Cuando el legado se convierte en botín

Gustavo A Infante

Gustavo A Infante

Última palabra

Queda claro que lo único que nos vamos a llevar a la tumba es el reconocimiento del público.

Hay herencias que ennoblecen y otras que ensucian. En el mundo del espectáculo mexicano estamos acostumbrados a ver cómo, cuando el creador ya no está, empiezan las guerras. No por amor, no por memoria, sino por dinero, control y protagonismo. El legado de Roberto Gómez Bolaños, Chespirito, no ha sido la excepción. Al contrario: se ha convertido en uno de los más disputados, fracturados y manoseados de nuestra historia televisiva. Esta semana, Florinda Meza decidió dejar a un lado la corrección política y en una entrevista en Chile se lanzó con todo contra María Antonieta de las Nieves. No fue una indirecta, no fue un comentario tibio. La llamó “ratera” y “aprovechada”, acusándola de haberse quedado con el personaje de La Chilindrina, que —según Florinda— le pertenecía a Chespirito. El argumento es claro: el hermano de Roberto, Horacio Gómez Bolaños, no renovó los derechos del personaje y María Antonieta se aprovechó legalmente de ese vacío. Las palabras pesan, y más cuando vienen de quien fue la pareja sentimental, creativa y emocional de Chespirito durante décadas.

Florinda se asume como la viuda moral del genio, la guardiana del templo, la única con autoridad para decidir qué se hace y qué no con su obra. Desde su óptica, La Chilindrina jamás debió existir fuera del universo controlado por Gómez Bolaños. Pero la otra cara de la moneda también existe.

María Antonieta no inventó el nombre, pero sí le dio cuerpo, alma, voz, gestos, personalidad y una conexión única con el público. La Chilindrina no sería La Chilindrina sin María Antonieta de las Nieves. Así de simple. Y durante años sostuvo al personaje cuando otros ya habían abandonado el barco. ¿Quién tiene la razón? Tal vez los tribunales ya la dieron. Pero el espectáculo de ver a dos figuras históricas despedazarse públicamente deja un sabor amargo.

Chespirito hizo reír a millones de personas, unió familias y creó un universo entrañable. Hoy, su legado sigue dividido, fragmentado y convertido en campo de batalla. Y eso, guste o no, también mancha su memoria.

*EL ADIÓS DE UNA LEYENDA DE PLATA

Mientras algunos se pelean por el pasado, otros entienden que los ciclos se cierran con dignidad. El sábado pasado, El Hijo del Santo se despidió de los cuadriláteros tras 43 años de carrera, constancia, respeto y profesionalismo. En el Palacio de los Deportes, ante más de 10 mil personas, ofreció una lucha memorable, emotiva y contundente, demostrando que la lucha libre no es un circo, es una disciplina. El Hijo del Santo cargó con un nombre enorme, con una sombra gigantesca. Ser hijo de El Santo no era una ventaja, era una responsabilidad brutal. Y él lo entendió desde el primer día. Nunca improvisó, nunca se prestó al escándalo fácil, nunca devaluó la máscara. Se va entero, respetado y aplaudido. Anunció que ahora su misión será preservar la memoria de su padre a través de un museo dedicado al gran Santo, y una docuserie que mostrará no sólo al ídolo, sino al hombre detrás de la leyenda. Así se cuidan los legados: construyendo, documentando y honrando; no peleando ni descalificando.

*LA CRUELDAD DE LA VIDA

Y mientras unos gritan y otros se despiden, la vida nos recuerda su lado más cruel. Se informó que Yolanda Andrade ha sido internada nuevamente debido al problema neurológico que la ha aquejado y que la ha obligado a alejarse de la televisión. Yolanda no es cualquier figura. Es una mujer frontal, incómoda, inteligente y sin miedo a decir lo que piensa. Su ausencia pesa. En una televisión cada vez más tibia y calculada, su voz hacía falta. La enfermedad la ha silenciado, pero no ha borrado su importancia ni su legado. Aquí no hay exclusivas, no hay morbo. Sólo el deseo genuino de que salga adelante. Porque, cuando la salud falla, todo lo demás se vuelve secundario. Al final, el espectáculo es un reflejo de la vida: algunos convierten los recuerdos en trincheras, otros en homenajes.

Algunos pelean por personajes, otros entienden que la verdadera herencia es el respeto del público. Y hay quienes, como Yolanda, luchan batallas mucho más duras que cualquier pleito mediático. Cada quien decide cómo quiere ser recordado. Y esa, créanme, es la única herencia que realmente importa.

 

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