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Un pleito transexenal

Pascal Beltrán del Río

Pascal Beltrán del Río

Bitácora del director

El 24 de marzo de 2014, el presidente Enrique Peña Nieto recibió en visita oficial a su homólogo panameño Ricardo Martinelli. Ese mismo lunes, a mediodía, me llegó la invitación a la comida en honor del huésped. Acababa de terminar la junta editorial del periódico y apenas me dio tiempo de tomar mi saco y salir para Palacio Nacional.

Ya allí, me formé para la salutación. Cuando estuve frente a los dos mandatarios, Peña Nieto estrechó mi mano y, con gesto adusto, me reclamó la columna que había publicado ese día, en la que hacía referencia a la rivalidad de los secretarios Luis Videgaray y Miguel Ángel Osorio Chong.

“Ya lo leí”, me dijo, mirándome a los ojos. “Está usted amarrando navajas”. Todavía no me reponía de la sorpresa cuando Martinelli cargó por el otro flanco: “Pórtese bien con el Presidente, es mi amigo”.

Entre Videgaray y Osorio, había escrito yo, ocurriría una “irremediable lucha por el poder”. No me equivocaría. Entre ellos no podía haber acuerdo alguno. Un conflicto que era entonces incipiente y soterrado derivaría en una confrontación abierta. Las navajas no las había amarrado yo; las traían desde los tiempos de la campaña.

Lo que era difícil de imaginar a esas alturas del sexenio es que la candidatura del PRI en 2018 no sería para ninguno de los dos; que el otrora partido de Estado sería expulsado por segunda vez del poder, sin haber aprendido las lecciones de su anterior desbarrancamiento, y que los colaboradores de Peña Nieto mantendrían su pleito más allá del final del sexenio.

Son muchos los odios que se cruzan en el procesamiento penal de Rosario Robles. Uno de ellos se remonta a los tiempos en que ella presidía el PRD y el actual Presidente era jefe de Gobierno del Distrito Federal. Pero otro es, sin duda, el de los bandos enfrentados en el gabinete peñanietista, que hizo imposible la mera idea de retener la Presidencia y ahora aflora en medio del ajuste de cuentas con el pasado que enarbola Andrés Manuel López Obrador.

Abandonada por sus compañeros, señalada por uno de sus subalternos, amenazada con pasar el resto de su vida en la cárcel –en la que cayó por la aplicación de una justicia descaradamente torcida–, Robles no tuvo otra que aceptar la invitación de contar lo que sabe para aspirar a una pena menor.

Uno de sus abogados anunció que el objetivo de sus revelaciones a la Fiscalía General de la República sería Videgaray. Y aunque, más tarde, ella misma desautorizaría el comentario, el exsecretario de Hacienda la acusó de mentir para “librar su situación legal”, echando mano del “mecanismo de moda de ‘me salvo culpando a Videgaray’”.

Esto puede terminar de muchas maneras, pero el camino que ha emprendido no es el de la justicia ni la reparación del daño, sino el de la vendetta política. Bien decía ayer Jorge Fernández Menéndez en estas mismas páginas que Rosario Robles es la pieza más débil y más apetitosa del intríngulis.      

No se requería mucho para despertar los rencores en el pasado equipo de gobierno y fomentar las traiciones. El llamado “criterio de oportunidad” es la llave que ha echado a andar ese motor.

 

 BUSCAPIÉS

*Después de la felicitación del presidente chino Xi Jinping a Joe Biden, la membresía del grupo de países renuentes a reconocer que Donald Trump deberá abandonar la Casa Blanca en enero próximo se ha reducido a tres: Rusia, Brasil y México. Y no es que Biden necesite la felicitación mexicana, sino que mientras más tarde ésta en aparecer, más incómodo será el arranque de la nueva relación con Washington, de por sí retadora.

*Como muestra de la importancia que dará el gobierno de Biden al medioambiente, el presidente electo anunció la designación de John Kerry como enviado especial de la Casa Blanca para asuntos climáticos. Como tal, el excandidato presidencial y exsecretario de Estado se sentará en el Consejo de Seguridad Nacional y representará a su país en negociaciones globales que seguramente contrapuntearán la actual visión energética de México.

*Si el ser humano es de contrastes, Diego Armando Maradona llevó esa condición al extremo. Como futbolista, tocó el cielo; como ser cotidiano, conoció el infierno. Gozó e hizo gozar; sufrió e hizo sufrir. Tuvo una vida de intensas subidas y bajadas como de montaña rusa, transmitida en vivo por la televisión.

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