Prodigios
A ciencia cierta no se sabe cómo y bajo qué condiciones se produce un genio. No sabemos cómo en el siglo V a.C, el siglo de oro de los griegos, el siglo de Pericles, brotó un racimo de potentes inteligencias como los filósofos Sócrates, Platón, Aristóteles, artistas ...
A ciencia cierta no se sabe cómo y bajo qué condiciones se produce un genio. No sabemos cómo en el siglo V a.C, el siglo de oro de los griegos, el siglo de Pericles, brotó un racimo de potentes inteligencias como los filósofos Sócrates, Platón, Aristóteles, artistas como Fidias, los escritores de las tragedias Esquilo, Sófocles, Eurípides de los que mucho se puede aprender —y reforzar con los enfoques de Bowra, Murray, Grimal y otros—, y en el Renacimiento con luminarias de la dimensión de Galileo Galilei, Miguel Ángel, Pico della Mirándola, Dante, Shakespeare, Newton, Leonardo.
Un común denominador distingue a las antorchas del pensamiento: concentración, motivación, trabajo febril obsesivo, profundidad. El talento sin esfuerzo no florece. El condicional de la frase: si él se dedicara…, no encaja en la vida real; tan estéril como sembrar lirios en un diamante.
Hay otro campo intelectual sorprendente: los niños prodigio que despiertan asombro en la música, en las matemáticas, en el ajedrez. A los 14 años de edad Wolfgang Amadeus Mozart reprodujo de memoria, con fidelidad nota por nota, la polifonía del Miserere de Allegri; en una segunda audición le dio una breve afinada. La reproducción de la obra estaba prohibida. Brillaron en matemáticas Gauss o el francés Galois, que murió a los 21 años en un duelo que, en aquel tiempo, no se podía rehusar, ante el campeón de esgrima de París. La noche anterior trabajó intensamente con el fin de dejar una gota testimonial de su sabiduría matemática.
En el ajedrez hay historias de precocidad intelectual de algunos notables como Sammy Reshevsky, que a los ocho años podía derrotar a una veintena de maestros —sus padres vivían a costa de su talento—, pero era incapaz de reconocer a una jirafa o un hipopótamo como cualquier niño normal. Fue un gran campeón de Estados Unidos en la década de los 40 y 50.
A los cuatro años Capablanca aprendió tan sólo de ver jugar a su padre. Se refiere que un día, al terminar una partida, el niño le dijo a su papá que había ganado por dar jaque en una casilla que no podía alcanzar un caballo. Y añadió que él podía ganarle. Jugaron y el prodigioso Capablanca ganó.
Expresión de la época, la tecnología, las computadoras, los engines motorcitos capaces de calcular millones de combinaciones en el tablero de ajedrez en menos de un segundo, transformaron y revolucionaron el mundo del milenario juego. Hoy los niños genios se están produciendo por racimos.
En las últimas dos semanas dos catorceañeros, el chino Wei Yi y el estadunidense Jeffery Xiong, de raza china, ganaron el Campeonato de China y el fuerte Open de Chicago. Wei Yi triunfó invicto en la Olimpiada de China y el Mundial por equipos de Tsaghkadzor, en once y nueve rondas. Xiong, invicto en nueve partidas.
Los niños prodigio poseen memoria visual excepcional. Pueden reproducir complejas posiciones con gran número de piezas con tan sólo observarlas un par de segundos.
Maravilla que Fischer y Judith Polgar hayan logrado tanto sin la tecnología moderna.
