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México donde los fenicios

Julio Faesler

Julio Faesler

A don Prudencio López

 

La administración de AMLO alcanzó su zenith el pasado primero de diciembre, al llegar a tres años de gobierno ampliamente festejados en el Zócalo capitalino. De esa cima de su carrera se inició la gradiente de bajada.

Era de esperarse que el peso de las instituciones aletargara la Cuarta Transformación, pese a que AMLO ha hecho todo lo posible por cambiar la mentalidad nacional y centralizar el poder en su persona. No ha podido, empero, cumplir sus promesas básicas de acabar con la corrupción ni con la enconada desigualdad social. La inflación por su parte ya va en 7.34% anual.

El Presidente seguirá leyendo sus propios datos con los avances semanales de las tres grandes obras que lanzó, pero con la ansiedad por terminarlos a tiempo. Su prioridad está ahora en asegurar su permanencia… sin cambios. Pero ajustes habrá.

La razón es sencilla. No se puede gobernar con base en decretazos improvisados y sin sustento. Tres realidades lo hacen imposible: el Poder Legislativo le frena iniciativas o las relega, la Suprema Corte hace lo propio y las entidades necesarias para que la democracia funcione son cuestionadas desde lo alto. Partidos de oposición dispersos pierden su rumbo inicial y la mayoría aritmética de Morena es quebradiza.

Otros signos agravan la coyuntura. Conversaciones exploratorias entre jefes políticos y advertencias empresariales anuncian virajes en lo económico y financiero.

AMLO cuenta con el agradecimiento de las masas que lo apoyan en casa y fuera, también cuenta con el rijoso Foro de Sao Paolo, pero no le están redituando las mañaneras porque cada vez son más notorias las evasivas respuestas y divagaciones a preguntas puntales. Como el estudiante que se soltaba discurriendo sobre los fenicios cuando nada sabía del tema que le tocaba en el examen.

Igual, el Presidente. Ni al “sabio” pueblo, su seguro valedor, que sabiéndose comprometido por las dádivas que recibe para sus inmediatas necesidades, se da cuenta de que no se cumplen las promesas en salud, seguridad o educación. Morena es tan largo como el PRI. No hay mucho más.

La sucesión presidencial a tres años de distancia todo lo contaminó. Fue a propósito. Ahora hasta las fuerzas “vivas” de otros tiempos resucitan: sindicatos, estudiantes, campesinos y burócratas.

En el sector empresarial donde siempre prevalecerá la justificación de sus responsabilidades hacia sus accionistas, trabajadores, clientes o acreedores, se tiene que  entender que las mayorías son los más en número y que demandan algo más que sermones.

El gobierno, por su parte, requiere más recursos para cumplir su misión. La mayor recaudación fiscal es inevitable para la buena gobernanza democrática. Es el factor inevitable para acabar con la desigualdad social que nos aqueja. Es imposible de atender una reforma fiscal en una sociedad asediada por el discurso divisivo de AMLO.

La unidad de pareceres y de acción es lo que tiene que construirse en los años que quedan de esta administración. Están en formación grupos cívicos y técnicos como los de Coparmex. No pueden darse saltos demasiado largos, no por falta de energías, sino porque su firmeza y duración peligran. Su efectividad depende de que las sociedades las asimilen.

Vendrán ajustes porque continuar en el estado de adversidad y de confusión en que cierra 2021 no es estable, ni con los conversatorios del Presidente.

2022 será un año difícil para todos porque en él está la posibilidad pendiente una verdadera transformación hacia el patriotismo sincero de los que tienen la posición para determinar las soluciones concretas. En 2022 la actividad política nacional puede ser limpiada de sus cargas nocivas.

AMLO acertó en señalar como tema prioridario a la corrupción y la desigualdad los males que hay que extirpar. Pero ya entrado en la problemática de la ejecución, nos habló de los fenicios.

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