Aquel verano mortal: la ola de calor que deshidrató a 350 en Chicago
Esta ola de calor fue parte de una serie de eventos climáticos extremos conocidos como el Dust Bowl, que afectaron gravemente a las Grandes Planicies

En el verano de 1934, Chicago fue testigo de una de las olas de calor más devastadoras de la historia.
A medida que el mercurio subía sin tregua, la ciudad se vio envuelta en un calor implacable que afectó la vida diaria de sus habitantes, y cobró la vida de 350 personas, víctimas del intenso calor y la deshidratación. Este evento climático extremo dejó un profundo impacto en la memoria colectiva de la ciudad, al poner de manifiesto la vulnerabilidad de las comunidades urbanas ante la furia de la naturaleza. "Aquel verano mortal: la ola de calor que deshidrató a 350 personas en Chicago" es un relato de supervivencia, resistencia y las lecciones aprendidas en medio de una de las pruebas más duras que enfrentó la ciudad en el siglo XX.
Esta ola de calor fue parte de una serie de eventos climáticos extremos conocidos como el Dust Bowl, que afectaron gravemente a las Grandes Planicies y al Medio Oeste de Estados Unidos durante la década de 1930. La intensidad de las temperaturas en 1934 fue un fenómeno extraordinario que dejó una marca indeleble en la memoria de quienes lo vivieron y en los registros meteorológicos.
Los termómetros comenzaron a marcar cifras inusuales ya a finales de mayo, y las condiciones continuaron deteriorándose a medida que el verano avanzaba. En Chicago, las temperaturas alcanzaron y superaron los 100 grados Fahrenheit (aproximadamente 40 grados Celsius) en múltiples ocasiones a lo largo de julio y agosto. Este calor abrasador se mantuvo durante 72 de los 83 días entre el 28 de mayo y el 19 de agosto, según los registros de la época.
La falta de infraestructura para enfrentar el calor, como el aire acondicionado, que todavía no era común en los hogares ni en las oficinas, hizo que los ciudadanos se vieran obligados a buscar maneras creativas para refrescarse. Las piscinas públicas y las playas a orillas del lago Michigan se abarrotaron de personas buscando un respiro, aunque el agua no ofrecía mucho alivio, ya que también se calentaba bajo el sol intenso.
Los más vulnerables al calor extremo fueron los ancianos, los enfermos y los muy jóvenes, quienes sufrieron desproporcionadamente. Las noches no ofrecían mucho alivio; las temperaturas apenas bajaban, lo que dificultaba que la gente pudiera descansar adecuadamente. Las viviendas se convertían en verdaderos hornos, y muchas personas optaron por dormir en los parques públicos, llevando consigo colchones y sábanas en un intento desesperado de encontrar un lugar más fresco.
El impacto del calor fue devastador.
En Chicago, se reportaron alrededor de 350 muertes atribuidas directamente a la ola calorífica. Las víctimas sucumbieron principalmente a causa de la insolación y las enfermedades relacionadas con las altas temperaturas corporales. Los hospitales se vieron desbordados, y el personal médico trabajó sin descanso para atender a las multitudes de pacientes que presentaban síntomas de agotamiento por calor.
El transporte público y las calles se vieron afectadas también, ya que el asfalto comenzaba a derretirse, y las vías del tren se expandían bajo el calor extremo, causando retrasos y accidentes. La vida cotidiana en la ciudad se tornó caótica mientras las temperaturas continuaban elevándose, afectando tanto a individuos como a negocios y servicios esenciales.
En el contexto agrícola, la ola de calor de 1934 fue parte de una serie de sequías que devastaron las tierras de cultivo de las Grandes Planicies. La falta de lluvia y las temperaturas extremas contribuyeron a la pérdida de cosechas, exacerbando la crisis económica que ya afectaba a Estados Unidos debido a la Gran Depresión. Este fue uno de los veranos más difíciles para los agricultores del Medio Oeste, quienes ya estaban luchando para sobrevivir en condiciones casi imposibles.
El fenómeno de 1934 dejó lecciones importantes sobre la gestión de desastres y la preparación para situaciones climáticas extremas. Las autoridades comenzaron a darse cuenta de la necesidad de desarrollar planes de contingencia para futuras olas de calor y otros desastres naturales, lo que eventualmente llevaría a la implementación de políticas más robustas para enfrentar estos desafíos.
El verano de 1934 no solo fue un testimonio de la ferocidad del clima, sino también de la resistencia y adaptabilidad de las comunidades. Los habitantes de Chicago y otras ciudades afectadas demostraron una notable capacidad para unirse y apoyarse mutuamente en tiempos de necesidad, buscando soluciones y compartiendo recursos limitados.
A nivel nacional, la ola de calor de 1934 fue uno de los eventos que impulsaron investigaciones más profundas sobre el clima y el desarrollo de la meteorología como ciencia, ayudando a mejorar las predicciones del clima y las estrategias de adaptación para enfrentar futuras crisis climáticas.
Hoy en día, el verano de 1934 sirve como un recordatorio de los desafíos que plantea el cambio climático. Las temperaturas extremas se han convertido en un fenómeno más frecuente, y las lecciones del pasado son más relevantes que nunca en un mundo que enfrenta el calentamiento global. La experiencia de Chicago hace 90 años subraya la importancia de la preparación y la colaboración para mitigar los impactos de los eventos climáticos extremos.
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