Inmortal

Hijo de Nix, la noche, y de Érebo, la oscuridad, hermano gemelo de Hipnos, el sueño, representado como un joven bello, alado, del que no hay escapatoria y que porta una antorcha invertida con el fuego apagándose, símbolo de la vida que se extingue, así es Tánatos, ...

Hijo de Nix, la noche, y de Érebo, la oscuridad, hermano gemelo de Hipnos, el sueño, representado como un joven bello, alado, del que no hay escapatoria y que porta una antorcha invertida con el fuego apagándose, símbolo de la vida que se extingue, así es Tánatos, dios de la muerte.

Aunque no siempre fue así. Antes del siglo IV a. n. e., se representaba como un viejo poco agraciado, empeñado en llevarse las almas. Y es que, para los griegos, la muerte pasó de ser una maldición odiosa a una parte natural de la vida. Con el permiso de adelantados como Epicuro, quien nos dejó aquella reflexión de que: “la muerte no es nada para nosotros, porque, mientras vivimos, ella no existe, y cuando la muerte existe, nosotros ya no somos”, fue Wittgenstein, quien fue más directo:“La muerte no se vive”.

Lo que sin duda sí se vive es la conciencia del destino inevitable. Esto queda magistralmente ilustrado en la obra de teatro del absurdo: El rey se muere, de Eugène Ionesco.

De todos los temas que se tratan en ella, durante la agonía del rey Berenguer I, destaca la lucha por recuperar y, de ser posible, mantener la dignidad mientras se tiende la mano a ese joven con alas del que no se puede huir.

A la reflexión seria de esto se dedicó el filósofo, médico, escritor y referente de la bioética en México, Arnoldo Kraus. Él llamó “bien morir” a la combinación difícil entre dignidad, autonomía y cuidado. De alguna manera consiguió comunicar que la aceptación de la finitud es parte esencial de la condición humana. Esto, por supuesto, en frontal oposición al proyecto del “transhumanismo”, ese movimiento cultural que aspira a acabar con Tánatos, es decir, matar a la muerte, con ayuda de la ingeniería genética, para, primero, prevenir enfermedades hereditarias (eugenesia terapéutica) y, después, mejorar las capacidades humanas, superando los límites biológicos actuales, como el envejecimiento, ampliando las fronteras humanas físicas e intelectuales (eugenesia positiva), hasta, finalmente, llegar a usar la tecnología aplicada a la biología humana, como la nanotecnología, la integración de implantes tecnológicos y la inteligencia artificial, para alcanzar un estado “poshumano” de ciborgs inmortales.

Kraus sostenía que intentar suprimir la muerte mediante tales tecnologías radicales podía terminar deshumanizando.

Con su filosofía, no prometía la victoria contra la muerte, sino una derrota decente. Esto lo llevó a tratar conceptos tan polémicos como: la eutanasia (provocar el fin) y a distinguirlos de la adistanasia, o sea, el permitir que la enfermedad termine con la vida; la ortotanasia, que es sólo intervenir con cuidados paliativos; y la distanasia, o prolongación innecesaria y fútil del proceso de morir del paciente para alargar la vida, sacrificando la calidad. Siguiendo sus ideas, en el inventario de este “bien morir” se incluye el no evitar conversaciones al respecto, sino pactar con tiempo cómo será el momento final y poder decir lo que se quiere, incluso durante el desenlace; aceptar que se trata de un acto social, no privado, porque se muere frente a los otros; y enseñar, porque morir enseña a los vivos a ordenar, a pedir perdón y a agradecer para embellecer lo que queda de vida.

Kraus falleció el sábado pasado a los 73 años, de cáncer, pero antes de morir, le reveló a su editor que había terminado su último libro, titulado Cuarto 412, en el que narra su experiencia personal con la enfermedad. Habrá que esperarlo.

  • TURRITOPSIS NUTRICULA

Es una medusa de apenas dos centímetros, con una característica peculiar: ha conseguido reiniciar su ciclo de vida indefinidamente, o sea que nunca morirá por causas naturales.

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