Una casa para Naipaul
Imaginemos un hombre con sangre y lengua mestizas hasta el disparate, un hombre que quiere una casa para alojar a una familia anómalamente pequeña. Naipaul, escritor caribeño, no pertenece a la América española y, aunque nativo de Trinidad, difícilmente podríamos ...
Imaginemos un hombre con sangre y lengua mestizas hasta el disparate, un hombre que quiere una casa para alojar a una familia anómalamente pequeña. Naipaul, escritor caribeño, no pertenece a la América española y, aunque nativo de Trinidad, difícilmente podríamos ubicarlo en categorías como “letras inglesas”. Hijo de hindúes, lleva en su expresión la voz de los negros antillanos, el murmullo de sus pueblos indígenas y el fulgor y el brillo del oropel de los imperios coloniales.
Con Naipaul, la literatura mestiza renace y triunfa; Una casa para el señor Biswas es su manifiesto. La literatura de Naipaul es tan barroca como el trópico y el Caribe. Su lectura implica la aceptación de lo distinto, de lo otro reflejado en el espejo que es nuestro propio rostro, embellecido y reconstruido por todas las sangres de América.
El señor Biswas, proscrito por mandato astrológico, hidrófobo por tabú religioso, rotulista por voluntad, tendero por accidente, esposo y padre por destino, capataz de finca por chantaje y periodista por vocación, es un personaje pantagruélico, feliz en su desgracia y contradictorio en su alegría, hijo de una literatura que sólo puede ser dolorosa, cáustica y un tanto cínica; qué le vamos a hacer, así es nuestro continente; de qué otra forma podría aprender uno a convivir con la miseria y los impulsos por salir de la pobreza. Naipaul es un autor sin raíces, a fuerza de tanta mezcla y tanta confusión, pero tiene la belleza del desarraigo y del sueño de la patria ancestral perdida para siempre. Los personajes de Una casa para el señor Biswas sueñan con India, pero no quieren volver; sueñan con Inglaterra, pero no están dispuestos a integrarse; sueñan con lo que no tienen ni pueden tener, pero se resisten a encariñarse con el mundo que les correspondió vivir.
El señor Biswas logra sus éxitos periodísticos como inventor de lo insólito; se niega a narrar lo sucedido para embellecer con su imaginación y con su negrísimo humor lo poco que puede suceder en la Trinidad de mediados del Siglo XX. Tan pobre puede ser nuestra realidad que sólo la salvamos por la imaginación. Al hijo directo de Biswas se le permite ir a la lechería a beber un litro diario; consume sesos de pescado porque está destinado a estudiar en Inglaterra y contribuir así al escape real, al del bienestar y el desarrollo y, en efecto, escapa, pero como buen americano: solo.
Es posible que sea ese impulso hacia el exterior lo que atrae a los lectores a los libros caribeños e iberoamericanos: nuestra exuberancia que a nosotros nos ahoga pero que a otros les resulta atrayente, nuestra necesidad de ingresar al mundo de la cultura universal, nuestra impetuosidad por decir cosas, bien y de corazón, esto es, la llamada a la universalidad que tienen todas las tierras que han sido puntos de desembarque y cruce de caminos.
Ni los personajes de Naipaul, ni nosotros, podemos huir en realidad. Nuestro signo nos acompaña y una luz en nuestra frente nos anuncia como hijos de América: siempre deseosos de irnos, siempre anhelando volver, pero posponiendo el retorno; esta necesidad de ser el que no somos, de tener lo vedado y hacerlo propio; esta necesidad que aprendimos en las selvas y pampas, de estar en todo y por todo, por propio derecho y por vocación autóctona.
Hijos y nietos de desposeídos, todo habitante de América tiene una historia de exclusión. Algunos, como las generaciones de exiliados que compartimos entre nuestros países, aprenden con rapidez y facilidad la noción de la Patria Grande; otros, habituados al exilio interior, se reconstruyen un continente íntimo que pugna por salir en un arte explosivo y melancólico. Hay en los libros de Naipaul hay una noción de estar y no, de querer y no poder, que se resuelve siempre a través de esfuerzos colosales que se concretan en triunfos pírricos para ir pasando la vida mientras el mundo, fuera de nuestros mares, corre en una carrera desesperada por lograr mayor velocidad, mayor eficiencia y menor tiempo de vida, nociones que nos son extrañas porque estamos acostumbrados a medir el tiempo en generaciones inmemoriales, algunas reales y otras inventadas. Naipaul se expresa en el orden del caos; devuelve el consuelo del hombre común enfrentado a batallas apenas más grandes que su estatura y, sobre todo, a la vivencia de la realidad más importante de nuestro continente: el mestizaje.
*Profesor e investigador UNAM.
