Mirar hacia ambos lados en la muestra ‘Deportable Aliens’

Las esculturas de Lara Zendejas abordan el peligro de la migración

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CIUDAD DE MÉXICO.

El trabajo que Rodrigo Lara Zendejas muestra en Deportable aliens 1 apunta a la construcción de la identidad desde el lugar en que se vive. Desde los lugares en que se habita; porque no importa el sitio físico que ocupa el cuerpo, uno también vive en el espacio en que están los pensamientos, la familia, la historia.

México ha sido uno de los países latinoamericanos que ha emprendido la práctica de echar raíces en la tierra para luego trasplantar la fuerza de trabajo al “otro lado”, a un lugar donde existen, se dice, “más oportunidades laborales”. Vivir en un país, trabajar en él, invertir la vida (el tiempo propio), para tener dinero a cambio, para dar una mejor vida a los propios. Se pierden las direcciones, las fronteras: ¿cuál es el otro lado?

Uno parte hacia el norte y supone que allá es el país extranjero, pero vive allí, habita ese espacio con su soledad y sus costumbres, manda su vida en forma de recursos hacia el “otro lado”, que ahora es el lugar de proveniencia. Por eso vivir en un lugar geográfico no determina la identidad: siempre estamos mirando el sitio del que venimos, como si tuviésemos dos rostros: uno que mira para cada lado. Así se muestra la Inmigrant Identification Card que exhibe a una persona de “perfiles”, un hombre que tiene un rostro que mira hacia la izquierda y otro que mira a la derecha, ambas caras son una sola cabeza; es un solo hombre en ese espacio mínimo que lo identifica, frente a los otros, como inmigrante.

El texto de sala que acompaña a la obra de Lara Zendejas recuerda lo ocurrido a finales de los 30 en Estados Unidos, cuando se gestó un programa de “repatriación” para inmigrantes, esto es, un eufemismo para la segregación. Luego de la gran depresión económica se hicieron patentes los sentimientos antiinmigrantes a través de este programa que inducía el regreso “voluntario” a personas con algún origen mexicano; muchos de ellos nacidos en EU, muchos de ellos sin haber pisado nunca tierra mexicana, porque “la frontera los cruzó a ellos luego del Tratado de Guadalupe Hidalgo de 1848. Este evento parece lejano a los pulgares-monstruos (los deportable aliens) que llevan esculpidos rasgos humanos —ojos, bocas, cejas, sonrisas, narices, barbas, lenguas—; siempre rostros “parciales” que delatan lo poco que dice de uno su identificación, su huella dactilar; quedan insertas facciones de un rostro en cada pulgar que toma la dimensión de una cabeza humana; se crean piezas que oscilan entre lo monstruoso, lo irónico y lo grotesco: un atisbo a la mirada que el nacional tiene hacia el extranjero. Parece distante, pero aquel programa de repatriación es más bien un referente que se actualiza en la vivencia cotidiana de rechazo hacia el extranjero, el que viene de otra tierra. Aunque no existiera hoy una iniciativa de deportación para migrantes —legales o no—, el material con el que Rodrigo Lara Zendejas esculpe sus piezas encarna la realidad del mexicano al “otro lado”: un material que se usa, normalmente en escultura, como transición para el acabado de la pieza.

Las esculturas de Lara Zendejas abordan el peligro de la migración desde adentro, desde su construcción, con la materia prima que recuerda la fragilidad de la condición migrante: la posibilidad latente de ser repatriado, deportado, pero también el latido que palpita hacia ambas casas, el hogar al que se envía el sudor y el inmueble en el que se pasa el tiempo, el recordatorio constante de la posibilidad de partir de nuevo.