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Al borde del precipicio, un paso al frente

Jorge Fernández Menéndez

Jorge Fernández Menéndez

Razones

No, no habrá un plan económico de reactivación de la economía. No, no habrá rectificación en la política económica. Es más, según el presidente López Obrador, México fue uno de los primeros países “del mundo” en advertir de la pandemia y en tomar medidas en contra de ella (hace 15 días el propio Presidente decía que había que abrazarse y hace tres semanas sostenía que el COVID-19 no era nada grave).

Ayer el propio Presidente hizo un recuento de datos y pronunció un discurso ideológico donde la crisis, económica y sanitaria, incluso la de seguridad, es simplemente algo transitorio que se vencerá con la bandera de la esperanza, la fuerza de la voluntad.

Usó el presidente López Obrador una analogía que, paradójicamente, refleja a la perfección el momento que estamos viviendo. Recordó a Simón Bolívar, postrado, enfermo, derrotado, al que un subalterno le pregunta “¿ahora qué vamos a hacer?”, a lo que el libertador contestó, según el presidente López Obrador, “con loca pasión, triunfar, triunfar”.

No se trata, ni siquiera, de diferencias políticas sobre cómo abordar una crisis. Se trata de no reconocer la crisis ni la realidad en la que se enmarca. El Presidente asegura que creará, a fin de año, dos millones de empleos, pero sigue confundiendo el entregar un apoyo asistencial a un adulto mayor, a un joven, a una madre soltera, con un salario y un empleo. No lo son. No son empleos, los empleos los crea, prioritariamente, la iniciativa privada.

Los trabajadores asalariados son los que no sólo reciben un ingreso permanente sino también los que pagan impuestos, crean riqueza y contribuyen a la economía nacional. Quien recibe un apoyo asistencial tiene un respaldo necesario e importante para su sobrevivencia, pero esos apoyos no crean riqueza, no son empleos ni impulsan el desarrollo del país.

Decir que algunos empresarios son humanistas está bien, pero lo cierto es que lo que quedó claro es que el gobierno federal sigue pensando que el desarrollo del país dependerá de la inversión pública, la del propio gobierno, en sus propias obras, algunas de ellas faraónicas y sin sentido de utilidad económica alguna, y del apoyo asistencial a sectores empobrecidos que, insisto, deben ser apoyados, pero que no crean riqueza ni generan desarrollo.

El Presidente desecha el apoyo a las empresas como si todas fueran iguales. Como si Carlos Slim se pudiera equiparar con el profesional independiente que vive de sus ingresos sin ninguna seguridad social o el empresario que tiene cinco, diez trabajadores asalariados. Al no darles oportunidad de sobrellevar los pocos meses de mayor profundidad de la crisis, los está condenando.

Es verdad que la crisis será transitoria, pero si no se toman medidas para preservar el aparato productivo será, para nosotros, estructural.

Buda decía que el dolor es inevitable y el sufrimiento opcional y en economía pasa lo mismo: los choques, dicen los especialistas, son inevitables y las depresiones opcionales.

La coyuntura crítica es inevitable, pero el sufrimiento ocasionado por ella debería ser opcional. Y el gobierno federal ha decidido que es mejor sufrir, preservar con apoyos asistenciales a los más pobres y dejar que la iniciativa privada se rescate como pueda y quien pueda. En última instancia, de lo que se trata es de demostrar lo que siempre ha dicho el Presidente: la primacía del poder político por sobre el poder económico. Y eso sirve igual para cancelar un aeropuerto, para desechar una inversión privada ya realizada en una planta cervecera o para decidir que no habrá apoyos al sector privado ante la crisis.

En los hechos, el Presidente en el informe refrendó algo que siempre ha dicho. No habrá cambios, no los considera necesarios. Y tiene razón al subrayar que nadie se puede llamar a engaño: lo que está haciendo es lo que López Obrador siempre ha dicho, como candidato y como Presidente.

No dejó de llamar mucho la atención su propia comparación con F.D. Roosevelt. La política del New Deal poco o nada tiene que ver con la planteada ayer. Incluso se olvida un dato fundamental: una de las decisiones que provocaron la profundidad de la crisis en 1929 fue que no se le dio la debida importancia a la quiebra en cadena de los bancos (lo que hubiera ocurrido en 1995 sin el vilipendiado Fobaproa). Y eso fue lo que provocó que la crisis pasara de ser un simple tropiezo financiero pasajero a convertirse en un fuego devastador de la economía. El mismo que ahora nos puede consumir.

 

 

 

Por cierto, hablando de forma y fondo: ¿no hubiera tenido más sentido un discurso desde el despacho presidencial, que uno pronunciado ante un patio vacío? El deseo de soledad presidencial es otro tema, pero no deja de ser acuciante.

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