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La violencia contra las mujeres

Raúl Contreras Bustamante

Raúl Contreras Bustamante

Corolario

 

 

Sin duda, la pandemia por covid-19 ha modificado la forma en la que las personas hemos desarrollado nuestras actividades cotidianas y ha incrementado fenómenos sociales muy serios. Las medidas de aislamiento y distanciamiento social han impactado de manera negativa en diferentes rubros y una de las repercusiones más sensibles es el aumento en los casos de violencia contra las mujeres.

La violencia familiar es definida como el uso intencionado y repetido de la fuerza física o sicológica para controlar, manipular o atentar en contra de algún integrante de la familia.

Este abuso se ha recrudecido contra la mujer —pilar fundamental en la dinámica familiar— manifestándose de distintas formas y se ejercen por personas relacionadas de manera afectiva dentro del hogar.

Según la Información sobre violencia contra las mujeres presentada por el Secretariado Ejecutivo Nacional de Seguridad, durante el primer cuatrimestre de este año se registró —en comparación con el mismo periodo del año 2020— un incremento de más del 53% en los casos de violencia familiar.

El recrudecimiento del fenómeno de la violencia familiar es alarmante. Tan sólo del año 2015 al 2020, pasamos de 127,424 casos a 220,031 incidentes. Se trata de un incremento del 72%, es decir, casi 603 casos al día.

Pero la cifra récord en esta materia se alcanzó en marzo pasado, al contabilizarse 23,711 presuntos delitos de violencia familiar: la mayor cifra mensual en seis años y que contrasta con los 9,705 casos que acaecieron en el mismo mes de 2015.

Y es que, tal y como lo hemos señalado en este mismo espacio con anterioridad, si bien la violencia contra la mujer está presente en todos los ámbitos de nuestra sociedad, como pueden ser el lugar del trabajo, las calles, incluso las universidades, es alarmante que las agresiones encuentren su caldo de cultivo más fecundo dentro de los mismos hogares.

En síntesis, el aislamiento forzoso provocado por la pandemia se ha vuelto para muchas mujeres un confinamiento junto a su agresor, es decir, la problemática se encuentra inserta en nuestras propias familias y cuya privacidad hace de suyo que muchos de los casos no salgan a la luz.

La gravedad del fenómeno radica en que éste está atacando a la célula más importante en la conformación de una sociedad. Me refiero a la familia, cuya dinámica, al ser deteriorada, se reproduce de forma inevitable en otros ámbitos.

Así, México vive en este año aspectos contrastantes. Por una parte, los comicios pasados harán que las mujeres ocupen el mayor número de posiciones de representación en los Congresos. También contaremos con siete mujeres gobernadoras, la mayor cantidad de mujeres en la historia gobernando a entidades federativas.

En contraste con lo anterior, vivimos la embestida de violencia más cruenta contra las propias mujeres, incentivada por la pandemia. La disrupción en la conquista del derecho de las mujeres a una vida libre de violencia es más que lamentable e impone no sólo a las autoridades —sino, antes bien, a la sociedad misma— el reto de garantizar las condiciones mínimas necesarias de seguridad para las mujeres.

Hace falta estudiar y atacar las causas que dan origen a la fractura de nuestro tejido social, pero también mayor eficacia en la procuración de justicia en el combate a este flagelo. Es inconcebible la impunidad en los casos de feminicidio y agresiones graves que se cometen contra las mujeres, cuando casi siempre se conoce al victimario.

Como Corolario las palabras de la política estadunidense Hillary Clinton: “Golpear a una mujer no es algo cultural, es un crimen, y debe ser dirigido y tratado como tal”.

 

 

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