué no indigna la tardanza en la atención del ébola en África? ¿Por qué la situación de Gaza se toma más como pretexto para descalificar al Estado de Israel, que una razón de fondo para el debate respecto del futuro inmediato de la región?
Israel es una democracia en la que coinciden árabes, judíos y cristianos, todos ellos representados en un parlamento electo libremente, está sujeto a un régimen constitucional laico, con división de poderes que establece un marco de legalidad aplicable al uso de la fuerza, los excesos cometidos por miembros del ejército son juzgados por tribunales civiles y sus sentencias son públicas; cada ataque del Ejército de defensa israelí está precedido de avisos a la población civil. Si a ningún Estado del mundo se le puede pedir que soporte estoicamente ataques sin defenderse, particularmente si éstos vienen de grupos terroristas, entonces, ¿por qué parece de vanguardia acoger la causa de un grupo terrorista, fundamentalista, antidemocrático y que no representa al pueblo palestino?, ¿por qué parece humanitario el terrorismo, y no la democracia?
Se puede estar de acuerdo o no con la manera en que el gobierno democráticamente electo en Israel está manejando la crisis, al interior de la propia sociedad israelí existen voces disidentes —la de Amos Oz por ejemplo—, pero lo que no se puede hacer, en estricta lógica, es asumir igualdad de circunstancias entre un grupo terrorista sin ley ni medida y un gobierno con la primordial obligación de proteger a los habitantes de su territorio, cualquiera que sea su origen. Nadie desea más sangre derramada en la región, de ninguno de los dos bandos, pero la paz debe estar garantizada por la legalidad y por el concierto democrático al interior de las sociedades.
La respuesta puede estar en la manera en que tratemos de disimular nuestros prejuicios. Hace unos días, unos pobres muchachos de los grupos panistas se presentaron como neonazis de opereta; la reacción general fue la burla dirigida, sobre todo, al fenotipo de los jóvenes heydrich, a los que pronto se les llamó los morenazis; de pronto nos preguntamos ¿cómo es que semejantes mestizos, prietos, chaparros y panzones, como somos buena parte de los mexicanos, se atreven a proclamarse seguidores de la bella raza aria? Asustados por la reacción que su propia estupidez había motivado, negaron sus convicciones y dijeron no ser admiradores de Hitler sino simples participantes de un Halloween. Nada se dijo, salvo excepciones, sobre el peligro intrínseco del neonazismo, nada sobre la maldad propia de esa creencia y menos aún sobre los riesgos de la xenofobia y el antisemitismo en nuestra cultura.
Hay quien acusa al gobierno israelí de generar una nueva ola de antisemitismo en el mundo, hace unos días había alguien en redes sociales pidiendo la expulsión de los judíos de México. En el más estricto de los sentidos, la operación militar protege la vida de los pobladores israelíes sean judíos, musulmanes, coptos o turistas; obviar las agresiones de Hamas por temor a las reacciones en el mundo sería tanto como exponer a la población israelí a vivir bajo el chantaje terrorista o peor, repetir el error de la democracias europeas que fueron cediendo territorios a los nazis por miedo a hacerlos enfadar.
El supuesto apoyo al pueblo palestino se ha convertido en una oportunidad para muchos de gritar sus prejuicios en un ámbito de aceptación que en circunstancias normales sería impensable; sus argumentos parecen hijos de la leyenda deicida, de la leyenda del crimen ritual, de las justificaciones seudocientíficas del racismo, de la conjura judeo-masónica universal y de todas aquellas diatribas que exhiben las purulentas llagas de nuestros más lamentables errores, siempre espeluznantes y siempre disimulados: la xenofobia, el racismo y la intolerancia.
*Profesor investigador. UNAM
