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No hay tal cosa como “sólo palabras”

Opinión del experto nacional

Opinión del experto nacional

Por Jaina Pereyra*

Esta semana una amiga publicó un video en Facebook en donde la actriz Mayim Bialik, “Amy”, en la serie The Bing Bang Theory explicaba por qué referirse a las mujeres como niñas, podía implicar discriminación por género y aludía a la hipótesis “Sapir- Whorf” para justificarlo. Esta teoría afirma, en términos generales, que cómo nos referimos a las cosas/gente lingüísticamente, tiene un efecto en cómo las conceptualizamos. Así, se deduciría, si nos referimos a las mujeres como niñas, también las tratamos como tales, restándole seriedad a sus dichos o demandas y negándoles espacios de decisión, por ejemplo.

Hasta aquí todo bien. En los comentarios, su hermana escribió que ella no estaba de acuerdo porque “son sólo palabras”. Esta reacción me hizo pensar en todos los dichos que usamos para implicar que las palabras no son importantes porque “se las lleva el viento”, o que “hasta no ver, no creer”. Lamentable, pensé porque, en mi oficio, las palabras son el instrumento más poderoso. En un discurso, las palabras no sólo sirven para seducir al oído y a la ilusión, sino que sirven para reflejar la personalidad, historia, aspiraciones, definiciones e indefiniciones del orador. Y por eso, un buen discursero no puede darse el lujo de trabajar con palabras o frases hechas irreflexivamente.

La primera vez que tomé consciencia de esto fue cuando trabajaba en la Secretaría de Gobernación. Los titulares de todas las unidades se habían reunido en casa del secretario para preparar la comparecencia frente a la Cámara de Diputados. A mí me tocaba redactar el discurso mientras analizábamos los datos, las preguntas potenciales y las respuestas más atinadas. Yo iba y venía con el discurso. En una de las revisiones, el secretario tachó una palabra diciendo vehementemente: “no, Jaina, no es una ausencia, es una carencia. No es lo mismo”. Con ese jefe aprendí mucho precisamente de eso, del uso escrupuloso de las palabras.

A partir de esto, he ido puliendo el oído. Muchas veces voy en el coche y un comercial en la radio me incomoda porque alguna de las palabras elegidas es débil, imprecisa o, incluso, equivocada para lo que se quiere transmitir. Pero pasa mucho. Los discurseros, los guionistas, caen (caemos) en el uso fácil del lenguaje, de las palabras y las frases. No nos damos el tiempo de probarlos bajo el rigor de la lógica. Escuchando discursos o posicionamientos lo noto todo el tiempo.

Eso me pasó, esta semana, con los dichos del coordinador del Grupo Parlamentario del Partido Verde en la Cámara de Senadores. En el marco de la manoseada ratificación de Paloma Merodio en el INEGI y, ante cuestionamientos del Centro de Estudios Espinosa Yglesias sobre su currículum, a Carlos Puente se le hizo fácil decir que: “para exigir esa legalidad hay que cumplirla”. ¿Say what?

¿Cuántas veces hemos escuchado esta idea en distintas manifestaciones? Que, el que esté libre de culpa, tire la primera piedra o cómo se puede ver la paja en el ojo ajeno, pero no la viga en el propio. Hemos normalizado tanto esta creencia, que el coordinador parlamentario del partido que postuló al presidente Peña, cree que al Senado sólo puede exigírsele legalidad cuando uno la cumple (esto, claro, al margen del reconocimiento implícito de actuación ilegal).

Esto es falso. A la autoridad, al gobierno, se le puede exigir legalidad siempre. También si soy un delincuente, puedo pedirle que actúe con base en el debido proceso, por ejemplo. También si decido no pagar mis impuestos y enfrentar la cárcel, le puedo pedir al Estado que actúe bajo estricta legalidad. Es más, puedo denunciarlo ante cortes internacionales si no lo hace.

Algo parecido dijo hace algunos meses Renato Sales, el Comisionado Nacional de Seguridad. Pasó desapercibido. En entrevista dijo que: “Lo que decimos es que si vamos a exigirles a nuestros policías que respeten los derechos, tenemos que empezar pos respetar sus derechos, (…) las corporaciones policiacas deben ser dignificadas, valoradas en lo que son”. Óigame no.

En ambas frases hay una secuencia falaz. Ojalá la carrera policial sea digna. Ojalá que todos paguemos impuestos y cumplamos la legalidad. Pero que los privados cumplamos la ley o respetemos derechos… o no, no es condición para que el Senado o la policía cumplan la ley y respeten derechos. Esta derivación de una frase hecha es falsa. No aplica y debe cuestionarse. Y, cualquier discursero que se precie de serlo, debe cuestionar a su orador cuando se le ocurre, siquiera, caer en implicaciones que nacen del uso indiscriminado del lenguaje, pero no de la razón.

*Economista y Politóloga, Directora de Discurseros SC

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