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La política educativa en la pospandemia I

Carlos Ornelas

Carlos Ornelas

Conocí a Emilio Tenti Fanfani en 1980, cuando regresé a México tras mi doctorado en Stanford. Antes de obtener mi plaza en la Universidad Autónoma Metropolitana, laboré unos meses en el Centro de Investigación Prospectiva de la Fundación Javier Barros Sierra. Tenti trabajaba allí y, al igual que todos, trataba de imaginar futuros con base en el contexto histórico y presente.

La técnica preferida era prefigurar “escenarios” posibles; una especie de tipos ideales weberianos, pero con menor asidero por tratarse del porvenir, incierto y sujeto a contingencias impredecibles.

Había dos tendencias, aunque no incompatibles: una, ofrecer opciones para la toma de decisiones; otra, ejercicios de imaginación sociológica, como postulaba C. Wright Mills.

En un artículo reciente en Le Monde Diplomatique (Edición Cono Sur, 12/12/20), con el mismo título de esta columna, Tenti demuestra que aprendió bien el oficio de nigromante. Con su venia resumo los teatros que anuncia y cito pasajes clave (prescindo de las comillas para no pulular caracteres).

 

 

 

La restauración. La pospandemia puede convertirse en una especie de restauración o reconstrucción de los sistemas escolares tal como existían antes. En el ámbito educativo, la realidad juega a favor de los conservadores porque a muchos les cuesta imaginar que pueda enseñarse y aprender con dispositivos, recursos, tiempos y espacios distintos a los de la escuela que conocemos. Ya los primeros sociólogos de la educación se sorprendían de las inercias conservadoras que caracterizan a las instituciones educativas. En el siglo XX sucedieron guerras, epidemias, crisis económicas profundas, pero los sistemas escolares resistieron esas catástrofes sociales y lograron conservar sus propios moldes institucionales. Uno puede preguntarse, especifica Tenti, si no sucederá lo mismo en la pospandemia del covid-19.

Los dos siguientes escenarios implican reformas, pero en sentidos divergentes, sino es que antagónicos, aunque puedan converger en ciertos puntos. La premisa: Es verdad que existen muchas buenas instituciones escolares, pero parecieran ser como islas felices en un archipiélago muy triste. Sin embargo, el problema no es de individuos o instituciones singulares, sino sistémico.

El proyecto tecnocrático mercantilista pretende aprovechar lo que denomina “ventanas de oportunidad” para romper con la educación presencial, busca reemplazar esta modalidad con la introducción masiva de tecnologías de la información y la comunicación.

Podría decirse que postula un sistema con menos docentes y más tecnología aplicada a los procesos de enseñanza-aprendizaje. El desarrollo de las TIC en el marco de la globalización favorece la búsqueda de “soluciones globales” a los problemas del aprendizaje. El objetivo último es la construcción de un mercado mundial de la educación donde reine la competencia entre diversos prestadores.

Este propósito viene acompañado de objetivos para el corto y mediano plazos, como la introducción de la lógica del mercado en el interior de los sistemas nacionales de educación y la instauración generalizada de dispositivos de evaluación.

La competencia y la libre elección de establecimiento necesitan de la evaluación estandarizada de rendimientos que produce rankings y determina ganadores y perdedores, tanto entre instituciones educativas como entre aprendices y maestros. En síntesis, la lógica de la competencia no solamente produce desigualdad, sino también sufrimiento generalizado. Tenti documenta este punto con información sólida y comparaciones razonables.

 

 

 

 El tercer arquetipo de la escuela pospandemia responde a un modelo igualitario y democrático que concibe a la educación como un bien público y un derecho humano. Esta opción aparece con frecuencia en la retórica de gobiernos e instituciones, de sindicatos de docentes, intelectuales y maestros. Contiene dosis de utopía, pero es realizable. Merece un trato más extenso; la otearemos el próximo miércoles.

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