Brazada desesperada: el exceso cobra factura a Ryan Lochte

Una de las figuras más laureadas del deporte estadunidense subasta tres medallas olímpicas para disminuir sus deudas económicas

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Foto: Mexsport.

La madrugada de Río de Janeiro en 2016 todavía olía a cloro cuando Ryan Lochte decidió mentir al mundo en una escena provocada por abuso de alcohol y una fama que durante años le había permitido salir ileso de casi cualquier exceso. Durante los Juegos Olímpicos, el nadador estadunidense dijo que había sido encañonado durante un asalto. En cuestión de horas, el relato se empezó a agrietar hasta que la verdad salió a flote. Ahí empezó el final de su carrera.

La versión que lo ponía como víctima se desmoronó rápidamente. Los investigadores de la policía de Brasil establecieron que Lochte y otros nadadores estadunidenses habían causado destrozos en el baño de una gasolinera después de salir de una fiesta. El enfrentamiento fue con guardias de seguridad del lugar. Al menos uno de ellos les apuntó con un arma para contener la situación. No hubo ningún robo, se trató  de un acto de prepotencia del aclamado atleta que unas horas antes había ganado su último oro olímpico al participar en el relevo  4x200 libres.

Técnicamente Lochte seguía siendo un campeón. En los libros de historia, un gigante. En la realidad, un atleta desbordado por la vida que venía después de tocar la cima demasiadas veces. En Río perdió el control.

Durante más de una década, Ryan Lochte fue el contrapunto perfecto de Michael Phelps. No el heredero ni el rey, sino el obstáculo necesario. El nadador que obligó a la Bala de Baltimore a exigirse un poco más. Conquistó 12 medallas olímpicas, seis de oro en cuatro Juegos Olímpicos. Atenas, Beijing, Londres, Río. Sólo Phelps acumuló más gloria en la historia estadunidense. Lochte fue parte de la época dorada de la natación de su país, pero se desbordó.

La suspensión de 10 meses impuesta por USA Swimming fue el primer corte visible. El resto ocurrió en silencio. Los patrocinadores se alejaron, los contratos  no se renovaron, una figura pública convertida en problema. El margen de error que durante años lo protegió desapareció de golpe. La piscina ya no podía limpiarlo todo.

Los metales de Atenas 2004, Pekín 2008 y Río 2016, a subasta

Aquella medalla de Río, ganada horas antes del escándalo, hoy forma parte de otra escena. Es una de las tres medallas de oro olímpicas que Lochte ha puesto en subasta. Atenas 2004, Pekín 2008 y Río 2016. Media carrera ofrecida al mejor postor. Lochte utilizó sus redes sociales para dar a conocer la noticia. Una declaración de urgencia para ayudar a pagar deudas acumuladas tras una vida de excesos, un divorcio en curso y la necesidad concreta de estabilizar su presente.

Mis medallas olímpicas representan recuerdos que llevaré toda la vida, pero ahora quiero que hagan más que permanecer en un estante. Las comparto para que inspiren y empoderen a otros”, declaró Lochte antes de que iniciaran las pujas en 20 mil dólares por pieza.

La historia de Lochte no es la de un talento por accidente. Creció en una familia marcada por la natación, entrenado desde joven para entrenar el cuerpo al límite. El éxito llegó pronto y se acumuló rápido. El problema apareció cuando la vida fuera del agua empezó a exigir orden, límites y continuidad. Habilidades que nunca fueron parte del entrenamiento.

Tras Río de Janeiro, la carrera deportiva entró en una etapa errática. En 2018 ingresó a rehabilitación por alcohol. Intentó regresar al equipo nacional de su país. En 2021 buscó clasificarse a sus quintos Juegos Olímpicos, pero su fuerza dentro del agua no fue la misma. Terminó séptimo en los 200 metros combinados, su prueba emblemática. Tres segundos de diferencia. Michael Phelps observó desde una cabina de transmisión. El ciclo se cerró sin ceremonia.

La vida personal de Lochte se sumergió en aguas turbulentas.

El matrimonio con la modelo de Playboy,  Kayla Rae Reid, se rompió tras siete años. Llegó el divorcio. Tres hijos. Una disputa legal por manutención, vivienda y custodia. En 2023, un grave accidente automovilístico, cuando iba a recoger a sus hijos, casi le cuesta la vida. Las lesiones físicas derivaron en una nueva recaída en el abuso de sustancias y en otra etapa de rehabilitación.

Después del escándalo de Río, me encontré en mi punto más bajo. Estaba deprimido hasta la médula, recurriendo al alcohol, las drogas y el sueño. Cada día despertaba recordando mis fracasos”, confesó Ryan Lochte al momento de promocionar su autobiografía.

El libro surge como intento de orden y de absolución.

Hoy, Lochte habla de sobriedad, de fe y de un cambio drástico. Dice haber recuperado la claridad mental y rodearse de influencias positivas. Reconectó con su madre. Busca una relación distinta con sus hijos. “Por fin he recuperado mi voz y la confianza que creía perdida para siempre”, sostuvo en entrevista con People.

Ryan Lochte no está reescribiendo su legado deportivo. Ése quedó fijado en récords y estadísticas. Lo que intenta ahora es emerger. Pagar las deudas materiales y emocionales que se acumularon cuando el éxito dejó de funcionar como salvavidas. Subastar medallas y contar su historia es una brazada de supervivencia.

El oro olímpico puede cambiar de manos. Lo que no se transfiere es el peso de todo lo que ocurrió antes y después.  En ese espacio, lejos del podio y del aplauso automático, Ryan Lochte intenta mantenerse a flote.

*mcam