Credibilidad en campaña
Viéndolo por donde lo quieran ver, con todas sus cualidades y defectos, el mayor reto que deberán enfrentar los candidatos a la Presidencia de la República Mexicana será el de ganar credibilidad en tan sólo tres meses. ¿Podrán lograrlo?
QUÉ DIFÍCIL, ¿NO?…
¿Cómo le va a hacer José Antonio Meade para que le crean que, a pesar de ser el candidato del PRI, él no es priista? ¿Cómo para convencernos de que sería un buen presidente rodeado de reconocidos personajes que la opinión pública reclama y reprueba? ¿Cómo le va a hacer Ricardo Anaya para darle madurez y fortaleza a su figura pública? ¿Cómo para que le crean que su juventud e inteligencia son suficientes para vencer no solamente a sus rivales en campaña, sino a los grandes retos que representan la corrupción, la impunidad y la inseguridad? ¿Cómo le va a hacer el conocidísimo Andrés Manuel López Obrador para convencer a sus detractores de que él es diferente a quien ellos se imaginan? ¿Cómo para dar certeza de que sus condiciones y creencias personales representan un beneficio y no un peligro para México? La credibilidad no es algo que deba pedirse, sino que es un patrimonio que sólo podrá ganarse a través de la confianza y ésta sólo a partir de la seguridad en aquello que sea percibido como coherente. El asunto entonces estribará en una eficiente estrategia de campaña que permita a los votantes sentirse seguros y confiados en el candidato de su preferencia y sus respectivas propuestas para entonces poder creerle. La pregunta clave es: ¿podrán realizarla en tan sólo tres meses con todo y los prejuicios negativos que se han sembrado en el periodo de precampaña, producto de sus respectivas incoherencias?
ASUNTO DE IMAGEN PÚBLICA…
El asunto de la credibilidad como patrimonio y su relación con la reputación está íntimamente ligado con la ingeniería en imagen pública. Trataré de explicarlo en tres pasos. Primero: imagen es la percepción que se origina por los estímulos que algo o alguien nos envían. Estos serán una fuente de gran información que nuestra mente decodificará rápidamente, otorgando una identidad a lo percibido. Esto es tan natural y fácil como decir “lo que acabo de percibir, sobre todo viéndolo y oyéndolo, me gustó y lo acepto, o me parece malo y, por ende, lo rechazo”. Si nuestros sentidos siguen percibiendo los mismos estímulos en diferentes ocasiones durante un periodo suficientemente largo, nuestra mente habrá arraigado la identidad con tal fuerza que será capaz de otorgar una reputación, ya sea buena o mala. La reputación no será otra cosa más que una imagen pública sostenida en el tiempo. Segundo: nuestra mente necesita de la coherencia para poder actuar. Cuando ella detecta algo incoherente en lo percibido prefiere rechazarlo o abstenerse de actuar, lo que finalmente es una forma sutil de rechazo. Tercero: la coherencia debe darse en dos sentidos: a) Entre el nivel verbal de comunicación (lo que se dice con palabras) y el no verbal (lo que se dice sin palabras), el cual funciona de manera oculta y complicada otorgando a las cosas significados a veces contradictorios y b) Entre la esencia y la imagen, es decir, entre el ser y el parecer. Que quede esto muy claro, la esencia es el fundamento de la imagen, de tal manera que de nada sirve parecer cuando no se es, y nadie creerá que algo se es cuando no lo parece. Ahora trasladen lo anterior al terreno de las campañas políticas y encontrarán la explicación del por qué la gente ya no cree a quienes participan en ellas. La opinión pública no está encontrando coherencia entre el comportamiento político diario y la palabra política en campaña, la cual se brinda entre discursos de contenido agotado y tono agotador, llenos de promesas sin sustento, lo que impide encontrar conexión entre lo que los candidatos están diciendo con palabras y lo que los hechos dicen por sí solos, al grado de ponerse en duda la existencia de una buena esencia en ellos mismos, que en lo personal todavía quiero creer que sí existe. Urge, por lo tanto, un cambio de fondo que muestre la buena esencia, el cual bien podría empezar por el camino del arrepentimiento y la autocrítica, para terminar en el cambio necesario de las formas que contemplen más hechos y menos palabras, ¿no creen? Si no… ¿cómo?
