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La democracia en la era de las redes sociales

Mario Luis Fuentes

Mario Luis Fuentes

Manuel Castells planteó ya hace varios años la aparición de una nueva forma de organización de nuestras sociedades, a la que denominó como “la era de la información: economía, sociedad y cultura”. La tesis de trabajo de Castells, siendo revolucionaria, rápidamente ha quedado relativamente rebasada, no por insuficiencia teórica, sino por los acelerados cambios que se han generado en las últimas dos décadas en los ámbitos científico y tecnológico.

En su texto, Castells ya visualizaba el desplazamiento de los individuos por las redes, lo cual ocurre con base en sistemas y flujos constantes de información que van desplazando las capacidades de actuación de sujetos particulares, ante un poderío inédito de la sociedad red.

Las implicaciones que esto tiene para las estructuras políticas y los procedimientos de disputa civilizada por el poder son enormes. Imponen retos mayúsculos para quienes hacen política tradicional, pues en las redes cibernéticas interactúan las múltiples generaciones que conviven en sociedad, con formas muy diversas de socialización, adquisición y procesamiento de la información; además de la existencia de millones de personas excluidas de la participación de esos circuitos y de muchos otros de acceso a la garantía de lo más básico implícito en los derechos humanos.

La cuestión es seria y mayor; y disponemos de varios ejemplos para dimensionarlo. Por un lado, se encuentra la experiencia en los Estados Unidos de América, donde ya Donald Trump utilizó sus alianzas político-comerciales para que la red social Facebook aparentemente montara una estrategia de apoyo mediante la emisión de mensajes dirigidos a votantes potenciales.

Y no sólo eso, hay celebridades e influencers que, moviéndose en el ámbito del espectáculo y las redes comerciales, han adquirido tal notoriedad que sus mensajes o posiciones personales se convierten en referentes para la toma de decisiones políticas de las y los ciudadanos. Tal es el caso de la cantante Taylor Swift, respecto de quien, en varios medios de noticias, se ha afirmado que el 18% de las y los votantes norteamericanos estarían dispuestos a votar por la misma opción electoral que ella eligiera.

Se trata de una cuestión seria para la democracia, porque nada hay que garantice que personalidades así pongan su capacidad de influencia al servicio de opciones políticas que no necesariamente estarán alineadas con el interés general e, incluso, algunas otras que podrían salirse del ámbito de lo legal, dependiendo del país de que se trate.

Estamos, además, ante la posibilidad de una nueva era de demagogos que podrían utilizar los poderosos algoritmos de aprendizaje de máquina para profundizar las estrategias de “diseño de mensajes a la carta”; abusar de las tendencias probadas del deseo permanente de la confirmación de prejuicios y de presentar exactamente “lo que la o el individuo quiere oír”.

Es decir, no se trataría ya de enviar mensajes dirigidos a “grupos de población”, sino, a través de la escucha o análisis de los metadatos que pueden obtenerse en las redes digitales de las que las personas forman parte, de enviar y posicionar mensajes altamente particularizados, mediante los cuales se intente influir y determinar lo que la ciudadanía decidirá al momento de acudir a las urnas.

¿Cómo puede regularse esto? ¿Cuáles son los límites éticos que se pueden plantear a las grandes empresas que almacenan y manejan la información de millones de personas que no sólo son consumidoras del mercado económico, sino que activamente lo son en el mercado político?

De acuerdo con el sitio de internet www.statista.com, en México habría 98 millones de usuarios de redes sociales; de los cuales, en 98.9% de los casos tienen Facebook; 92.2% usa, además, WhatsApp; 80.3% utiliza Facebook Messenger; 79.4%, Instagram; 73.6%, TikTok; 53.7%, X; 44.5%, Telegram; 29.3% usa Snapchat y 20.9%, LinkedIn.

Como puede verse, se trata, en la mayoría de los casos, de “usuarios multiplataformas” que durante al menos tres o cuatro horas al día se informan y reciben mensajes a través de ellas.

 

La cuestión está ahí; y es en ese nuevo universo digital en el que habrán de librarse las batallas políticas por venir.

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