Los golpes del destino

“Julito”, como le llama su padre, optó por el camino torcido, sin escarmentar en cabeza ajena, comportándose como el junior torpe que, teniendo todo para salir adelante, se comporta como inadaptado

Digamos que cuando Julio César Chávez estaba en la cúspide de su carrera, Carlos Salinas de Gortari le aconsejó que anduviera con cuidado con “esa gente”. No tengo a la mano la revista Proceso, medio por el que me enteré de la relación del gran campeón mexicano con los capos de la droga, hoy auténticos clásicos de la narcocultura, pero es de sobra conocido que el presidente Salinas de Gortari, para bien o para mal, nunca se andaba por las ramas: les hizo la vida imposible a sus enemigos y le tendió la mano al aliado, todo con cargo al erario.

Ya en febrero de 1993, Chávez ofreció un entrenamiento de exhibición afuera del Estadio Azteca. Se instaló ahí un ring, pues preparaba su pelea en el gigantesco recinto de Santa Úrsula contra el gringo Greg Haugen, evento al que entraron unas 132 mil personas, récord para una función de boxeo. El caso es que el primer mandatario asistió para desearle suerte a Chávez, acompañado por el regente del Departamento del Distrito Federal, Manuel Camacho Solís. Fotos y ovaciones para dos grandes mexicanos. Demagogia en estado puro.

Pero el mundo cambia. El PRI actualmente es polvo y una estudiante de la Facultad de Ciencias de la UNAM que protestó de manera muy activa durante el largo salinato es hoy la presidenta de México. Chávez, por su parte, ha hecho un gran esfuerzo por permanecer libre de sustancias tóxicas, alejado de las malas compañías. Su hijo “Julito”, como le llama su padre, optó por el camino torcido, sin escarmentar en cabeza ajena, comportándose como el junior torpe que, teniendo todo para salir adelante, se comporta como inadaptado. Ni hablar: el dinero y la educación no van siempre de la mano.

En algún martes de café del Consejo Mundial de Boxeo, don José Sulaimán, presidente del CMB, ofrecía su conferencia de prensa, frases y datos por aquí y por allá para entregar alguna nota regular. Por fortuna, y sin previo aviso, apareció en esa pequeña sala de un edificio de la Zona Rosa (que ya no existe) Julio César Chávez, cuyas declaraciones salvaron el día para los reporteros que estábamos presentes.

El asunto a abordar era obligado: los primeros pasos de sus hijos Julio y Omar como boxeadores profesionales. Jovencitos, eran la envidia de la camada de peleadores que trataban de hacerse campo en el dificilísimo ámbito del deporte de los puños. Acusaban a ambos de tener una evidente y amplia ventaja respecto al resto de los rivales, que apenas tenían para sus pasajes. Así es en ocasiones el box: los que sólo tienen lo que traen puesto (que empiezan) y los consagrados (campeones), extremos sin colidir.

Hay varias interrogantes respecto a la detención de Julio César Chávez Junior, en Los Ángeles, de parte de agentes del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (el execrable ICE). Una residencia sin documentos en orden y un cúmulo de acusaciones por vínculos con el Cártel de Sinaloa y tráfico de armas bien valen cualquier medida cautelar, pero quizás el caso de Chávez Junior se trate de un “work in progress”, dado el actuar extemporáneo de las autoridades. Sencillamente, el sábado pasado, protagonizó el combate estelar en una cartelera en el Honda Center, de Anaheim. ¿Qué tan lícito es que un ilegal, investigado por delitos graves en la Unión Americana, se haga de varios miles de dólares en una noche, a ojos de todo mundo?

En México, asimismo, Julio César Chávez Junior tenía orden de aprehensión desde 2023. ¿Por qué no se le capturó desde entonces? Cuando Ovidio canta, el campeón muere.

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