Cuando la verdad no ayuda
Nuestro país experimenta un desgastante proceso donde mucha gente sospecha que la verdad no se gestiona, promueve ni divulga desde el servicio público. Se considera que los políticos están asociados a la mentira y no hay narrativa que valga cuando algún funcionario ...
Nuestro país experimenta un desgastante proceso donde mucha gente sospecha que la verdad no se gestiona, promueve ni divulga desde el servicio público. Se considera que los políticos están asociados a la mentira y no hay narrativa que valga cuando algún funcionario intenta sembrar evidencias de sus afirmaciones.
El affaire Ayotzinapa constituye el más reciente ejemplo de erosión respecto a la verdad pública, al menos por parte de un sector relevante de la opinión pública, que siempre encuentra elementos para dudar o de plano rechazar aquello que diga o busque sustentar la autoridad. Como si fuera consigna, nada que venga de “arriba” es creíble.
En su ensayo “La Importancia de la Verdad” el académico Michael P. Lynch recuerda que la verdad se parece menos al dinero que al amor:
es objetiva en su existencia, subjetiva en su apreciación y capaz de existir de más de una forma”.
En términos generales, para el profesor de la Universidad de Connecticut el riesgo que despierta luchar por “la verdad” aparece cuando esa lealtad a lo que uno cree, aquello por lo que se lucha, todo eso que ha construido su razón de ser, se transforma en dogmatismo. Por ello, agrega, quienes buscan la verdad deberán estar abiertos a la posibilidad de que sus creencias resulten equivocadas.
¿Por qué encuentra dificultades el Procurador General de la República, Jesús Murillo Karam, para permear a la opinión pública de que es real el informe respecto al destino de los 43 normalistas de Ayotzinapa? Una primera respuesta puede ser concreta: porque trata de sustituir con ella el dogmatismo de sus detractores.
En los últimos años crece el sector duro de la sociedad decidido a rechazar versiones gubernamentales. Y ello es bueno para la salud de la sociedad, pero tiene sus contingencias cuando se niega la evidencia institucional por consigna.
Lo cierto es que hoy la investigación realizada por la PGR ya no sirve para mucho.
Una reciente encuesta de Excélsior-BGC revela el desgaste político que ha significado para la administración del presidente Enrique Peña Nieto este caso; si bien la mayoría (el 63%) cree que los muchachos están muertos y/o fueron calcinados sus cuerpos, un importante 34% no sabe si eso es verdad o de plano no puede responder al respecto, lo cual significa que existe aún la duda en ese punto. Puede decirse que el movimiento político abierto por dirigentes radicales, que tomó por asalto la agenda de los 43, esparció muy bien la sospecha sobre el rumbo de las indagaciones y también que al gobierno federal no le preocupó inicialmente posicionar lo que iba descubriendo durante las investigaciones al respecto. Lo cierto es que hoy la investigación realizada por la PGR ya no sirve para mucho. El estudio de BGC-Excélsior revela también que para el 72% de los encuestados la verdad divulgada oficialmente les aclara poco o nada los hechos.
Soy de quienes creen que detrás del rechazo a reconocer la “verdad histórica” ofrecida por Murillo Karam hay algo más que el deseo de encontrar la verdad.
Esto puede comprenderse en el seguimiento de los sucesos; el mismo día en que la encuesta fue publicada dando por hecho que 63% acepta la muerte de los normalistas, los padres de familia que acudieron a Ginebra a la audiencia del comité de la ONU para Desapariciones Forzadas, dijeron que sus hijos están vivos y pidieron ayuda para encontrarlos.
Porque hablar de la verdad sin duda constituye una reflexión que toca a la conciencia.
Las disputas por la verdad han sido motor de muchas luchas a lo largo de la historia. Están presentes no solo en la política sino en guerras, sobre todo de tipo religioso, aunque también los científicos tienen su bitácora de batallas por encontrar ese elemento difuso, al que todos reconocemos su existencia pero la miramos de diferente forma, tesitura y profundidad. Y lo hacemos así porque hablar de la verdad sin duda constituye una reflexión que toca a la conciencia.
De nueva cuenta cito a Lynch:
quien crea que la única verdad que merece la pena buscar es la verdad cristalina, empíricamente verificable, exenta de prejuicios subjetivos o con utilidad práctica, es probable que se sienta muy insatisfecho con la filosofía”.
Y vaya que tiene razón ese profesor acucioso y documentado en el tema.
Ha transcurrido un tercio del gobierno del presidente Peña Nieto y no veo que la verdad, así a secas, constituya un indicador de su administración. Los ejemplos para conjeturar esta tesis abundan por lo cual difícilmente terminaría yo de citarlos en esta colaboración, pero lo anoto porque tampoco parece haberse reflexionado lo suficiente respecto a la importancia que este indicador tiene en todo ejercicio de gobernabilidad.
Y es que, como se dice coloquialmente, una cosa va pegada con la otra. Más allá de que no se puede impulsar un programa de desarrollo bajo la sospecha, la duda o la negación, también es verdad que esa resistencia social está cimentando principios dogmáticos. Como bien sabemos en este sentido no hay concesiones.
En la política la verdad no se busca; se construye. Ese es el punto. Y ese es el lado oscuro de esta administración. Tiene recursos y tiempo legal para construir su verdad con cimientos si no creíbles al menos medibles, pero la voluntad de hacerlo no permea aún, no todavía.
Referencias
- Lynch, Michael P. “La importancia de la verdad”, traducción de Pablo Hermidia Lazcano. Editorial Paidós, 2005, Barcelona.
- Informe de caso Iguala causa dudas en la población, Excélsior.
@LuisManuelArell
