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Homo Deus

Gerardo Laveaga

Gerardo Laveaga

Subversiones

Si usted pretende leer un libro en 2017 –uno sólo– sugiero que sea Homo Deus, de Yuval Noah Harari. Después de Por qué fracasan los países, de Daron Acemoglu y James Robinson, esta “breve historia del mañana” es lo mejor que he leído en los últimos años.

Harari, historiador de formación, comienza su trabajo con un tono festivo. Pese a las profecías catastróficas, el mundo está mejor que nunca: las personas son más sanas, las guerras han disminuido y, si consideramos que en 2010, los terroristas asesinaron a 7 mil 700 personas en el mundo, mientras que 3 millones murieron por enfermedades vinculadas con el azúcar, el argumento se sostiene: “Para el norteamericano medio, la Coca-Cola supera una amenaza mucho más letal que Al-Qaeda”.

Controladas enfermedad, hambre y guerra, los hombres, siempre insaciables, quieren ahora la felicidad, la inmortalidad y hasta la divinidad. Y, gracias a la tecnología, es posible que lo consigan.

De acuerdo con el autor, lo que distingue al hombre de los animales es su capacidad para organizarse. La organización permite que unas élites sometan a mayorías desorganizadas o que podamos lanzar satélites al espacio. Los grandes triunfos del hombre son resultado de la organización. Corrijo: de la cooperación organizada.

Dada nuestra capacidad de abstraer y crear símbolos, sin embargo, la organización requiere de una “causa”: Dios, la patria, la libertad… Miles de guerras se han liberado en nombre de estas abstracciones y, en su nombre han surgido, también, libros, edificios, instituciones políticas… Creer en Dios, la nación o el dinero (ficciones todas ellas) da sentido a nuestra vida y hace que las cosas funcionen.

No obstante lo anterior, estas causas han sido asediadas por la economía, la globalización y, sobre todo, por la ciencia. Hoy sabemos que cada uno de nosotros es una máquina, “un algoritmo” que puede medirse y alterarse al gusto. No sabemos aún cómo es que las señales eléctricas de nuestras 80 mil millones de neuronas producen sensaciones, emociones y deseos, pero ya no hay duda: estamos formados y determinados por partículas que pueden ser estimuladas y modificadas.

Ya ni siquiera Dios y la ilusión de un plan divino nos convencen. La creencia en el “yo” o en el alma se ha esfumado: “La teoría de la evolución no puede aceptar la idea de almas, al menos si por ‘alma’ nos referimos a algo indivisible, inmutable y potencialmente eterno. Una entidad semejante no puede derivarse de una evolución progresiva”.

La religión del siglo XXI es el humanismo pues, al no haber paraísos tras nuestra muerte, estamos obligados a construirlos en la tierra. A cambio de admitir que nuestra vida carece de sentido, buscamos una vida más cómoda y más larga, donde nuestros sentimientos determinen nuestras decisiones. Pero ¿de veras somos libres para decidir lo que queremos? La libertad es un bastión que también está a punto de derrumbarse.

El humanismo no se dará abasto para responder algunas preguntas: ¿qué pasará, por ejemplo, cuando la inteligencia artificial consiga mejores resultados que los humanos? Viviremos en un mundo donde sólo un puñado de seres humanos “diseñados” a su propio gusto, y dueños de los datos de todos nosotros –los sacerdotes de la religión venidera: el dataísmo– tendrán el control.

El tono provocativo de Harari, su vaticinio de que los hombres nos volveremos cada vez más fútiles y se desvanecerá la “utilidad” que supusieron capitalismo, socialismo y liberalismo, tiene algo de escalofriante… Nadie sale indemne de la lectura de este formidable libro.

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