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Manual del político “posmoderno”

José Luis Jaimes Rosado

José Luis Jaimes Rosado

 

Las estrategias del político mexicano actual parecen tropicalización de acciones guerrilleras urbanas del siglo pasado, sustentadas en acciones livianas, fácilmente intercambiables, a partir de la captura de quehaceres del adversario, poco investigadas y mínimamente comprobadas o deducidas y (disque) evidenciadas.

El armamento discursivo se conforma con declaraciones rápidas, cortas y repetitivas. Una ametralladora informativa ante los medios de comunicación, cuyo parqué llega a ser “bomba de humo” para encubrir o retirar, distraer o recular, ante alguna mala decisión administrativa gubernamental.

Y así, cuando el contexto lo amerite, el batallón de políticos utilizará cocteles, esto es, sobre el mismo tema apuntarán a diversos sectores, desde diferentes trincheras; ante situaciones sensibles para la sociedad, inmediata explosión de opiniones, siembra de argumentos, caricaturas y memes que ridiculicen a los opositores para que impacten a través de las redes sociales.

De cualquier forma, se deben obtener materiales necesarios para estrategias (escaramuzas) ya sean construidos, adquiridos o expropiados, porque mientras un guerrillero urbano aumenta su eficiencia en medida que es mayor su potencial de disparo, un personaje público maximiza su capacidad de acción en disposición del bagaje informativo y administración de datos.

También se deberán considerar los referidos “siete pecados del político posmoderno”, ya que con la recién evolución de esa estirpe social, el grupo es vulnerable a los errores. No son perfectos y mínimo hay una curvatura natural de aprendizaje.

El primer considerando es su poca experiencia, y aplica en dos dimensiones: tanto en los que detentan el poder, desde el Ejecutivo o Legislativo, como los que deben identificar el nuevo quehacer desde el batallón de la oposición o minoría legislativa.

Segundo, alabar sus acciones y difundirlas con grandes recursos publicitarios y propagandísticos saturando los espacios informativos en los medios de comunicación, dictando permanentemente la agenda política e invadiendo toda plaza pública.

Tercero, vanidad, que provoca resolver problemas eructando en la ciudadanía; acciones y referencias inaceptables, pero soportadas por conveniencia, precaución o miedo de los sectores sociales, el propio electorado, o el preferido para esta acción: el sector empresarial.

Cuarto, exagerar fuerza y obligar la realización de proyectos endebles que quebrantan la ley, incumplen ordenamientos o ignoran desde sustentos científicos hasta acuerdos culturales. Y aunque se disfrace de voluntad de la tropa o anhelo del pueblo, en el estado anímico electoral siempre quedará el dejo de la imposición, sumisión y el desprecio por el acuerdo social establecido como marcos regulatorios.

Quinto, acción precipitada. La precocidad gubernamental llega a pretender vincular ocurrencias con acciones y ejes de gobernabilidad, siendo los principales sorprendidos los propios mandamáses de batallón, titulares de cartera, responsables institucionales, que a marchas forzadas tratan de convertir la travesura verbal en proyecto ejecutivo, la expresión espontánea en planeación y la promesa en ejecución. Todo, en una bifurcación del tiempo que si en la teoría se ha propuesto, en la realidad jamás se ha comprobado.

Sexto, atacar al enemigo cuando está más enojado, situaciones que laceran contextos históricos o personajes específicos y que al reaccionar por sobrevivencia siempre aparecerá el discurso de víctima o desposeído, mal exhibiendo al poderoso.

Séptimo, no planear. En un mundo complejo de constitución múltiple, dejar de lado la planificación estratégica de gobierno induce en el corto plazo a la necedad, a mediano plazo inflación, desempleo, deuda, desánimo, encono, venganza; y a largo plazo mantener el statu quo por vías violentas.

Todo lo anterior parte de las instrucciones indicadas en el Minimanual del guerrillero urbano, de Carlos Marighella (disponible a través de cualquier buscador de internet) que, después de 60 años, se tropicaliza al contexto político mexicano por método de transferencia, que en el ejercicio origen versus destino genera un trasvase que sugiere el “Manual del político posmoderno”.

 

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