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La sequía, la inflación y la pobreza

Mario Luis Fuentes

Mario Luis Fuentes

Cuando hace un año comenzó a alertarse de la llegada de un proceso inflacionario de mediano o largo plazo, las autoridades mexicanas vinculadas al tema se apresuraron a desestimar el problema y, en términos generales, se planteó que la cuestión sería sólo un asunto de meses. 

No ocurrió de ese modo y la agresión de Rusia a Ucrania complejizó el escenario global. Los efectos se están observando en todo el mundo, particularmente en los países con los que tenemos mayor vinculación económica y de forma notable en los Estados Unidos de América, donde se registra la mayor inflación de los últimos 40 años y que ya superó la barrera del 9 por ciento. 

En nuestro país ha dado inicio el periodo conocido como “la canícula”, que afectará al menos a 18 estados de la República, en los cuales hay una alta probabilidad de alcanzar temperaturas extremas, y se espera que en algunos casos se llegue incluso a niveles de hasta 50 grados centígrados. 

Los indicadores de pobreza laboral que tenemos muestran que el ingreso laboral real de las personas no se ha recuperado aún a niveles similares a los previos a la pandemia, cuando ya de por sí eran bastante malos y evidenciaban la precariedad del mercado de trabajo en el país. 

 Por su parte, el valor de la canasta alimentaria y no alimentaria que estima el Coneval, muestra incrementos por arriba de la inflación promedio, lo que es signo de lo mal que lo están pasando millones de familias mexicanas, las cuales se enfrentan al reto de concentrar su ingreso en mercancías del rubro de los alimentos y las medicinas. 

 En este contexto, es doblemente preocupante el hecho de que, hasta finales de junio, el 48% del territorio nacional registraba niveles de sequía que iban de moderados a excepcionales, mientras que 122 de las 210 presas que existen en el país se encontraban por debajo del 50% de su capacidad de almacenamiento. 

Cuando hay sequía, hay escasez de alimentos; y ello se está agravando por la escasez global de cereales y granos. Y cuando hay escasez de alimentos hay necesariamente procesos de empobrecimiento que, en contextos como el mexicano, profundizan las vulnerabilidades y las ya de por sí precarias condiciones de pobreza que tenemos. 

Debe recordarse que la Encuesta Nacional de Ingreso y gasto en los Hogares, el instrumento que permite recoger los datos para la medición de la pobreza y la estimación de la desigualdad en el país, se levanta de manera bienal; y que en el 2020 se levantó entre los meses de agosto y noviembre. Por lo que el próximo mes podría comenzar a levantarse la nueva encuesta que nos permitirá conocer qué es lo que ocurre en el país en esa materia y tener un panorama mucho más completo de qué es lo que pasó en la pandemia y sus efectos en el mediano plazo. 

En ese sentido, es pertinente destacar que el Inegi publicó en su sitio los datos relativos al impacto del covid-19 en las mujeres; y la realidad que se retrata con ellos es dramática: prácticamente 4 de cada 10 mujeres vieron reducidos sus ingresos, y la diferencia promedio en los ingresos mensuales al terminar el periodo más crítico de la pandemia fue de 2,500 pesos mensuales menos respecto de sus pares hombres. 

 Es un hecho que estamos ante una combinación de factores que preludian una tormenta perfecta, pues la suma de la inflación, la sequía, el nulo crecimiento económico y los bajos salarios, así como la insuficiencia de políticas sociales de efectos estructurales pueden generar no sólo el estancamiento en las condiciones de pobreza, sino quizá su profundización o incluso su crecimiento en algunas entidades o incluso regiones enteras; por lo que urge la revisión de la política social de esta administración para adecuarla hacia un cierre que se antoja turbulento, sobre todo ante el complejo escenario electoral que, aun de manera informal, ya comenzó rumbo a 2024. 

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