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En México, ignominia a la juventud

José Luis Jaimes Rosado

José Luis Jaimes Rosado

La capacidad del ser humano para referir su entorno, ideas, pensamientos y emociones es una línea paralela en la evolución y herramienta vital para la supervivencia. Referir lingüísticamente es una realidad representada y, a la vez, el mejor recurso desarrollado para el entendimiento en convivencia.

La vida es constituida por experiencias y aspiraciones, hombres y mujeres acompañan la secuencia natural con palabras que determinan lo específico y conceptos que atienden algo más complejo. Un vocablo presenta un contexto, una historia: esposo-esposa, viudo-viuda, hijo o huérfano, etcétera.

Pero hay un estatus particularmente contra natura. Mayoritariamente, los hijos ven morir a los padres, pero que los padres entierren a los hijos atenta la naturaleza propia de la especie y toda lógica. Sin embargo, las consecuencias de acciones sociales han creados aporías donde las generaciones previas son las que sobreviven: epidemias, guerras.

¿Cómo referir al progenitor que perdió a su hijo? En octubre de 2017, la Federación Española de Padres de Niños con Cáncer pidió a la Real Academia Española aceptar la palabra “huérfilo”: persona a la que se le murió un hijo.

El contexto de la muerte de un descendiente directo puede ser desorientador en la mayoría del zoo y particularmente devastador en la sique y emociones para el humano, aniquilante para los grupos sociales (familia), fatal para una nación.

Asimismo, no hay cómo referir la aniquilación de la juventud en México, físicamente con feminicidios, asesinatos, drogas, mala alimentación; socialmente al desposeerlos de educación, empleo y etiquetarlos como “ninis” (ni estudian ni trabajan); emocionalmente con la impericia de padres jóvenes, el desinterés o el otorgamiento de bienes materiales sin más; y hasta espiritualmente con los abusos perpetrados por quienes debieran ser guías, apoyo, defensores o refugio.

En México hay más de 53 millones de jóvenes, rango considerado entre 12 y 29 años. Las cifras reportan que, en promedio, muere un joven cada hora, en siete años la tasa de mortalidad aumentó 14%; la desocupación es de 5.8%, la mitad de jóvenes únicamente cuentan con educación básica, hasta algún grado de secundaria; y sólo la mitad logra incorporarse en un empleo formal (Excélsior, 09/VIII/2018).

Pero, en lo cualitativo, cada caso es una desgracia y, en conjunto, son mucho más que tragedia por lo ilógico de los acontecimientos: Alumna del Colegio de Ciencias y Humanidades plantel Oriente  muere por bala perdida en su salón durante una clase (Excélsior, 29/IV/2019); matan estudiante de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México durante asalto a transporte público en Iztapalapa (Excélsior, 08/XI/2018); hallan cuerpo de estudiante a metros de donde sus padres lo buscaban, el joven alumno del CCH Naucalpan acudió a una fiesta masiva (Excélsior, 12/XII/2018); Norberto Ronquillo, estudiante de la Universidad del Pedregal, habría sido asesinado la noche del secuestro (Excélsior, 10/VI/2019)…  o policías de Iguala agredieron a los normalistas de Ayotzinapa; el saldo fue de seis personas muertas y 43 desaparecidos, septiembre de 2014.

El Inegi informó que, en 2016, la tasa más alta de suicidio entre jóvenes se presentó en el rango de 20 a 24 años, con 8.5 por cada 100 mil habitantes y en el grupo de 25 a 29 años, 8.2. Las causas, principalmente problemas familiares, amorosos, depresión y ansiedad, abuso en el consumo de alcohol y drogas. La principal práctica se registró con 80% por ahorcamiento, estrangulamiento o sofocación.

No atender las necesidades de los jóvenes es una condena social inminente. No resolver en lo cualitativo y cuantitativo la garantía evolutiva generacional es un atentado político, cultural, económico, social y familiar, donde el padre que pierde a un hijo no tiene referente lingüístico y es contra natura que prácticamente encarcela en el pasado a quien lo vive; en tanto que las referencias permanentes al pasado por parte de líderes sociales, medios de comunicación, políticos, economistas e incluso académicos, condena a la ignominia general.

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