Chile y México, caminos distintos

Pascal Beltrán del Río

Pascal Beltrán del Río

Bitácora del director

Las transiciones a la democracia en América Latina, durante el último tramo del siglo pasado, marcaron una época de esperanza regional. 

Entre ellas, los casos de Chile y México son particularmente instructivos, habiendo experimentado, con pocos años de diferencia, el final de sendos regímenes autoritarios: una dictadura militar, en un caso, y un sistema de partido hegemónico, en el otro. La premisa inicial de ambas transiciones era similar: pasar de sistemas cerrados a democracias liberales basadas en la competencia política y económica.

No obstante, al analizar sus respectivas trayectorias, se evidencia una divergencia fundamental: Chile ha construido un modelo basado en la resiliencia procedimental y la ininterrumpida aceptación de la alternancia, mientras que México ha virado hacia un modelo de populismo de Estado que está acabando con todo contrapeso institucional, poniendo en jaque la posibilidad de transiciones futuras.

La clave de la estabilidad chilena en la era posPinochet ha sido el respeto de las reglas democráticas. La premisa esencial es que ningún partido pretenda perpetuarse a la mala y que todos acepten el principio de que el poder es temporal. Esto se demostró durante los gobiernos de la Concertación, una coalición de socialistas y democristianos que gobernó por 20 años y estableció el precedente de la gobernabilidad compartida.

Una primera prueba de madurez democrática llegó en 2010 con la alternancia hacia el centro-derecha, y, desde entonces, el país entró en un patrón cíclico de rotación, demostrando que dos décadas de transición no fueron en balde. Quince años después, la resiliencia volvió a manifestarse cuando, el domingo, tras el mandato del izquierdista Gabriel Boric, el electorado giró hacia la extrema derecha, eligiendo a José Antonio Kast, con un contundente 58.16% de los votos.

Este resultado no sólo entraña un cambio de administración. Es, sobre todo, la demostración fehaciente de que la democracia chilena ha internalizado la alternancia como su principio rector. El sistema, con su esquema de segunda vuelta, obliga incluso a las opciones más radicales a conseguir legitimidad por mayoría absoluta. Además, la estructura institucional obliga a la cohabitación, pues Kast gobernará con un Congreso fragmentado, igual que le sucedió a Boric.  

En marcado contraste, la democracia mexicana ha experimentado una obvia regresión. El objetivo del movimiento gobernante ha sido la concentración del poder y la eliminación progresiva de contrapesos. La alta legitimidad electoral obtenida por Morena en 2018 se ha utilizado para minar las instituciones de la democracia liberal, asegurando que la próxima transición no sea genuina, sino una rotación controlada.

Desde hace siete años, un partido ha ido suprimiendo las posibilidades de un cambio político al anular los equilibrios. Esto se ha materializado en el asedio al INE, buscando vulnerar su autonomía. También, en la captura del Tribunal Electoral, y, ahora, en la amenaza de aprobar una reforma electoral a modo, mediante una mayoría legislativa que no refleja los resultados en las urnas.

Mientras eso ocurre en México, la nueva alternancia en Chile actúa como un espejo implacable. Muchos en el oficialismo mexicano se quejan de que Kast haya ganado, llamándolo “pinochetista” y “nazi”, a pesar de que tanto su rival Jeannette Jara como el presidente Boric reconocieron su triunfo y lo felicitaron. Esta virulenta crítica es una manifestación de la profunda ansiedad del oficialismo mexicano por la transición.  

Aquí debemos plantear una pregunta esencial: ¿Qué es peor, una democracia cuyos votantes eligen abrumadoramente a un ultraderechista, pero que en la próxima elección puede ser sucedido por un presidente de signo contrario, o un sistema político, como el mexicano, en el que el partido del gobierno hace todo por mantenerse en el poder anulando la competencia?

Mientras Chile es ejemplo vivo de democracia, con candidatos perdedores que reconocen su derrota y múltiples alternancias, México camina hacia el autoritarismo. Esa diferencia en algo explica que el PIB per cápita haya crecido 32% en Chile en el lapso 2018-2024 y en México, virtualmente nada.

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