Vicios del amor VIII. La falta de inteligencia…

Se trata de no dejarnos la vida en la vida del otro

No hay hombre tan cobarde a quien el amor

no haga valiente y transforme en héroe.

Platón

Nadie ha podido ofrecer un epítome que conserve todas las fórmulas posibles para un amor sano, eficiente y magnánimo. Lo que sí, es que hay algo que todos los seres humanos podemos desarrollar con el fin de acercarnos lo más posible a un amor que nos haga bien, esto se llama inteligencia emocional. Su creador, el Dr. Daniel Goleman señala que la inteligencia emocional es la capacidad de reconocer sentimientos propios y ajenos, de motivarnos y de manejar adecuadamente las relaciones.

La voluntad y el interés. Amar es una cuestión del querer, querer. La inteligencia emocional en el amor implica el autoconocimiento de la mejor parte de nosotros mismos y de la que no lo es tanto, el inconsciente juega muy malas pasadas en el boicot del amor de cualquier índole. Necesitamos hacernos conscientes de la empatía, es decir, de las emociones de los demás, necesitamos conocer al otro, lo que le hace bien y lo hace mejor. No bastan las sonrisas o el ser agradable, es más, no bastan nuestras formas de querer para que los demás se sientan queridos. La comunicación es esencial, necesitamos conocer al otro y comprender lo que al otro le hace sentir amado, querido o apreciado.

Ser generoso con el otro, proveer amor y apoyarle en sus sueños, en ese camino que haya elegido libremente para ser feliz y realizarse, –eso en lo que tanto insisto– empoderar al otro; necesitamos también poner límites saludables a nuestras relaciones. Basta de decir que hemos dado demasiado, hemos dado lo que somos, quizá quien lo haya recibido no haya tenido la capacidad de apreciarlo o bien es un ser de minucias, esa gente no hace bien y hay que hacerse a un lado, necesitamos personas que tengan la capacidad de hacer equipo al mismo nivel de entrega. Quien da, merece saber recibir lo mejor que el otro de sí mismo pueda darnos. Aprender a dar y aprender también a recibir. Se trata de no dejarnos la vida en la vida del otro, sino en saber que cada uno tiene su espacio, su rol y su papel en el mundo con sus propias necesidades, deseos, amistades, pasatiempos… se trata de aprender, comprender y desarrollar una línea de respeto y libertad a la identidad del otro, de los demás.

El amor de verdad se interesa, está siempre cerca, aunque las distancias sean infinitas, y le diré más… Se trata, sobre todo, de madurez emocional, de una madurez dinámica y de crecimiento indeleble, la cual consiste en ser receptivo a escuchar, prestar atención, recordar lo que para el otro resulta importante, en saber comunicar sus aciertos y los nuestros, pero, sobre todo, en saber comunicar los errores que se hayan cometido; es saber vivir el día a día con las tempestades que puedan presentarse y las alegrías que deban celebrarse, se trata de validar al otro, de estar presente y de sentirnos seguros. Se trata de saber negociar, de perder el miedo a decir lo que sentimos, de perder el miedo a las pláticas difíciles y a los acuerdos necesarios.

Por eso, hoy le invito a desarrollar éstas y otras habilidades de la inteligencia emocional y practicarlas. La vida es mucho mejor cuando nos rodeamos de personas que nos hacen bien y a las que hacemos bien; cuando tenemos a alguien con quien disfrutar las pequeñas y las grandes cosas de la vida, a esas personas que podemos llamar a cualquier hora y en las que podemos confiar lo que hemos sido, lo que somos y lo que deseamos llegar a ser. La vida es mucho más bella e interesante cuando tenemos quién nos contenga, nos reconforte y nos anime a seguir adelante.

Las quejas, las criticas innecesarias, las exigencias excesivas, la falta de humildad, de humanidad, la falta de simpatía, de empatía, de comprensión de las necesidades del otro, y las formas de comunicarse irracionales, violentes y agresivas, así como los silencios mal intencionados, nunca podrán conquistar a personas de bien.

Todos necesitamos básicamente las mismas cosas, ser respetados, ser libres y ser bien queridos, es decir ser amados en nuestra propia individualidad, de manera genuina, sin límites que nos hagan sentir menos persona. Dejemos de exigir lo que no somos capaces de proveernos ni siquiera a nosotros mismos, dejemos de utilizar a los demás como un proyecto de salvación de nuestras incapacidades y dejemos de pretender ser rescatados de esos abismos que no hemos podido superar. Nadie es responsable de su felicidad, de su plenitud ni tampoco de su amor propio. Como siempre, usted elige.

¡Felices amores, felices vidas!

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