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Se llama genocidio

Federico Reyes Heroles

Federico Reyes Heroles

Sextante

 

A Juan Pardinas.

 

El olvido es una forma de muerte. Recordar es revivir. Hay hechos de la historia que no deben caer en el olvido. El proceso civilizatorio exige tener siempre presentes los grandes logros de la humanidad, pero, sobre todo, los horrores de los que el ser humano es capaz. En esto, el silencio es complicidad. El genocidio armenio ha luchado durante más de un siglo por su debido lugar en la historia de los horrores. No callemos.

Alrededor de millón y medio de seres humanos masacrados, deportados en marchas forzadas, en condiciones extremas que provocaron más muertes, por hambre, por sed, por enfermedad, vejados por los guardias que debían protegerlos. Una infamia. A partir del 24 de abril de 1915 las autoridades otomanas decidieron el exterminio de lo que ellos consideraban una raza, una minoría cristiana. Allí está el amplio registro histórico de los hechos, los desgarradores testimonios. El fanatismo nacionalista, el ánimo panislámico de los gobernantes del imperio en ese momento —conocidos como los “jóvenes turcos”— desataron una persecución que constituye una vergüenza para la humanidad.

Fue un brutal genocidio, hoy reconocido como el primer genocidio de la era moderna, el segundo caso más estudiado después del Holocausto. Los primeros años imperó el azoro y el pasmo. Lentamente el mundo fue conociendo y aceptando el horror armenio, opacado también por la Primera Guerra Mundial, ocultado durante décadas por los propios socios del Imperio. La diáspora llevó a los perseguidos a lugares tan remotos como Australia, Japón, Argentina, Estados Unidos y México, entre otros. Un creciente número de países —alrededor de 30, Portugal el más reciente— de la comunidad internacional han aceptado, ante la evidencia, que el término es el correcto: genocidio. Francia o Estados Unidos —50 de 51 estados de la Unión— y otros países, sobre todo aquellos donde hay población armenia, rinden homenaje a los caídos. Recurren a la memoria para desterrar el olvido. Macron propuso el 24 de abril como el día de Remembranza de ese genocidio. Es una cuestión ética, de conciencia, de reconocimiento de los hechos, de aceptación que niega la falsedad, la mentira.

Pero, claro, el gobierno turco insiste en esa negación y el delirio de Erdogan lo llevó, este 24 abril, a decir que “la reubicación de las pandillas armenias y sus cohortes... fue la respuesta más razonable” y, de pasada, los acusa de haber masacrado al pueblo musulmán. El mundo al revés. Esto sitúa a las naciones defensoras de los derechos humanos, México incluido, ante al dilema de aceptar callando o pronunciarse para arrinconar, de una vez y por todas, el “negacionismo” que es una afrenta al proceso civilizatorio. El papa Francisco lo ha puesto con claridad: genocidio. Lo comparó con el nazismo, con las masacres de Stalin o la de Camboya, Ruanda, Burundi o Bosnia. Todos los casos de dimensiones diferentes, pero con la misma esencia exterminadora que debe ser desnudada, delatada, exhibida. Francisco sabía de la polémica que sus palabras provocarían y pareciera que eso justamente es lo que pretendía, hablar de los hechos, polemizar. “...hay quienes tratan de eliminar a los demás con la ayuda de unos pocos, y con el silencio cómplice de otros que simplemente se dedican a observar”.

Con altibajos y claroscuros, pero México se ha ido definiendo como promotor de la paz y defensor de los derechos humanos. Hemos signado múltiples convenciones internacionales al respecto, incluida la Convención para la Prevención y Sanción del Delito de Genocidio en Naciones Unidas. Estamos obligados a un posicionamiento de consecuencias previsibles, el enojo turco. Pero por la otra vía, la del pragmatismo y el silencio, permitimos la mentira, el ocultamiento que facilitan esas atrocidades. Aun más grave, les damos una aceptación oficial. Son los principios los que engrandecen a las naciones. Las palabras no deben enmascarar y confundir. Se llama genocidio. México no se puede equivocar.

 

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