Canciones y traiciones
La noche anterior al evento, Alfredo de la Fe, preso de los nervios, se echó un traguito para aplacarlos. Debía estar a las 9:30 de la mañana en el lugar señalado, pero no llegó.
La prematura muerte del cantante Ronnie James Dio, en mayo de 2010, a los 67 años, contribuyó a agigantar su leyenda. Los discos que grabó como miembro de Rainbow o Black Sabbath dejaron una profunda impronta en la historia de la música del siglo XX. Entre ese buen puñado de melodías se encuentra la canción Kill the King, que metió en problemas a Dave Jones, un concejal de Gales.
El laborista Jones publicó el citado título en su cuenta personal de Facebook, junto con una foto del castillo de Conwy, justo en el marco de las celebraciones en el Reino Unido por la coronación del rey Carlos III, así que de inmediato fue acusado de “antimonárquico”.
La letra reza: “Matar al rey/Derribarlo/Matar al rey, sí/Tengo que tomar su corona”. El caso es que Jones explicó que tiene tanto una página de concejal como una personal en la que utilizó la imagen del referido castillo y el track interpretado por Dio. El rey Eduardo construyó Conwy Castle para ayudar a gobernar el norte y el centro de Gales, escribió el concejal: “Usé la canción Kill the King, que es una banda sonora de tipo medieval”.
El del político galés Jones es el capítulo más reciente de una historia de malentendidos con los usos de las canciones. En su momento, Dio contó que Kill the King es sobre el juego del ajedrez.
En 1984, Ronald Reagan, el 40º presidente de Estados Unidos, aspiraba a la reelección. A su equipo de campaña le pareció que Born in the U.S.A., una pegajosa canción de Bruce Springsteen lanzada ese mismo año y que se convertiría en éxito global, encajaría a la perfección en los actos de campaña. ¿Qué mejor que un buen ritmo para reivindicar el patriotismo estadunidense?
El problema es que Born in the U.S.A. es una crítica a la Guerra de Vietnam y al trato laboral hacia los obreros del país de las barras y las estrellas, una clase años atrás perseguida por el macartismo que contó con el decidido respaldo del propio Reagan. Si nos da flojera leer las letras de las canciones, al menos habría que dedicarle unos minutos a escucharlas para saber de qué se tratan.
Acaso los tiempos que corren le sirvieron, en parte, a Hozier, un intérprete irlandés que en septiembre de 2013 lanzó Take me to Church, canción que compuso en el ático de la casa de sus padres, ambos artistas. Esas letras hacen referencia a la discriminación que sufre la comunidad gay, pero el respectivo videoclip se hizo viral y catapultó a Hozier. En esencia, se trata de una crítica a las posturas de la iglesia católica ante la homosexualidad: “Nací enfermo, pero me encanta. Mándame a estar bien. Amén”. No por nada ni Chaucer ni Boccaccio son los escritores más populares.
Sin mayor controversia por dichos, el violinista cubano Alfredo de la Fe forjó una carrera de ensueño. Celia Cruz se convirtió en su madrina y marcó diferencia en el género de la salsa gracias a sus estudios en el Conservatorio de Varsovia. Convivió y tocó, entre otros, con Eddie Palmieri, Carlos Santana y Tito Puente, monstruos de la música latina. A De la Fe le llovieron los agasajos y los Grammys. Instalado en Colombia, su reputación con las drogas y el alcohol lo precedía, adicciones de las que se recuperaba cuando le llegó la señal de confirmación.
En julio de 1986, Alfredo de la Fe fue invitado a formar parte de la delegación artística que ofrecería un recital al papa Juan Pablo II. “Es una señal de que voy por el camino correcto”, pensó el músico cubano. La noche anterior al evento, preso de los nervios, se echó un traguito para aplacarlos. Debía estar a las 9:30 de la mañana en el lugar señalado, pero no llegó. Cinco días de “rumba” que lo dejaron muy mal parado. “Cuando desperté, ya el Papa se había marchado y mi imagen por el suelo. Me levanté y me miré en un espejo. Vi mi cuerpo y alma destruida”. De la Fe perdió la ídem y se traicionó a sí mismo.
