MexiCanUs: harta neblina y perdidos de la civilización

Viernes 30 de junio

Celebramos el último día del mes con un desayuno “Georgia style”, patrocinado por Vicky, nuestra anfitriona, y su señora madre. De primer tiempo nos sirvieron una taza de café orgánico con leche; en segunda instancia, nos presentaron una olla mediana llena de avena burbujeante con arándanos. En la mesa ya nos esperaban la mantequilla artesanal y tocino sin químicos de ningún tipo. Nos llenamos la barriga de avena y emprendimos el camino con harta neblina y un insistente viento en contra.

Más avanzada la rutina solar, llegamos a un pueblo precioso, perdido de la civilización, con un pasillo de concreto resguardado por dos filas de titanes –incólumes a los vientos– disfrazados de eucaliptos. Rodamos, minúsculos, entre los árboles: el olor fue indescriptible. Pasando los centinelas milenarios nos encontramos con un paisaje verde de pasto y multicolor de equinos. Regresó aquél aire de campiña italiana con el galopar firme de los caballos californianos. Entre la emoción, Nacho ponchó una llanta. Nos dimos cuenta de que la llanta tenía una rajadita y eso era lo que nos tenía en un jaque rutinario. Cambiamos cámara y llanta para estar bien seguros.

Salimos de Verde, el pueblo de los caballos, y alcanzamos Morro Bay. Ahí nos dio posada Philip, un surfer robusto de músculo y de pinta más irlandesa que californiana. Con voz ronca y profunda nos dio la bienvenida y nos enseñó la casa. Casi en seguida desapareció para regresar a las olas.

Nacho y yo nos dimos un merecido baño y caminamos un par de cuadras hasta Wee Schack, un restaurante donde sirven, dentro de las mejores 50 cheesburgers para comer en Estados Unidos, unas muy económicas y llenadoras hamburguesas.

Volvimos a casa de Phil y caímos profundos hacia las nueve de la noche. ¡Por fin hay nubes!